jueves, 11 de mayo de 2017

LA CASONA

Con la brusca frenada el coche derrapó en el parterre junto al porche. En la casa la luz en la segunda planta hacía sospechar la presencia de extraños. Fran salió del vehículo de forma atropellada dejando la puerta abierta y Raquel dudaba entre seguirlo o permanecer junto a su hijo David. Fran empujó la puerta sin contemplaciones, el fuerte estruendo  coincidió con la ausencia de iluminación en el interior. Cogió la linterna escondida bajo la escalera y subió los peldaños de tres en tres. Raquel gritaba: "¡Corre, corre!". Ella sabía quiénes eran los intrusos. En el despacho de Fran estaban los documentos que buscaban y en los que se certificaba la adopción de David, el heredero de la propiedad, la casa y la extensión de más de dos hectáreas que la rodeaba.
La Casona, como la llaman los lugareños de la pequeña población próxima a la costa, era un viejo caserón, aislado pero dentro de la aldea, sobre la que la influencia era, a la vez, nula y recíproca. Adornada con árboles milenarios, sofisticados. Las secuoyas, de magnitudes disparatadas, tocaban el cielo y se apoyaban con su cuerpo robusto y amplia cintura en un terreno que no parecía preparado para ello. Robles, hayas y castaños, habituales en esas tierras, junto a enebros, encinas, fresnos y endrinas. Los pinos, también estaban presentes y los que daban un punto sofisticado; magnolios, cedros, tuyas y otras especies protegidas. 







No había tipos de árboles suficientes para representar las historias vividas en aquella mansión. Los arbustos, abundantes planifolios que rodeaban la finca, eran un gran muro natural que aseguraba la privacidad para que no escaparan las vivencias de los propietarios.  Todo surgía de manera ordenada dentro de la dispersión recubierta por una gran moqueta central de verdes caprichosos que rodeaba milimétricamente a todo lo que tenía la desfachatez de atravesarlo. Sin olvidar que el abrigo de la casa cambiaba de color, la cubría sin permiso en cada estación. La responsable era la hiedra. La abrazaba hasta cambiar el color de su cara, desnuda en  invierno, verde en primavera, rojiza o cobriza en otoño, para lucir policromada en verano. La mesa de madera a los pies de la casa jugaba un papel importante, tabernáculo de sobremesas de cada día. Había una leyenda que envolvía a la mansión y afirmaba  que un indiano la mandó construir a finales del siglo XIX, gracias a la fortuna que había apilado  como  terrateniente en los campos  de caña y tabaco, aunque los rumores se la atribuían  a sus actividades como negrero.


David, según el testamento del padre de Raquel –bisnieto del negrero-, se iba a convertir en el heredero de toda la hacienda, siempre que fuera el hijo legítimo y consanguíneo del matrimonio. Cumplía uno de los dos requisitos. El embarazo y nacimiento de David se había llevado acabo con la total discreción y complicidad en la pareja. En este caso, David no sería el heredero y  la herencia designaba a Pablo, el primogénito, hermano de Raquel.  




CONTINUACIÓN DE LA NOVELA LA CASONA  A GRANDES RASGOS

El matrimonio tenía mucho interés en que David obtuviera la herencia. Eran mezquinos rozando la cicatería y pretendían cambiar sus vidas al conseguir la propiedad. Pablo era meticuloso y desprendido. En oposición al carácter de su hermana Raquel, que no respetaba los valores ni los deseos de su padre. Aunque Raquel era la verdadera madre de David, para soslayar la esterilidad de Fran habían recurrido al banco de esperma de ahí la naturaleza de la paternidad que debía ser ocultada. Pero aquellos hombres, comisionados por Pablo, querían encontrar la verdad entre aquellos documentos y poner en evidencia la ilegitimidad del heredero. Los dos hombres se precipitaron escaleras abajo con un fajo de documentos. Se tropezaron con Fran que propinó un fuerte golpe con la linterna al que llevaba los papeles. Cayó inerte mientras al otro lo retuvo Raquel empuñando un revolver. Raquel y Fran habían conseguido evitar que David no fuera desheredado y no perder ellos también. Ante la situación: un cuerpo evidencia de un homicidio y un testigo no deseado ¿Cómo deshacerse del cuerpo? ¿O cómo comprar la voluntad del superviviente? Resolvieron ambas cosas. Utilizaron al superviviente  para hacer desaparecer a la víctima simulando un accidente e involucrándole en los hechos. Al ver de lo que eran capaces compraron su silencio con amenazas a la integridad de su familia, Esta opción encajaba con sus intereses y daba forma a resolver y así falsear los documentos convenciendo del engaño a Pablo.
La vida de la familia se complicó al averiguar Raquel en el banco de esperma, tras haber sobornado y amenazado al técnico responsable del error, que David, genéticamente, era hijo de Pablo. Raquel tuvo que ser ingresada en un psiquiátrico, Fran abandonó el hogar y Pablo se encargó de la custodia de su “so-bri-no” David.

Javier Aragüés (mayo de 2017)



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