jueves, 28 de noviembre de 2019

DESDE EL PRETIL DEL PUENTE

Apeadero anónimo





Desde hacía años, era un verano más. Andrés se bajó con desgana en el apeadero de la desvencijada e insignificante estación, en la que nunca había nadie. Nadie le esperaba, tan solo el recuerdo de aquel día terrible y el temor a que él pudiera ser la siguiente víctima.



 El caserón familiar





Buscaba la soledad del lugar y acostumbraba a pasear al atardecer junto al río, sin perder de vista el puente de piedra y dejando el caserón familiar a su espalda. Repetía ese paseo cada vez que se iniciaba el verano y volvía a casa de su madre. Al llegar al puente se detenía en el pretil y seguía con la mirada el discurrir pausado del agua remansada en ese tramo. El salto de alguna boga rompía el silencio del lugar; él lo percibía como un chasquido amplificado, como si procediera del entrechocar del dedo pulgar y corazón del siniestro psiquiatra que visitaba a su madre esporádicamente.




Seguía mirando el agua. El chasquido era la señal que le sumergía en ese tiempo de felicidad y a la vez de tortuosos recuerdos, que había vivido junto a una madre viuda, sola, pero que podía con toda aquella enorme mansión. Revivía desde el pretil del puente los primeros paseos con Marina, la hija de don Eulogio, el hombre más rico del pueblo y como paseaban a hurtadillas por miedo a que el padre de Marina les viera o lo que era peor, que algunas de las voces agradecidas o temerosas de los habitantes del lugar, se pronunciaran. Pero ellos, ajenos a las habladurías, continuaban con los paseos agarrados de la mano. Añoraba los primeros besos, y no podía olvidar como, al final de aquel verano, llegó la declaración de amor y que después, con el comienzo del curso, sobrevino la separación. Marina se fue a un colegio de monjas de la ciudad y él al instituto del pueblo más próximo. Se veían contados fines de semana, pero vivían un amor sin final. Era el amor de dos adolescentes que se querían ajenos a los demás, sin pedir nada y sin dar explicaciones. Era un amor de ilusión que se reforzaba cada fin de semana y, aun sin verse, crecía cada verano. 


Pasaron tantos años que los adolescentes, se hicieron jóvenes. Su aspecto se conformaba como el de dos personas garridas y llamaba la atención entre los paisanos de la pequeña población, pero su amor no se alteraba. 

El pueblo seguía tranquilo, respiraba al compás de las aguas del río y todas las tardes, cuando llegaba el verano, los dos se asomaban desde el pretil del puente. 

Pero aquel verano terrible, cuando era casi de noche, de vuelta de uno de los paseos, ahí estaba escondida en el pretil; una sombra irrumpió en el camino indeciso sobre el puente. Marina huyó aterrada y Andrés quedó inconsciente sobre el puente tras recibir un fuerte golpe.  A la mañana siguiente, la joven apareció estrangulada a unos metros. Andrés abandonó el pueblo sin consuelo.

 Andrés nunca dejó de visitar el pueblo, ni preguntarse quién pudo ser aquella sombra. Repetía el paseo al atardecer y al llegar al pretil del puente se detenía, pero no veía a nadie. Solo escuchaba la voz de su madre que gritaba — ¡Andrés, vuelve a casa! —  que le penetraba con tal intensidad, como si alguien o algo le aporreara la cabeza.  



Javier Aragüés (diciembre de 2019)

martes, 19 de noviembre de 2019

POEMAS DE LORCA Y OTROS











Federico García Lorca


GUARDIA CIVIL ESPAÑOLA


 Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan

silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.

 ¡Oh, ciudad de los gitanos!
en las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.

Cuando llegaba la noche
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche
noche, que noche nochera.

 La Virgen y San José
perdieron sus castañuelas,

y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.

Agua, y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.

 ¡Oh, ciudad de los gitanos
En las esquinas, banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar
sin peines para sus crenchas.

 Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.

Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo, se les antoja,
una vitrina de espuelas.

 La ciudad, libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entran a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.

Un vuelo de gritos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de maneda.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando detrás fugaces
remolinos de tijeras.

 En el portal de Belén
los gitanos se congregan.

San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.

Cuando todos los tejados
eran surcos en la tierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.

