jueves, 19 de abril de 2018

EL MILICIANO

Los milicianos republicanos. Civiles armados en la guerra civil 

El golpe de Estado fracasa en muchas partes de España, ese fue el caso de Madrid o Barcelona. En todas esas zonas la iniciativa inmediata de la lucha contra los golpistas y la reducción de los sectores que habían apoyado la insurrección corresponde, por lo general, no a unidades del ejército regular sino a milicias, surgidas en medio del desbarajuste del 18 de julio. Organizadas por determinados grupos políticos, sindicatos o asociaciones de izquierdas (PCE, PSUC, POUM, CNT, UGT), estaban formadas por individuos dispuestos a defender sus ideales frente a un ejército en rebeldía que venía a representar los intereses de los grupos más reaccionarios y conservadores. A ellas se unieron  los restos de los cuerpos de seguridad que por diversas razones se mantuvieron fieles a la República en determinados casos (Guardia civil o Guardia de asalto). Sin embargo, las milicias, cruciales en un principio, mostraron pronto su debilidad como fuerza militar.



A mediados del mes de julio de 1936, los sucesos históricos se precipitaron hasta desplomarse sobre las vidas de los españoles. 
Tal era su importancia que fabricó la historia durante gran parte del siglo XX.

El Madrid republicano estaba arropado por un cielo donde cabían calles, hombres y mujeres, miradas y paisajes. Algunos escritores apasionados con la ciudad definían el cielo de Madrid como literatura en estado puro. 

En la vida de los madrileños había un lugar preferente para la esperanza que venía de la mano de la República y de las libertades. Las ideas se paseaban sin complejos y esperaban servir a todos los que padecían desigualdades y miserias.  

Desde un principio, los intelectuales se pusieron a favor de la causa republicana, pero pasados los primeros años, reivindicaban la intelectualidad como un oficio, y ni siquiera la contienda civil podía despojarles de esa condición. No podía considerarse un pensamiento homogéneo y algunos pensaban que la inteligencia debía ser combatiente. El poeta, Rafael Alberti militaba en el partido comunista y aglutinó a pintores, periodistas, actores, escritores, políticos; tanto españoles como extranjeros. 

Desde luego abundaban los españoles de a pie, como Jesús, un madrileño que coqueteaba con esa nueva vida que parecía surgir. De ideas republicanas inculcadas por un viejo maestro de escuela. Jesús era un joven que trabajaba en una pequeña imprenta de la calle Mayor y estaba afiliado al sindicato de la UGT. Tenía la tez aceitunada y el entrecejo serio. Sus ojos se iluminaban con la luna y su rostro se apagaba con la tristeza de los que conocían la miseria. De día, el cielo de Madrid acariciaba su piel cuando paseaba por la Gran Via con sus amigos. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado y destacaba el blanco noble de su camisola en los días de fiesta, como aquel domingo.  


LA MUERTE DE UN MILICIANO




En un mes de julio sofocante, los rumores y las tensiones se desparramaban por el viejo Madrid. Hablaban de un pronunciamiento militar en el Protectorado de Marruecos, pero fue el sábado dieciocho de julio cuando se extendió a todo el territorio nacional. Al día siguiente, domingo diecinueve de julio, las calles eran un hervidero de gentes, carreras y tropiezos en todas las direcciones. Unos madrileños corrían hacia la Puerta del Sol, donde se encontraba el Ministerio de Gobernación; otros se dirigían a  Cibeles, frente a ella tenía la sede Ministerio de la Guerra, para protestar. En todas las bocas se leía la palabra traición y aparecieron  armas en manos de algunos de los  manifestantes. Los guardias de asalto, vigilantes del orden público, no intervinieron, algunos, incluso, se sumaron a los manifestantes.  



A LAS BARRICADAS (SE PUEDE ESCUCHAR HIMNO)

El lunes veinte se conocía que el levantamiento era en toda España y se había extendido a otras ciudades. Se hablaba de Barcelona, donde los rebeldes habían sido derrotados. La noticia enardeció a los madrileños que corríeron decididos hacia el Cuartel de la Montaña situado en el monte del Príncipe Pío.  El General Mola que había sido cesado tras la victoria del Frente Popular, se había dirigido hasta el acuartelamiento vestido de paisano. Él y 1364 hombres, entre oficiales, suboficiales y tropa, acompañados de un grupo reducido de civiles falangistas se pusieron del lado de la insurrección. 

Entre los madrileños que corrían para llegar al cuartel estaban Jesús y tres amigos. Habían conseguido armarse en uno de los repartos espontáneos que se hacían frente a los locales sindicales. Se sumaron a un grupo que estaba al mando del cabo de la benemérita, Leandro López. Juntos consiguieron alcanzar la fachada. Se lanzó un ataque combinado y un teniente coronel que mandaba las milicias ciudadanas intentó el asalto por el talud que daba a la Estación del Norte. 

El grupo de López, entre los que se encontraba Jesús, iba tomando posiciones para entrar en el edificio. Mientras se intensificaba el fuego cruzado, se parapetaron tras unos sacos terreros junto a la tapia. Se produjo un significativo silencio y desde el cuartel sonaron los acordes de la Internacional. Por una de las ventanas laterales se asomaron soldados que saludaban con el puño en alto. El acuartelamiento de infantería había caído. Todavía existían focos de resistencia que terminaron por sofocarse. Los últimos defensores se batían en retirada y seguía el intercambio de disparos. Uno de los rezagados se dirigió hacia el grupo de López agitando un pañuelo blanco, se acercó y cuando estaba junto a Jesús descerrajó el fusil sobre su cuerpo.

Junto a otros madrileños y entre sus amigos, Jesús se despidió acariciando la vida.


Javier Aragüés (abril de 2018)









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