¡No puedo más! Llevo más de cinco minutos debajo del grifo. Estoy a punto de
reventar. Me siento a la vez, fofo e hinchado. Jaime es el responsable de mi
estado. Este chaval, es un niño mal educado. Sus padres no piensan en los
demás, son incívicos, pero eso sí, presumen de ser apolíticos. Son un par de
iletrados. Se sienten capaces de educar hijos, y son una fábrica de
tarambanas.
No dejo de pensar en lo que he sido hasta ahora. Un ser inerte, ligero y casi ingrávido. Estaba sometido al capricho del viento y no por eso era un pusilánime.
Cuando tenía que expresar como me sentía, como me definía, siempre manifestaba:
No dejo de pensar en lo que he sido hasta ahora. Un ser inerte, ligero y casi ingrávido. Estaba sometido al capricho del viento y no por eso era un pusilánime.
Cuando tenía que expresar como me sentía, como me definía, siempre manifestaba:
"Soy libre como la aguja de la brújula, que
pudiendo indicar cualquier dirección, siempre señala el norte y lo
hace con convicción".
Quizás simplificaba en exceso, si consideraba lo que para Leibnitz era la libertad. Él intentaba conciliar el concepto de voluntad libre, con el de un cierto determinismo. Por lo que mi definición simple, coloquial, recurriendo a un símil del instrumento que servía para orientarse, se veía reforzada. Atisbaba que la libertad no era solo una categoría, era un derecho.
La realidad indicaba que todas estas consideraciones surgían debido a que estaba solo, demasiado solo y esa era la explicación de porqué hoy estaba entre las manos de un mequetrefe.
Casi olvidaba que no podía moverme con tal cantidad de agua dentro de mí. Sentía las manos de Jaime manoseándome y hundiendo los dedos sobre mí. Adoptaba cualquier forma caprichosa provocada por los movimientos de la masa de fluido que Jaime me había obligado a ingerir. Y todo esto ¿por qué?
Hay veces que los compañeros no se
eligen y aquí entro yo. A Jaime solo le sirvo para hacer gamberradas. Y aunque
no puedo rebelarme, eso no impide que sea crítico.
¡Buenooo! Ahora toca correr. Subimos las
escaleras, de dos en dos, de tres en tres. Abre la puerta, llegamos a la
terraza. Tengo la sensación de que Jaime me va a empujar al vacío. No
puedo evitar asomarme desde la balaustrada. Me sujeta entre sus manos y me
aprieta, estoy a punto de reventar. Antes de tirarme tengo tiempo para
reflexionar.
Ante mí, la gran ciudad. Identifico su
perfil-el sky
line para los para anglosajones y esnobs- donde la vista busca descansar. La contaminación crea esa neblina tóxica, opaca, densa, amarilla, negruzca, grasienta, pegajosa y a la que todos -casi todos- llamamos esmog.
line para los para anglosajones y esnobs- donde la vista busca descansar. La contaminación crea esa neblina tóxica, opaca, densa, amarilla, negruzca, grasienta, pegajosa y a la que todos -casi todos- llamamos esmog.
Barcelona |
Sobre
las aceras, apenas distingo puntos gruesos coloreados, se mueven en todas
las direcciones.
Todos corren. En aquella esquina, dos discuten, aunque no les oigo. ¡Si, si! aquel es Óscar, el que está en el paro. Con el tiempo se ha atrevido a mendigar y se le ha olvidado querer. Tampoco le quieren. Hoy también, el punto rubio, se detiene. Los demás puntos pasan de largo, apenas le ven. Como cada día, ahí está, ese punto, el blondo, el que se disfraza de amarillo dorado los días que se siente optimista. Al llegar a Oscar, se inclina, le deja una moneda y le susurra algo, desde aquí no la entiendo. Óscar la conoce, sabe su nombre, Alicia. Se comunican sin necesidad de hablar. Hoy Alicia, coge de la mano a Oscar. Se dirigen a un gran parque, al otro lado de la avenida, limpio de esmog.
Todos corren. En aquella esquina, dos discuten, aunque no les oigo. ¡Si, si! aquel es Óscar, el que está en el paro. Con el tiempo se ha atrevido a mendigar y se le ha olvidado querer. Tampoco le quieren. Hoy también, el punto rubio, se detiene. Los demás puntos pasan de largo, apenas le ven. Como cada día, ahí está, ese punto, el blondo, el que se disfraza de amarillo dorado los días que se siente optimista. Al llegar a Oscar, se inclina, le deja una moneda y le susurra algo, desde aquí no la entiendo. Óscar la conoce, sabe su nombre, Alicia. Se comunican sin necesidad de hablar. Hoy Alicia, coge de la mano a Oscar. Se dirigen a un gran parque, al otro lado de la avenida, limpio de esmog.
El oxigeno, las plantas y otras parejas
de puntos enamorados, invitan a pasear. Óscar y Alicia se pierden entre los arbustos.
Pasa el tiempo. Jaime me estruja aún
más. La situación, para mí, se hace insostenible. Me acerca a la barandilla,
saca sus brazos, sigo entre sus manos, me va a soltar. Espera a que haya una
mayor concentración de puntos sobre la acera. Abre sus manos. Al caer, noto
como penetro en el aire a gran velocidad. Jaime se asoma para ver mi caída. Calcula
mal y lo hace en exceso, la barandilla cede y se precipita. Debido a su peso, me
alcanza y me sobrepasa.
Alicia y Óscar corren hacia el grupo de
gente que se ha concentrado en un de las aceras de la avenida.
Alicia pregunta a una de las personas.
“¿Qué ha ocurrido”
Varios individuos, agitados, contestan.
“¡Una desagracia, una fatalidad! Un
muchacho ha caído desde la terraza y todo parece que ha ocurrido por jugar con
un globo”.
(Javier Aragüés, noviembre de 2017)
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