 ¡Oh, ciudad de los gitanos!
La Guardia civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.

 ¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vió y no te recuerda?


Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.


*****




LA CASADA INFIEL


Y que yo me la llevé al río

creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fué la noche de Santiago  (25 de julio)
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos el río.

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.

Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni dardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.

La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena
yo me la llevé al río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.





*****









MIGUEL HERNÁNDEZ:


Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
RAFAEL ALBERTI:
De sombra, sol y muerte, volandera
grana zumbando, el ruedo gira herido
por un clarín de sangre azul torera.
Abanicos de aplausos, en bandadas,
descienden, giradores, del tendido,
la ronda a coronar de los espadas.
Se hace añicos el aire, y violento,
un mar por media luna gris mandado
prende fuego a un farol que apaga el viento.
¡Buen caballito de los toros, vuela,
sin más jinete de oro y plata, al prado
de tu gloria de azúcar y canela!


*****











GERARDO DIEGO:


Entre un temporal deshecho
la gruesa nave embestía.
Al pasar por el estrecho
la plaza se estremecía.
Tú erguido, firme, derecho,
faro en tu roca vigía,
larga el brazo, álzate al techo,
rompa la espuma bravía.
Y allá va el pase de pecho.




*****




DOS AMIGOS Y UNA PASIÓN










FEDERICO


Paseaba por las calles de Granada con descaro, seguro de su talento y de sus versos. Él, que tiraba limones redondos al agua hasta convertirla en oro; él, que se enamoraba del moreno verde luna y llenaba el cielo de las noches de peces, también  sabía que había  hombres, como los guardias civiles, con el alma de charol "...porque tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras".

Era amigo de sus amigos y, como él, todos tenían algo que decir en la literatura, en el cine, en la poesía, en la escultura y... en el amor. 

¡Qué recuerdos de la Residencia de Estudiantes y de aquel Madrid republicano!


La proximidad a hombres esbeltos, erguidos, de rostros singulares y a la vez varoniles era una de las debilidades del granadino. 

Dos luceros mayúsculos, siempre despiertos, remataban su rostro y eran suficientes para iluminar la noche. Adornaba su cara con un pelo liso atirantado y azabache, como el del pelaje del toro que mató a su amigo Ignacio Sánchez Mejías.


Siempre esbozaba una sonrisa afable y contenida, presagio del desenlace en el término de Víznar (Granada), lugar escogido por sus asesinos.


*****






EMILIO ALADREN


Ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, aunque su vocación era la de ser llamativamente guapo. Ojos enormes, ligeramente oblicuos, pómulos destacados y el pelo muy negro, falsamente despreocupado. Se le conocía una novia pasajera, la pintora Maruja Mallo, que había descubierto en él "un aire entre tahitiano y ruso". Hasta que Federico, abducido por el físico y ese exotismo controlado, se lo robó.

La relación con Lorca fue atormentada y tóxica, según algunos de los amigos del poeta. Hasta que una joven inglesa le devolvió al amor tolerado.  
La falta de influencia de Federico influyó en la forma de hacer de Aladren que, como escultor mediocre, alcanzó algún éxito esculpiendo bustos en bronce de alguno de los próceres franquistas y a la vez que cincelaba una severa depresión en el poeta. Murió sin advertir, en la década de los años cuarenta.


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Javier Aragüés (noviembre de 2019)

jueves, 14 de noviembre de 2019

AUNQUE TÚ LO SABÍAS









Tú sabías lo que era estar solo. Lo vivías y  no te gustaba exagerar. Tú y tu manía obsesiva de buscar la palabra precisa para no molestar. Admitías, al menos, que padecías y soportabas la ausencia; la combatías con el sabor amable de los caramelos escondidos en el cajón de tu mesita de noche y que racionabas para no malgastar el poco cariño que recibías.

Desde hacía cinco años —o quizás eran más—  que te quedabas a recaudo de esos familiares lejanos. Solo tú hacías por intentar aproximarlos. Era tan solo un deseo, porque ellos permanecían inmóviles.

Al despertar, el sol de agosto te aletargaba y te pesaba el día. La carretera que llegaba al pueblo se hacía infinita. Te asomabas a su encuentro, pero la caricia jamás llegaba. Y ansioso, esperabas la noche porque el sabor del caramelo que endulzaba tu boca, la sustituía.
  

