jueves, 25 de agosto de 2016

ALGO MÁS QUE UNA TABERNA (Crónica)

Después de unos días en Asturias, es obligado dedicar unas líneas, que no son una referencia turística y sí, una reflexión sobre la existencia y la forma de trabajar de una simple, o gran taberna, Taberna la Vizcaína.

Todo Comienza en 1941 en un pequeño pueblo asturiano, próximo a Oviedo, que se llama Las Caldas junto a un balneario famoso por los atributos medicinales de sus aguas que manan a 40ºC.  Situado en el edificio histórico de la antigua Casa de Baños, el Balneario Real posibilita sumergirse en un entorno tradicional en donde bóvedas y columnas se someten a las aguas del manantial.  Los edificios del complejo se levantan entre los siglos XVIII y principios del XX estando totalmente integrados en la ribera del río Nalón. No se puede prescindir de personas y otros establecimientos del entorno para completar la narración.





Antón, emprendedor en la época, levantó, con ayuda de la familia, de la nada, un imperio. Un colmado con el nombre de La Vizcaína que ha ido transformándose hasta la Taberna-Restaurante que es hoy. Hay que reconocerle su anticipación para asentar un negocio que va a cumplir setenta y cinco años. Nunca hubiera pensado tener un espacio de encuentro sustentado en un personal esencial en la apertura diaria y en la calidad del producto. Es un caporal en la trastienda, un apuntador que conoce la obra, los personajes y asegura los espectadores. No cambiaría a la estrella del reparto, Nacho que interpreta sus deseos y los pone en su boca.





 La Taberna la Vizcaína está frente al Balneario. Pasa inadvertida,  se muestra  humilde en una esquina, no quiere molestar y la descubren los que son atraídos por los lugares curiosos, esperando que quede algo de esa historia de los pequeños pueblos en donde el colmado era el epicentro de mercancías, anuncios, tertulias con sabor y, sobre todo, para tocar lo que parece desaparecido. La atención de "Nacho", al frente de la taberna de La Vizcaína, supera lo previsible. Es un profesional serio, sin ser zalamero. Canta la carta con sobriedad y convicción. Si para él eres un cliente, pasas a ser su invitado, que también pasa por caja con gusto y consideración. Cada plato, aunque suene a conocido, la carta parlante lo explica con detalle. El nombre, su elaboración, el porqué del producto elegido y ese algo que encierra difícil de explicar, por qué no quiere, o para que vuelvas y repitas. Las raciones, más que espléndidas, reparten color y emanan aromas a la espera que alguien se atreva a sumergirse en su sabor. Las mesas sin mantel, limpias y suficientemente ilustradas, que no necesitan más cambio que ser ocupada por nuevas comandas y un golpe de bayeta que las hace siempre estar en perfecto estado de revista. Es difícil encontrar “Un balneario que tiene un pueblin” definición de Las Caldas, según Nacho. Mucho más difícil es mantenerse digno en ese oficio de tabernero que desempeña Nacho en La Vizcaína; una Taberna que tiene un balneario y un pueblin para todos los que la visitan.
Unas palabras para el personal de La Vizcaína y en especial para Nacho.



Javier Aragüés (Agosto de 2016)


jueves, 4 de agosto de 2016

EL ARQUITECTO DE COMILLAS Y PROTECTOR DE SUEÑOS


...me ha recordado que en el Palacio del Marqués de Comillas, el arquitecto escondió varias ratas como reto al dueño y le dijo que su obra, sin columnas, era imposible y que con los años y entre las ruinas las ratas se apoderarían del palacio. 



Isabel Demestre


Al terminar el verano, la mañana del veintiuno de septiembre de 1897, no dejaba de llover. El orballo, inapreciable y persistente, llegaba a desbordar los márgenes de la ría. La cortina de agua y la bruma hacían invisibles las orillas. Los botes fondeados eran coágulos de color sobre la superficie relajada. En el promontorio se asomaba una casa singular, el Palacio de Sobrellano. En 1878, Joan Martorell aceptó el encargo del Marqués de Comillas, Antonio López y López. El cántabro era  un admirador de la obra de Martorell. En una década, de la nada, levantó un palacio. El arquitecto quería edificar un grandioso edificio de estilo neogótico, el mentor defendía el aire veneciano. Joan fue capaz de congeniar los deseos de ambos y los dos estilos coexistieron. La única condición que le exigió el Marqués fue que no podía abandonar el lugar hasta finalizar la construcción. Joan aceptó, por la sustanciosa remuneración y por estar acostumbrado a vivir en soledad.





