miércoles, 11 de marzo de 2015

MEMORIA HISTÓRICA. ENTREVISTA NOVELADA A FEDERICO GARCIA LORCA DESDE EL PRESENTE (Presente) Libro 6

"Yo creo profundamente en la diferencia entre la historia y la memoria; permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras que la historia adopta necesariamente la forma de un registro, continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas, la memoria se asocia a unos propósitos públicos, no intelectuales: un parque temático, un memorial, un museo, un edificio, un programa de televisión, un acontecimiento, un día, una bandera. Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; los encargados de elaborarlas se ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas, a veces con la mejor de las intenciones, otras veces no. En todo caso, no pueden sustituir a la historia."


Pero, ocurrió...

"En la madrugada del 18 de agosto de 1936, Federico García Lorca fue fusilado junto a un olivo en la carretera que une las localidades de Víznar y Alfacar. Se trataba del final de una historia llena de rivalidades políticas en la ciudad en la que habitaba "la peor burguesía de España", como dijo el poeta. También fue el comienzo de otra historia plagada de silencio, un tiempo de fosas cerradas sobre las que se dejaban piedras, desmemoria y vergüenza."

EL PAÍS:  FERNANDO VALVERDE.  GRANADA 10 DIC 2009



Ha habido que esperar más de setenta años para hablar como concepto de Memoria Histórica en España, pero estamos lejos de su conocimiento y reconocimiento. 

Ya han pasado más de ochenta años y los vencedores de la guerra que ellos mismos provocaron, son incapaces de reconocer  —menos reparar— los acontecimientos no vividos directamente, sino que transmitidos por otros medios   —un registro intermedio entre la memoria viva y las esquematizaciones de la disciplina histórica.​ 




"La memoria histórica se viene a designar como la memoria colectiva, en donde la define como la memoria de acontecimientos no vividos directamente, sino transmitidos por otros medios, un registro intermedio entre la memoria viva y las esquematizaciones de la disciplina histórica. “Otros conceptos que convergen en el mismo son: memoria colectivapolítica de la memoria (memoria colectiva, el de política de la memoria (politics of memory) o política de la historia  (Geschichtspolitik) of memory) o política de la historia (Geschichtspolitik)."










Presente: Siempre quedó algo por saber que no estaba en los versos. ¿Qué pasó en aquellos años de tu vida?

Federico: La tertulia "El Rinconcillo" en Granada fue detonante intelectual y una gran explosión en las cabezas de los señoritos.Viví en Granada, después en Madrid en la Residencia de Estudiantes,  hervidero cultural. Muchos  personajes universales, como Albert Einstein, Mari Curie o John Keynes, residentes, catalizaron mi formación. Conocí a Luis, a Salvador y a Rafael, con los que mi relación, más que próxima, fue eterna. Estuve en Sevilla para homenajear a Góngora. Un grupo de intelectuales y artistas de una misma generación  nos reivindicamos como "La del 27".

Presente: Lo cierto es que tu madurez como poeta se oscureció al renegar del Romancero Gitano.

Federico: Esta etapa de melancolía en los poemas se produjo por la aproximación al costumbrismo y al mito de la "gitanería". 
Fue la ausencia de amor lo que me entristeció, además de las tropelías.

La separación de Emilio, al que estuve unido intensa y sentimentalmente, alargó la crisis pasajera.

Seguí escribiendo y la vida dejó de ser un barbecho de palabras.

Presente: ¿Hasta el último día?

Federico: No, hasta hoy. No quería verme solo, desnudo, arrojado a una fosa contra mi voluntad y sangrando los pensamientos. La luna era mi compañera en esa larga noche de estrellas. 
Creo que no me mataron, ni el frío, ni el miedo, ni mi forma de amar; fueron ellos. Recé durante los preparativos del sacrificio cruento y después bajo tierra, hasta que me oyeras.



*****




¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
Apaga tus luces verdes
que viene la benemérita...

¡Oh ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te queman



(Poema a la Guardia Civil)
Del Romancero Gitano de Federico García Lorca





Javier Aragüés (marzo 2015) 
        


domingo, 8 de marzo de 2015

DESCONOCIDO Libro 6

 Después de una larga jornada, el martilleo agudo del motor de los pesqueros rompía la calma instalada en la dársena. Desde el muelle, los pescadores recostados en las cubiertas de los barcos parecían ajados, con un rictus estático e indefinido; se mostraban somnolientos y en silencio, solo cuando las capturas y la mar eran propicias lucían semblantes radiantes, resaltados por su piel curtida y el salitre.