Porque cada verano, aunque tú lo sabías, mirabas con desesperación el camino y la sensación de sentirte querido se desvanecía. 



Javier Aragüés (noviembre de 2019)

martes, 12 de noviembre de 2019

EL MISTERIO DE LA DISQUETERA LOCA



Ayer recibí un email de la profesora Marta Sangrá de la Escuela San Jordi. (*) 

(*)La Escuela Sant Jordi de Puigverd  de Lleida es un centro público de enseñanza en donde se imparte Educación Infantil y Educación primaria. 


En el correo me decía, en nombre de sus alumnos, que habían decidido escribirme una carta para ponerme al corriente del problema que había surgido en su clase. Entendí que el hecho que unos chicos y chicas me reclamaran era suficiente argumento para dedicarles mi atención para y ver si les podía ayudar.


Desde luego unas palabras dirigidas por chicos y chicas en edad de aprender y con ganas incontenidas de vivir, reír y comunicarse son suficientemente importantes para dejarlo todo y escucharles con atención. Además aquí concurren varias circunstancias agravantes, que mencionaré a continuación.

La amistad con Marta Sangrá, incondicional lectora de mis relatos. Mi predilección por la enseñanza a la que he prestado cuidadosa atención siempre que ha surgido la posibilidad de demostrarlo y me recuerdan los años en que consentido, 
por parte del régimen franquista de manera tácita, el analfabetismo era uno de nuestros hitos mas vergonzantes que nos hacía ocupar un lugar privilegiado en las estadísticas del "retroceso" entre los países desarrollados. 

Sí, porque en aquellos años del "postfranquismo", tuve la oportunidad, junto a otros universitarios, de intentar amortiguar las carencias culturales de muchos de los soldados, a los que el régimen les obligaba a cumplir el servicio militar como única prioridad y, solo algunos de ellos, conseguían el certificado de estudios primarios con el que, al menos oficialmente, salían de las vergonzosas estadísticas mencionadas. 

Y el tercer agravante, para mí el más importante, el recuerdo imborrable de mi abuelo, director de un grupo escolar durante la República, posteriormente represaliado y purgado que, por ese motivo, terminó su vida profesional como camarero en un café de la Puerta del Sol de Madrid.



Pero lo mas importante hoy, es la carta que estos chicos y chicas me han dirigido.










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Puigverd de Lleida,  12 de noviembre de 2019



Hola Javier, nos ponemos en contacto contigo para pedirte un favor.

Como escritor que eres y conocedores de tus bonitos relatos juveniles publicados recientemente, necesitamos que nos ayudes.

Somos los alumnos de quinto, (siempre estamos en un laberinto), y  deseamos que valores nuestros trabajos  de EXPRESIÓN ESCRITA  en lengua castellana,  relativos a este título y a un  suceso real acontecido en nuestra clase:

EL MISTERIO   DE LA DISQUETERA LOCA

El misterio está servido, en  nuestra clase  de quinto, la disquetera de la torre del ordenador del profesor ha enloquecido. El caso es que se abre  y cierra misteriosamente, sin pulsarla ni empujarla, y además tiene la curiosa habilidad de hacerlo en el momento más inesperado…

Nosotros, como escritores noveles que somos, vamos a intentar desarrollar nuestra imaginación y ganas, para escribir un relato a partir de esta introducción.

Pero, nos atrevemos a  proponerte nos regales un relato, alusivo a este mismo tema, que nos sirva  de  muestra y modelo. ¿Serías tan amable? ¿Te atreves?

Quedamos a la espera de tu respuesta que bien seguro no nos vas a decepcionar.


Va por delante nuestra gratitud y un cariñoso abrazo.




Chicos y chicas de quinto


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EL MISTERIO DE LA DISQUETERA LOCA





Hola amigos.

Primero quiero daros las gracias por vuestras palabras, porque no todos los días hay personas qué tienen el interés de preguntarse cosas. Eso es muy importante, tener inquietudes y es el primer paso para alcanzar la sabiduría, poder conocer o llegar a saber lo que desconocemos y lo más importante, porque es lo que hace a los hombres y mujeres más libres y vosotros os estáis preparando para serlo. Pero ahora, vamos a intentar resolver el problema que tenéis. 

