lunes, 28 de mayo de 2018

LOS ESFEROIDES (ciencia ficción)

Yo paseaba por el espacioso campus de la universidad cuando finalizaba la actividad docente. Los grandes edificios de su perímetro resonaban. El vocerío crecía y al posarse en el césped se materializó en esferas coloreadas.  Las voces se condensaron por todo el campus, que apareció recubierto de flores y partículas, señales inequívocas de vida. Muchas bolitas se dirigían con rodadura firme hacia uno de los edificios, el más blanco y luminoso situado en el centro de aquel gigantesco parterre. Las bolas más inquietas volitaban, tomando la delantera. La mayoría perdía el equilibrio al iniciar la ascensión por los peldaños que arrancaban desde la base del edificio. Lo intentaban una y otra vez. Yo me acerqué y vi que las que volaban y giraban a la vez, alcanzaban el hall. 

El amplio recibidor era un espacio porticado de columnas marmóreas bien plantadas que esperaban con rigurosa gravedad, alertaban del enigma que encerraba el edificio y sujetaban el peso una construcción tan singular.




UMBRAL DEL CONOCIMIENTO


Los esferoides se debatían en los escalones y algunos conseguían llegar a una  sala de dimensiones desmesuradas. Un rotundo silencio rodeaba la atmósfera, invadida por una potente radiación. Se difundía a través  los ventanales semicirculares y diáfanos y alcanzaba cada rincón. Las partículas iban ocupando los espacios disponibles en los estrados. Desde esas posiciones los cuerpos se sentían cómodos y se emplazaban a la concentración y al estudio en medio de un absoluto mutismo.  

Estas prácticas se repetían todas las tardes, aunque en los archivos de la sala había datos que demostraban que la actividad se realizaba desde hacía siglos, pero nunca con tal intensidad. Nada les aplacaba solo se alimentaban con el aprendizaje y la reflexión. Al incorporar conocimientos, cambiaban de color a un gris metalizado muy brillante. 

Este proceso no cesaba, cuando el tono fue homogéneo se dispusieron en grandes círculos que al acoplarse formaban engranajes gigantescos, capaces de mover cualquier objeto por grande y pesado que fuera. Se iban situando en el campus y engullían con sus movimientos al resto de canicas que habían quedado dispersas y las transformaban hasta convertirlas en esferoides idénticos. Al contemplar el fenómeno, interpreté que si no se detenía, alcanzaría a otras ciudades y de persistir con tanta energía, podría colonizar el planeta.  

En medio del campus, rodeado de engranajes asistí al hecho insólito de cómo estos pequeños seres al combinarse lograban reproducir edificios —templos del conocimiento— que instalaban sin permiso, con el objetivo de redimir a los ignorantes. Me aproximé a uno de ellos y pude leer una inscripción en la entrada. Entonces lo entendí. 
Aparecía un nombre rotulado en metal, de color gris brillante:

BIBLIOTECA - UMBRAL DEL CONOCIMIENTO 



Javier Aragüés (junio de 2018)




miércoles, 16 de mayo de 2018

OTROS MICRORELATOS



PARQUEDAD
Durante varios días me despertaba la misma idea: buscarla en cualquier callejón perdido, pero cerca de mi casa. El día en que apareció, sentí temblar la imaginación y permanecí pétreo. Allí estaba, en medio del camino estrecho y angosto que arrancaba desde mi portal. ¿Eso era amor? Me atreví a detenerme. Dirigiéndome a ella, recité mi tristeza y me correspondió. A partir de ese momento todos los días quedábamos en el mismo lugar y con las mismas pretensiones, al menos, por mi parte. Mi vida era otra.  Pero desde la tercera cita, se comportaba diferente, ya no quería seguir conmigo, ni con otro hombre. Algo se me escapaba de sus parcas explicaciones.





EL ESCRITOR


Todo lo me que me rodea, según dice mi amigo, es un caos. En mi habitación hay tal hedor, que solo es comparable con el que desprende la muerte, después de días de instalarse en cualquier cuerpo. Solo me preocupa escribir. 
   





sábado, 12 de mayo de 2018

MICRORRELATOS I


LA PENICILINA. INVESTIGACIÓN O SERENDIPIA

 


Creció a sus anchas durante un descuido vacacional. Como en los cuentos, a su lado los entes malignos huían y al cabo de un  tiempo se disipaban. Muchos soldados se beneficiaron de aquel milagro. La nueva arma podía combatir junto de ellos. 



Javier Aragüés (mayo de 2018)



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DESOLACIÓN






Ciudades pobladas de vida, radiantes de color incrustado de humanidad. Así era Siria.  Abbasb y Jamâl se habían enamorado antes del crepúsculo, coincidiendo con la  Oración de Maghrib. Él salía de la Gran Mezquita de Damasco. Se cruzó con ella,  cubría su cara, a excepción de los ojos, con su niqab. Bastó un reflejo de la luna en lo que dejaba ver su velo para turbar a Abbasb. Quedaban discretamente y se veían cada tarde, sus labios eran la expresión del amor apasionado que se proferían. 

El quince de marzo de 2011, todo cambió. Comenzaron los disparos, siguieron los bombardeos y las vidas se extinguían.  
Las razones del conflicto se materializaron en escombros. 

Se encontraban cada día pero las rutinas se habían modificado. Al detenerse junto a las ruinas, miraron a su alrededor y se consolaron por seguir vivos, pero con la duda de si era el futuro o estaba por construir. 


Javier Aragüés (marzo de 2018)



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¿QUIÉN ERA?