Interior del Palacio de Comillas


La construcción avanzaba según previsto. Lo único reseñable fue la aparición de una joven, Nanda, que desde un montículo próximo, reclamaba la atención de Joan de forma discreta. Todos los días se encumbraba, hasta conseguir que el arquitecto fijara la atención. Estaba enamorada de sus manos y de cómo plasmaban su imaginación sobre la piedra.  Nanda le admiraba. Cada día se acercaba más. Joan se sentía cómodo por la compañía de Nanda y a la vez temeroso de que el marqués se presentara  de manera inesperada. Lo habitual es que las visitas se repitieran cada lunes y a la misma hora, por lo que era improbable que apareciera sin preverlo. Si lo hacía, Antonio López, metódico y pertinaz, comparaba el avance de la obra respecto al lunes anterior, veía si se respetaba el estilo convenido  y si Martorell cumplía el compromiso de no abandonar el trabajo en ningún momento.


Corazón empaquetado
Autor. Oriol Jollonch

Nanda cada día pasaba más tiempo con Joan, que se sentía admirado y dispuesto a romper la soledad,  en la que el Marqués le había instalado. Ella le propuso que la escondiera en una de las torres que estaba finalizada para así poder permanecer junto a él sin ser vista. Joan aceptó y modificó la cubierta de una de las garitas para que se abriera completamente en el caso de atmósfera irrespirable en el interior del Palacio, así se lo justificó al cántabro. Para Nanda y para él era una escapatoria de ideas, pasiones o temores compartidos, e incluso ellos podrían huir. Para que fuera posible debería encarnarse en gaviotas todo lo que necesitara libertad. En el último momento añadió un dispositivo que solo él conocía, dónde estaba, cómo accionarlo y su utilidad. Uno de los días, sábado, las ocupaciones del Marqués hicieron que adelantase la visita del lunes. Al Palacio se accedía al sobrepasar un pequeño repecho situado en la fachada sur del edificio. La pareja disfrutaba de una de los descansos que él hacía en la jornada de trabajo. Al legar el Marqués, montó en cólera al ver la traición; el arquitecto vivía en compañía de Nanda y en la construcción aparecía un torre no prevista en el proyecto. No se detuvo a pedir explicaciones, corrió tras ellos gritando: "Me has traicionado, no tienes palabra; ya no hay trato, yo me veo liberado de atender el compromiso económico adquirido, tú has roto la otra parte del pacto al convivir con una mujer". Nanda y Joan corrieron al Palacio, hacia el ala donde se encontraba la torreta. En un momento Joan recordó los instante vividos con Nanda; el amor, las promesas, los besos y su proyecto de vida. Era como si al recordar tomara la energía necesaria para, de la mano, correr peldaños arriba de la escalera que conducía al torreón  y distanciarse del tirano. Abrió la cúpula, dió tiempo a la encarnación de vivencias y deseos para que en el momento que accionó el dispositivo todas las gaviotas escaparan, incluidos ellos dos, todos convertidos en aves. Antes de echar a volar accionó el mecanismo instalado en el interior de la cúpula que provocó que las columnas se agrietaran hasta derrumbarse, no quedó una en pie, el techo se desplomó. El Marqués quedó soterrado entre los escombros, las ratas comenzaron a salir del subsuelo en busca de alimento y se cebaron  con el cuerpo del ilustre Antonio López y López, que sufrió una muerte dolorosa y lenta, en soledad, como la que había exigido a Martorell. El reto se cumplió. Los amantes huyeron sin perder lo vivido y con la satisfacción de haber dado muerte a un tirano.


Javier Aragüés (agosto de 2016)