EN EL ASCENSOR
Coincidimos. Yo estaba dentro y no me esperaba. Palabras
intrascendentes hasta que el ascensor se detuvo. Bajamos en la misma planta sin
olvidarnos nada. Recogimos las pocas palabras a la espera de otra cita a
ciegas. Al día siguiente volvió a pasar. Me esperó en el pasillo callada y
reprochó mi quietud:
-Tampoco hablas -me dijo ella.
-Somos seres amorfos que se complementan en silencio -contesté con
voz tenue.
-Si supieras lo que pienso quizás no me dejarías bajar en la
planta fatídica, la del adiós.
-Se lo que piensas y para que sea posible es mejor no nombrarlo.
Te miro, me respondes con tus ojos y eso basta - respondí convencido
Javier
Aragüés (mayo 2017)
REENCUENTRO (me gusta el chico de la segunda fila)
Después de años, me invitó a subir a aquel cuarto destartalado del
rastro madrileño. Yo la miraba, ella no advertía mis ojos. Sobre las sábanas,
de la cama eternamente deshecha, tuve la
duda de si me adivinaba o sentía como yo. Un abrazo y sus pechos
clarificaron el titubeo, despareciendo el temor. Los dos enroscados por el
fuego no nos atrevimos a hablar para evitar que lo alcanzado se apagase.
Javier Aragüés (mayo 2017)
Todos esperábamos su marcha
menos él. Se fue sin despedirse hasta el día de pasar cuentas. Sentados a su
alrededor nos mirábamos pidiendo explicaciones del porqué de su partida. Nadie se
atrevía a dirigirle la palabra hasta que David, el más pequeño, preguntó: “¿Qué
haces tumbado? Nosotros nos vamos, ¿Y tú? “
Javier
Aragüés (mayo 2017)
DEJAR
DE FUMAR
Manejaba con soltura la
forma de torturarse sin llegar a la extinción. Un día haciendo caso de
recomendaciones ajenas, tomó la decisión de cambiar de tortura y se prestó a ser
el que administraba la intensidad del dolor. Lo disfrazaba de promesas que
incumplía. Mañana fumaré solo diez cigarros y así hasta dejarlo. Murió por
falta de voluntad.
Javier Aragüés (mayo 2017)
EL
DÍA DEL INCENDIO
Nadie esperaba que
Natalia fuera capaz. Se levantó, amontonó una pila de libros y comenzó a leer.
No paraba, también por la noche: solo se iluminaba con una vela robusta por lo
que confiaba en su duración. Después de semanas con los ojos exhaustos seguía
leyendo mientras la vela se consumía. Aquella noche el cansancio y el sueño la
vencieron. Al caer sobre el tomo se cerró el libro y prendió la llama interna que hoy sigue sin extinguir.
Javier
Aragüés (Mayo 2017)
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