Cuando derramaba el vaso de agua, la respuesta refleja era una bofetada, acompañada de un gesto de desaprobación y lejanía. Quedaba definida y era lo que más dolor me causaba. 

A veces era capaz de lucir una sonrisa falsificada, mientras me abducía. Repetía la escena cuando necesitaba mi aprobación. Pasado el instante, desplegaba su intransigencia y para ella, era un obstáculo en sus ambiciones.

En este paseo endiablado por mis recuerdos, había uno que puede resultar simple, sin importancia, pero doloroso. Jamás mi madre me llevó al cine, ni recuerdo un cuento en sus labios. 
Murió como había vivido, sola. 





Javier Aragüés (mayo 2018)






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MADRE (reflexión)




Síndrome de la progenitora tóxica: ¿por qué mi madre no me quiere?

"Es aquella  que llega a la maternidad por caminos poco deseables. Lo ideal psicológicamente es poner distancia emocional y física".









Al derramar el vaso de agua, la respuesta refleja era una bofetada, acompañada de un gesto de desaprobación y lejanía. Quedaba definida y era lo que más dolor me causaba. Yo desconocía eso que llamaban: "cariño de madre". Cuando ella intentaba mostrarlo, lo expresaba de manera afectada y engañosa. Sus gestos de ternura no eran espontáneos, estaban construidos para terceros, si indicaban aproximación, eran fingidos. 

Siempre existía una excusa dudosa para no estar conmigo. En los momentos trascendentes de mi vida, o al menos para mí lo eran, estuvo ausente, me ignoraba. Yo no podía soportar que fingiese. Su comportamiento se adaptaba a lo que la sociedad entendía como escuetamente correcto, para cumplir con su falso papel. 

No conocí a mi padre, ni la verdad sobre su lejanía, me la ocultó. Su versión era floja, por no decir increíble. Después de mucho tiempo, fui aproximándome a lo ocurrido por testimonios de terceros. Repetía con tono sacrificado, que 
también tenía que hacer de padre. Se limitaba a interpretar un papel que no sentía. Era una mala actriz. Explotaba esa situación a su favor, se hacía la víctima  y me suplantaba en el dolor. Desconocía lo que sentía. Aplicaba sus esfuerzos para distorsionar la evidencia. 

El cariño más aproximado al de una madre, bueno o simplemente el cariño, lo recibí de mi tía abuela, ella, sin saberlo, hizo de madre. 

Cuando estoy acabando este paseo endiablado por mis recuerdos, basta uno que puede resultar simple para algunos y para otros, sin importancia. Jamás mi madre me llevó al cine, ni recuerdo un cuento en sus labios. Murió como había vivido, sola. 




Javier Aragüés (mayo 2018)


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DECLIVE





Cada tarde, el famoso presentador iniciaba el programa de televisión descendiendo con solemnidad por la escalera escenificada del plató. El público convocado aplaudía 
condescendiente a cada señal del regidor. En casa, los televidentes abotargados exigían telebasura.


Con el tiempo, a pesar de los esfuerzos de la productora y de los patrocinadores, el programa estrella de los reality show languidecía. 

Desesperado y con sonrisa impostada, el popular showman anunció que el próximo programa en directo se haría desde su dormitorio, mientras continuaba descendiendo por la escalera cada programa más hortera. Al llegar al quinto escalón trastabilló. El plató puesto en pie exclamó: ¡Oh! La caída fue inevitable.






                                         Javier Aragüés (mayo de 2018)




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ÉL Y SUS MAREOS








Estaba diagnosticado como enfermo crónico de una enfermedad extraña. No parecía grave. Se manifestaba con mareos imprevistos. Se puso en manos de los mejores médicos. Lo mareos no cesaban.

Desesperado, peregrinó a la ermita de un santo en otro país, buscando remedio. Aunque él no era creyente, le hacía rezar. 
Con el ermitaño no tuvo los resultados deseados. Le repetía con insistencia:"Hombre de poca fe". Aburrido volvió a sus país.

Harto, le recomendaron un curandero, pero él desconfiaba de la homeopatía. El naturista le aconsejó infusiones de flor de melisa. Todo seguía igual. En cada visita le repetía: "Pero hombre, se tiene que sentir mejor". Aburrido, él le dijo:"Hace veinte días que no siento mareos". El homeópata sonrió satisfecho y le contestó "Hombre de poca fe". 

El ermitaño y el homeópata emplearon la misma frase. Habían conseguido reducir todos sus males, excepto uno: seguía padeciendo mareos.


Javier Aragüés (mayo 2018)



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DIÁLOGO ENTRE GEMELAS





— No sé cómo explicarte que si solo hay un óvulo y lo fecunda un único espermatozoide, nos encontramos en esta situación —conversaban en el vientre materno. 

— Somos idénticas. Tenemos el mismo sexo. Desde luego es una ventaja que podamos usar la misma ropa. Tendremos la misma talla y puede que los mismos gustos — seguían hablando.

— Si  pertenecemos a ese grupo reducido de gemelas que son completamente idénticas, será así. Aunque no somos exactamente iguales, nuestras huellas dactilares son diferentes 


Ambas sintieron ganas de salir al mundo. Provocaron fuertes dolores y, casi al mismo tiempo, estaban en los brazos de dos enfermeras.

— ¿Estás contenta de que seamos mujeres?

— No sé qué decirte. Pero desde luego en este hospital por lo que veo trabajan como salvajes. Según les he oído comentar les exigen más que a los hombres y cobran menos.


— Sabes lo que pienso, que esto todavía tiene arreglo.




Javier Aragüés (mayo 2018)




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