Raúl era un hombre de mediana edad, enjuto y algo consumido; su camisa marcaba un descarado esternón del que arrancaban todas las cuadernas que envolvían sus fatigados pulmones. En la cara destacaba un color de piel blanco marfil testigo de la ausencia de contacto con la luz del sol. Cada mañana, fuera laborable o festivo —los lunes era su día libre— repetía la misma rutina; caminaba despacio hasta el vestuario, disimulado por una pequeña puerta a la derecha del hall del museo, colgaba su gabán y lo sustituía por una chaqueta azul marino desolado, limitada por un leve ribete dorado a juego con los botones de la empuñadura, después se encajaba la gorra de plato sobre su cabeza despoblada. La prenda iba rematada por un escudo centrado con dos letras mayúsculas, también doradas, las siglas MN — Museo Nacional— coronaban la gorra con dignidad e imprimían respeto.
Raúl siempre ocupaba la misma sala, un espacio reducido dedicado al fauvismo. Tenía la ventaja de no ser la más visitada pero los que acudían eran verdaderos amantes de la pintura, aunque también se descolgaba algún despistado preguntando por pinturas reconocidas de Matisse o Raoul Dufy. No era su obligación atenderles, pero sentía satisfecho de poder ser útil y les contestaba empleando la misma frase, silabeada muy poco a poco y según el día se veía obligado a repetir en varias ocasiones: "En este museo no". Se ayudaba con su dedo índice que oscilaba a ambos lados a la vez que negaba con la cabeza.
Las tardes eran mucho más tranquilas y aprovechaba para disfrutar de la pintura y en particular de un cuadro que le fascinaba "Mujer con Sombrero" de Henry Matisse. Aunque no estaba colgado en el museo lo admiraba en una de las páginas del libro de pintura: Las Pinacotecas del Mundo. Su procedencia humilde y las circunstancias le habían obligado a ser autodidacta. Poco a poco leyendo libros de pintura se había convertido en un especialista en postimpresionistas y desde allí, había evolucionado hasta quedar atrapado por el fauvismo. Aunque el movimiento estaba enraizado en la obra de Gaugin y sus pinturas al óleo, para él, Henry Matisse era el fauvista indiscutible.
Siempre ocupaba su puesto de pie en la sala, sin perder de vista las cuatro paredes, mientras releía un libro de pintura de la biblioteca del museo. Resonaba la calma hasta que el reloj de la torre del ayuntamiento dejaba caer las seis. Como un resorte, con un gesto seco alargaba las mangas de la chaqueta, repasaba el nudo de la corbata y aseguraba la gorra. En medio del silencio de las salas, dos tacones entrechocaban con el suelo de mármol y el sonido de los impactos avanzaban hasta el espacio donde Raul estaba de vigilante. Él la esperaba y ella altiva buscaba un banco desde donde observar el cuadro de Matisse. Habían hablado muchas tardes y ella conocía las preferencias pictóricas Raúl, en particular por "Mujer con Sombrero". Al sonar los golpeteos de tacón en la puerta de la sala, ella entró desplegando color, su cara con un maquillaje muy cuidado, resaltaba los colores puros: rojos, verdes y morados. Los contornos se marcaban por una linea gruesa de color negro, realzada por el rímel. Era una belleza compulsiva, alejada de lo tradicional, rematada por un gran sombrero que parecía sobrevolarla.
Raúl al verla, casi se desplomó. Junto a él, su obsesión se había encarnado. La podía hablar, acariciar y enamorarla. La miró, ella no le rechazaba, le deseaba. Raúl agitado se aproximó con respeto. Con los dedos recorrió sus labios. Ella con una sonrisa sensual, le ciñó a su pecho. Por el cuerpo de Raúl ascendían todas las sensaciones y se encendían todo los sentidos.
El museo cerraba, se iban apagando las luces de las salas que sorprendieron a Raúl. La oscuridad inundaba todos los espacios. Se hizo el silencio.
Angustiado pidió que las encendieran. La sala estaba vacía y a la entrada, en el suelo, el libro de pintura abierto por la lámina de "Mujer con Sombrero". La página estaba en blanco.
Raúl siempre ocupaba la misma sala, un espacio reducido dedicado al fauvismo. Tenía la ventaja de no ser la más visitada pero los que acudían eran verdaderos amantes de la pintura, aunque también se descolgaba algún despistado preguntando por pinturas reconocidas de Matisse o Raoul Dufy. No era su obligación atenderles, pero sentía satisfecho de poder ser útil y les contestaba empleando la misma frase, silabeada muy poco a poco y según el día se veía obligado a repetir en varias ocasiones: "En este museo no". Se ayudaba con su dedo índice que oscilaba a ambos lados a la vez que negaba con la cabeza.
Las tardes eran mucho más tranquilas y aprovechaba para disfrutar de la pintura y en particular de un cuadro que le fascinaba "Mujer con Sombrero" de Henry Matisse. Aunque no estaba colgado en el museo lo admiraba en una de las páginas del libro de pintura: Las Pinacotecas del Mundo. Su procedencia humilde y las circunstancias le habían obligado a ser autodidacta. Poco a poco leyendo libros de pintura se había convertido en un especialista en postimpresionistas y desde allí, había evolucionado hasta quedar atrapado por el fauvismo. Aunque el movimiento estaba enraizado en la obra de Gaugin y sus pinturas al óleo, para él, Henry Matisse era el fauvista indiscutible.
Siempre ocupaba su puesto de pie en la sala, sin perder de vista las cuatro paredes, mientras releía un libro de pintura de la biblioteca del museo. Resonaba la calma hasta que el reloj de la torre del ayuntamiento dejaba caer las seis. Como un resorte, con un gesto seco alargaba las mangas de la chaqueta, repasaba el nudo de la corbata y aseguraba la gorra. En medio del silencio de las salas, dos tacones entrechocaban con el suelo de mármol y el sonido de los impactos avanzaban hasta el espacio donde Raul estaba de vigilante. Él la esperaba y ella altiva buscaba un banco desde donde observar el cuadro de Matisse. Habían hablado muchas tardes y ella conocía las preferencias pictóricas Raúl, en particular por "Mujer con Sombrero". Al sonar los golpeteos de tacón en la puerta de la sala, ella entró desplegando color, su cara con un maquillaje muy cuidado, resaltaba los colores puros: rojos, verdes y morados. Los contornos se marcaban por una linea gruesa de color negro, realzada por el rímel. Era una belleza compulsiva, alejada de lo tradicional, rematada por un gran sombrero que parecía sobrevolarla.
Raúl al verla, casi se desplomó. Junto a él, su obsesión se había encarnado. La podía hablar, acariciar y enamorarla. La miró, ella no le rechazaba, le deseaba. Raúl agitado se aproximó con respeto. Con los dedos recorrió sus labios. Ella con una sonrisa sensual, le ciñó a su pecho. Por el cuerpo de Raúl ascendían todas las sensaciones y se encendían todo los sentidos.
El museo cerraba, se iban apagando las luces de las salas que sorprendieron a Raúl. La oscuridad inundaba todos los espacios. Se hizo el silencio.
Angustiado pidió que las encendieran. La sala estaba vacía y a la entrada, en el suelo, el libro de pintura abierto por la lámina de "Mujer con Sombrero". La página estaba en blanco.
Javier Aragüés (Octubre 2014)
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