Me sorprende que una disquetera haya enloquecido, eso no ocurre todos los días y hay que llamar de alguna manera al misterioso comportamiento que habéis observado y desde luego me gusta como lo nombráis. 





"EL MISTERIO DE LA DISQUETERA LOCA"


Pero un momento, ahora que recuerdo. Hace unos años, una bibliotecaria, ¿sabéis lo que es una bibliotecaria?, es muy importante saberlo. Yo, cuando leo y no conozco el significado de una palabra, —porque eso nos puede pasar a todos— voy al diccionario y lo busco. Pero vosotros tenéis más suerte que yo, porque Marta os puede ayudar. Si la preguntáis, ella, casi con seguridad, os lo podrá decir; pero si le pasa como a mi muchas veces, tendrá que buscarlo en el diccionario, que es el libro que contiene todas las palabras de una lengua y lo que significan. Por tanto, habrá tantos diccionarios como lenguas podáis imaginar.
En este caso, escogeremos el diccionario de español o castellano —es lo mismo, porque así está escrita la palabra. Buscamos la primera letra, la letra B, porque todas las palabras están escritas por orden alfabético. Seguimos buscando hasta encontrar la palabra: bibliotecaria. ¡Por fin la hemos encontrado! Leemos: 

"Persona encargada del cuidado  organización y funcionamiento de una biblioteca". 

Efectivamente, Sara era la persona encargada de la biblioteca de un pueblo, en un pequeño país y no paraba de trabajar porque muchos de sus lectores le pedían otro libro, cuando acababan de leer el último que Sara les había dejado. Ella los pedía a la biblioteca de la ciudad, la Biblioteca Central, porque allí tenían todos los ejemplares que se escribían en el mundo. Para hacerlo, utilizaba un ordenador que se iba quedando anticuado. Un día, al escribir el título de un libro, el ordenador se puso a escribir solo y la disquetera se volvió loca.  

Escribía y escribía. Sara intentaba pararlo pero el ordenador no respondía y seguía sin detenerse. Desesperada lo desenchufó, pero ocurrió algo sorprendente, el ordenador y la disquetera siguieron funcionando. Asustada, se levantó, salió de la biblioteca y corrió hasta la escuela, porque sabía que aquel misterio solo lo podría resolver el hombre más sabio del pueblo, Don Mateo, el maestro. Al llegar sofocada a la escuela, el maestro la invitó a sentarse, le ofreció un batido de fresa y Sara se calmó.

En seguida el maestro le preguntó qué había ocurrido y ella le relató todo lo que había pasado y que el ordenador y la disquetera se habían vuelto locos. El ordenador no paraba de escribir solo y la disquetera se abría y cerraba sin parar.







—Sara, ¿en ese momento recuerdas lo qué hacías?—dijo Don Mateo.

—No lo recuerdo bien... ¡Ah sí! Ya está, acababa de escribir el nombre de un libro: "NO TE METAS CONMIGO". 

—Sara díme, de qué trataba ese libro.

—Sí, me acuerdo, porque cuando lo recibimos de la Biblioteca Central sentí curiosidad y leí el resumen.

—¿Te pareció interesante?

—Sí Don Mateo,  parecía muy interesante, pero a la vez era triste, muy triste. Contaba la preocupaciones y temores de un niño porque otros niños le acosaban en el colegio.

—Ya sé lo que pasa. Hay ordenadores, solo algunos por no decir muy pocos, que se comportan como "hombres buenos" y defienden a los niños cuando ven una injusticia; reaccionan enfadándose tanto que se paran o provocan una avería, dejan de funcionar y enloquecen a la disquetera. Eso le ha pasado a tu ordenador, porque no puede soportar que los niños vivan asustados y, menos aún, que sean los propios compañeros los que los atemoricen y los traten mal.


Sara volvió tranquila a la biblioteca. Cogió el libro y se lo llevó a Don Mateo. A la semana siguiente, el maestro convocó una reunión con los padres y los niños del pueblo y les habló de algo que no se puede consentir "EL ACOSO ESCOLAR". Todos le siguieron muy atentos e impresionados.

Desde aquel día ningún niño volvió a tener miedo, ni temor; les gustaba ir al colegio a aprender y jugar con todos los demás porque aprendieron a respetarse.

