miércoles, 6 de noviembre de 2019

EL PESO DEL AGUA

El baño estaba en la última habitación del largo pasillo; el plato de la ducha vacío. Corrió la cortina. Las anillas de plástico se deslizaban con dificultad. Ella introdujo primero un pie, después el rezagado y entró de puntillas. Sin dejar de mirar el brazo metálico, abrió el grifo y resonaron las cañerías hasta que el agua asomó. Un chorro abundante de agua muy caliente cayó sobre su espalda. Se apartó. Alargó la mano y giró la llave del agua fría. Puso las yemas de los dedos en el chorro y colocó su cuerpo desnudo bajo la ducha. Las paredes se impregnaban de vapor. Se apoyó en el ángulo que formaban  y cerró los ojos. Vencida por el peso del agua, deslizaba su espalda por la superficie empapada hasta llegar a sentarse.

   
—¡Como esperaba este momento! Sentía el peso del agua muy caliente, sobre mi espalda y a ti, entre mis sueños y deseos, a mi lado para siempre.

— Creía que te habías olvidado y no me reclamabas.                                                                                                                       
 — No podría dejar de hacerlo, porque siempre estabas presente. Dudaba si evocarte era un hábito, una obsesión o era verdadero amor. No me importaba. Sabía que cuando te llamara vendrías a mí, te instalarías en mi mente y, sin estar, serías capaz de cerrar mis ojos, evocar tu amor y hacerte dueño de mi voluntad, que dirigías a las partes más sensuales de mi cuerpo. Sentía tus manos acariciándome, tu voz y tus besos. Te imaginaba tan cerca de mí que el deseo se hacía más intenso y yo me esforzaba hasta alcanzar el amor extremo para los dos. 

—Sabías que lo deseaba como tú y esperaba... 


—Necesitaba sentirte más cerca. Te dejaba que me besaras sin medida, hasta perder el control de mi mente. Un leve gesto hacía que te situaras a mi espalda y entonces me abrazaras; yo te dejaba hacerlo y te pedía que apoyaras tus labios en mi nuca.

—Yo sabía lo que pretendías al sentir tu pecho firme. Lentamente, paseaba mis labios sin apenas rozarte y bastaba con insinuar la intención para que suspiraras.






Largo silencio. Repicoteaban las gotas de agua caliente. El chorro de agua se deshacía al llegar a su cuerpo y en forma de gotas se deslizaba hasta alcanzar el vientre y otras, continuaban el surco entre sus piernas. En la tranquilidad del baño, solo alterada por el ruido del agua, se sentían suspiros y gemidos.

—En mi mente estaba la última vez, cuando me acariciabas sin final. Yo buscaba tu mano y, de manera refleja, la llevaba hasta el comienzo del amor. Te seducía. Respondías. Seguías avanzando. No podía contenerme. Todo mi cuerpo te esperaba.

—Ese gesto era la llamada para que el placer se abriera paso. Sí, era yo. Quería entregarte la sensualidad, la que hasta ahora te habías negado. Cuando pensabas en mí y en la forma como te acariciaba, tus miedos, las inhibiciones y la culpabilidad desaparecían. Hasta aquel día en que imaginaste que, bajo el peso del agua, separaba tus piernas y me dejaste comprobar que tus deseos respondían a los míos y bastaba mi insistencia para alcanzar el límite del amor.

Tu respuesta a mis suspiros fue suficiente. Tus palabras descansaron en mi piel y se extendieron por mi pecho. Sí, lo recuerdo, no había sentido así jamás; porque fue gracias a ti, a mis fantasías y al peso del agua.




Javier Aragüés (noviembre de 2019)

1 comentario:

Unknown dijo...

Simplemente hermoso!!!