jueves, 23 de noviembre de 2017

EL ARCO CATENARIO EN EL GÓTICO DE GAUDÍ, DONDE LA BELLEZA Y LA RAZÓN TIENEN MORADA.

Íbamos a vivir un miércoles falsamente otoñal, debido a la insensibilidad de los hombres, seguía sin llover. 




Fachada principal del Colegio de las Teresianas de Ganduxer


Descendía por la Ronda General Mitre  -acera norte -con pasos acelerados, buscando la esquina - lado montaña-  de  la calle Ganduxer. 



Allí, un reducido grupo de ciudadanos, denso en sentimientos, esperaba a que llegara una hermana, del reconocido y reconocible, Colegio de las Teresianas del barrio de Sant Gervasi de Cassoles.  




La hermana Montserrat y Josep Mª Ciré


Nos lo iba a mostrar con esmerado detalle. Era un encargo, sin contrapartidas, únicamente pedía atención. Solo las personas de espíritu refinado y capaz de amar, y amar lo que explican, podían lograrlo. Bastaba verla, para ponerte en sus manos. Cara redondeada y rostro bonancible. Buena comunicadora y un tono de voz tan empático, como su aptitud.





Entre nosotros estaba 
Sonia, cómplice.
Neurotransmisora necesaria y dispuesta a sintonizarnos con esa Barcelona tan próxima y, como ella la anunciaba, tan secreta. 

Todo surgía por un encargo de nuestro compañero Josep Mª López Ciré desde la comisión de actividades y con la recomendación del Presidente, Lluis Arboix. Mejor Lluis -así le conocíamos y él se reconocía- que le hacía sentirse admirado y querido. 


Ya estábamos preparados para descubrir otra joya del maestro Antoni Gaudí, que nos regalaba sin pedir nada a cambio. Solo nos obligaba a conocerla, y admirarla. Un mandato, humilde desde el presente, en lo estructural, para compartir y mantener en su conjunto fácil de seguir por el espectacular resultado estético conseguido. Gaudí emitía un dictamen implícito, extensible a su obra, pidiendo respeto y difusión.

Dábamos los primeros pasos hacia el interior del castillo, fortaleza, centro educativo o  convento, no importaba el orden, los dábamos atravesando una puerta que solo abría hacia el interior ya veríamos por qué.

La grandeza, no se hacía esperar. El primer arco que se ofrecía, no era parabólico, a pesar de la apariencia, era un arco catenario. 


Cancelado por la reja de forja de tres hojas, que abría hacia el interior y que en apariencia nos detenía a la vez que una mano invisible nos invitaba a pasar. 
Ya estábamos dentro y atrapados. El ambiente interior, caracterizado por el cuidado y esmero que mostraban las hermanas con la sencillez y la sobriedad, sobrecogía; si no, Gaudí no habría estado presente.

En su trabajo con los arcos  catenarios, Gaudí utilizaba frecuentemente algunos recursos como la simetrización y sobre todo la traslación de los arcos para conseguir efectos especiales. La traslación consistía en una repetición de arcos idénticos con la que se conseguía un efecto de cenefa que nos dirigía hacia un determinado lugar. Lo podíamos ver en los largos pasillos del colegio cubiertos por arcos catenarios, por los largos pasillos donde circulaban estos arcos, permitían un interior de persianas y vidrieras y daban con la solución para la estabilidad del conjunto. 


Arcos Catenarios del interior


A pesar de que el objetivo de la visita era conocer y detallar el conjunto del edificio, no recaía mejor este menester que en la voz de la hermana Montserrat, que continuaba con una generosa y pulcra explicación, mientras, un yo respetuoso, sobrepasado y  conmovido, se detenía bajo uno de los arcos. 

No podía  negar mi agnósia, como una de las señas de identidad. Utilizaba mal esta palabra, para designar las situaciones que tambaleaban mi verdadero sentido agnóstico de la vida, por no decir que lo hundían. 

Quizás, era el lugar, esa síntesis de las tres vidas, la de San Enrique de Ossó, la de Antonio Gaudí y la de Teresa de Jesús, la causa de mi crisis de identidad. Las tres estaban presentes, en forma de esfuerzo, de arte y de ánimo de ese espíritu que infundaba la Santa, todas y cada una,respectivamente.

Para muchos, Teresa era reconocida como la primera Doctora de la Iglesia. Para otros, entre los que me encontraba, era un reto. ¿Cómo  entender el amor místico, entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz? De hecho no dejaba de ser excepcional el admitir su existencia. Era dar un primer paso para entenderlo.

Pero lo más característico, era el título con el que se dirigían a ella las hermanas y así lo corroboraba sor Montserrat: 

"Para nosotras es la Santa". Lo decía en un tono coloquial, que prevalecía al del respeto,  sin perder este último y ratificaba el éxito de Teresa en su catequesis.  




Parte del grupo en la despedida



La visita estaba a punto de concluir. Caminaba con el grupo. Algo se me olvidaba. ¡Ah si! El por qué la puerta de la fachada principal abría hacia dentro. Era la coartada, si es que se podía poner esta palabra en los labios de Santa Teresa, para alcanzar el desarrollo espiritual que coincidía con su visión del alma. Ese progreso era como la de un diamante en forma de castillo, dividido en siete mansiones. Sor Montserrat la había incorporado de manera sintética y nos la trasladaba:

" La belleza está en el interior del castillo. Por eso todos los seres somos bellos, basta buscar y encontrarla ".

Con esa idea, Gaudí construyó la fortaleza. 

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