Ah! Se me olvidaba una parte de esta historia. A Sara jamás se le volvió a estropear el ordenador ni la disquetera y cada día tenía que pedir más libros y libros, porque en ese pueblo, desde entonces todos los habitantes leían.


Pasaron algunos años y un día pensaron qué podrían hacer para que su pueblo fuera más conocido en el pequeño país. Pensaron que sería bueno cambiar el nombre del pueblo y para ello decidieron votar. Todos estuvieron de acuerdo en la votación y salió que , y a partir de ese día el pueblo cambió de nombre y le llamaron
LIBERTAD.



Os deseo a todos que améis la libertad como los habitantes del pueblo de Sara y Don Mateo.


Un abrazo a todos de vuestro amigo. 




Javier


miércoles, 6 de noviembre de 2019

EL PESO DEL AGUA

El baño estaba en la última habitación del largo pasillo; el plato de la ducha vacío. Corrió la cortina. Las anillas de plástico se deslizaban con dificultad. Ella introdujo primero un pie, después el rezagado y entró de puntillas. Sin dejar de mirar el brazo metálico, abrió el grifo y resonaron las cañerías hasta que el agua asomó. Un chorro abundante de agua muy caliente cayó sobre su espalda. Se apartó. Alargó la mano y giró la llave del agua fría. Puso las yemas de los dedos en el chorro y colocó su cuerpo desnudo bajo la ducha. Las paredes se impregnaban de vapor. Se apoyó en el ángulo que formaban  y cerró los ojos. Vencida por el peso del agua, deslizaba su espalda por la superficie empapada hasta llegar a sentarse.

   
—¡Como esperaba este momento! Sentía el peso del agua muy caliente, sobre mi espalda y a ti, entre mis sueños y deseos, a mi lado para siempre.

— Creía que te habías olvidado y no me reclamabas.                                                                                                                       
 — No podría dejar de hacerlo, porque siempre estabas presente. Dudaba si evocarte era un hábito, una obsesión o era verdadero amor. No me importaba. Sabía que cuando te llamara vendrías a mí, te instalarías en mi mente y, sin estar, serías capaz de cerrar mis ojos, evocar tu amor y hacerte dueño de mi voluntad, que dirigías a las partes más sensuales de mi cuerpo. Sentía tus manos acariciándome, tu voz y tus besos. Te imaginaba tan cerca de mí que el deseo se hacía más intenso y yo me esforzaba hasta alcanzar el amor extremo para los dos. 

—Sabías que lo deseaba como tú y esperaba... 


—Necesitaba sentirte más cerca. Te dejaba que me besaras sin medida, hasta perder el control de mi mente. Un leve gesto hacía que te situaras a mi espalda y entonces me abrazaras; yo te dejaba hacerlo y te pedía que apoyaras tus labios en mi nuca.

—Yo sabía lo que pretendías al sentir tu pecho firme. Lentamente, paseaba mis labios sin apenas rozarte y bastaba con insinuar la intención para que suspiraras.






Largo silencio. Repicoteaban las gotas de agua caliente. El chorro de agua se deshacía al llegar a su cuerpo y en forma de gotas se deslizaba hasta alcanzar el vientre y otras, continuaban el surco entre sus piernas. En la tranquilidad del baño, solo alterada por el ruido del agua, se sentían suspiros y gemidos.

—En mi mente estaba la última vez, cuando me acariciabas sin final. Yo buscaba tu mano y, de manera refleja, la llevaba hasta el comienzo del amor. Te seducía. Respondías. Seguías avanzando. No podía contenerme. Todo mi cuerpo te esperaba.

—Ese gesto era la llamada para que el placer se abriera paso. Sí, era yo. Quería entregarte la sensualidad, la que hasta ahora te habías negado. Cuando pensabas en mí y en la forma como te acariciaba, tus miedos, las inhibiciones y la culpabilidad desaparecían. Hasta aquel día en que imaginaste que, bajo el peso del agua, separaba tus piernas y me dejaste comprobar que tus deseos respondían a los míos y bastaba mi insistencia para alcanzar el límite del amor.

Tu respuesta a mis suspiros fue suficiente. Tus palabras descansaron en mi piel y se extendieron por mi pecho. Sí, lo recuerdo, no había sentido así jamás; porque fue gracias a ti, a mis fantasías y al peso del agua.




Javier Aragüés (noviembre de 2019)