Esa mañana las redes estaban a punto de rasgarse. Al izarlas una y otra vez, esparcían por la cubierta capas espesas y homogéneas de luminosas lentejuelas que rebrincaban sin control. El patrón gritó: "¡buena pesca!". La tripulación, sin dejar de faenar, levantaba ligeramente la cabeza y algunos marineros le saludaban con una sonrisa y un gesto de aprobación. El patrón, desde el puente, gobernaba la embarcación. Era un marino experto, zarandeado por muchas horas de mar; para él, su única misión era de devolver el barco y la tripulación a puerto.

Cuando el pesquero asomaba por la rada, hombre y barco no se diferenciaban. Los habitantes del pueblo costero al avistarle gritaban: "¡Ya llega EL CENTAURO!"; así se llamaba el barco y también era el apodo del capitán.




Diego era uno de los tripulantes del pesquero; cada día al finalizar su trabajo y cuando regresaban a puerto, se apoyaba en la borda y pensativo mirando el mar, daba un repaso a la jornada agarrado a una botella de aguardiente. Ese día no recordaba si se había despedido de Teresa, — su compañera— desde hacía dieciocho años que vivían juntos. Le decía adiós, antes de salir a pescar. Ella le correspondía esperándolo cada tarde en el muelle. 


El mar comenzó a rizarse y a oscurecer su color; mecía la embarcación con facilidad y en cubierta el resto de marineros se apremiaban. Al salir del caladero un murmullo exacerbado agitaba las masas de agua desde las profundidades; el ruido creció hasta hacerse estridente y se convirtió en fuerte oleaje. El mar desafiaba, los hombres se refugiaban en brillantes chubasqueros verdes o amarillos, estampados de sangre por la pesca y asegurados por mosquetones a los pasamanos de cubierta. Un embate de mar lanzó a Diego por la borda. Varias voces gritaron: ¡Hombre al agua! ¡Hombre al agua! Como si así impidieran que el cuerpo desapareciera. Los brazos de Diego se agitaban buscando algo a que sujetarse, pero encontraban la nada; su cuerpo quedó a la deriva y el hombre emergía una y otra vez, hasta que desapareció. Solo, en un mar agitado teñido de verde turbio, blanco espuma y morado penitente;  tonos apagados y revueltos de un azul ausente. Para él, la vida se iba por instantes. 







Diego logró asirse a un viejo tablón, resto de algún naufragio. El mar después de varios días lo devolvió a una playa próxima al pueblo, después de jugar con él sin descanso hasta desfigurarlo.

La mujer lo encontró sin síntomas de vida. Le puso en la boca un pañuelo empapado en agua dulce para aliviar la sed y el escozor de las llagas en los labios desollados. Diego abrió los ojos.  
Extenuado, con la visión turbia, no reconocía el lugar; la textura de la arena le resultaba familiar; era tan fina que al caminar se hundía sin permiso hasta poder dar el siguiente paso. Lo intentaba, no podía mantenerse erguido y la mujer, cogiéndole
bajo los hombros, lo arrastró  hasta su casa con gran dificultad. Lo tumbó sobre un camastro donde permaneció durante muchos días.

Ella le hablaba. Diego, impasible, no veía ni sentía. Permaneció postrado y ausente durante varios meses. La fuerte conmoción le mantenía inconsciente. Ella siguió atendiéndole hasta que comenzó a caminar, pero Diego seguía sin recuperar la razón.

Esa mañana, después de cuidarle como hacía todos los días, abrió el armario del dormitorio que llevaba cerrado desde que Diego volvió a casa. 
Al abrirlo, un fuerte olor a humedad y a ropa usada invadió la estancia; un aluvión de recuerdos se precipitó, como el cúmulo de sufrimientos que había soportado durante tiempo.

Acostumbrada a vivir sin él, sacó del armario la ropa fría y sin vida para deshacerse de ella como tratando de difuminar lo evidente. El olor l
e recordaba a la entrada a puerto, cuando él bajaba bebido del CENTAURO y se arrastraba a trompicones hasta llegar a casa; sin mediar palabra, la pegaba hasta que ella era insensible a los golpes. 

Diego no se recuperaba. Las consecuencias de la caída al mar se hicieron irreversibles; perdió la vista, la movilidad y era incapaz de recordar. 


A Teresa, la vida le había dado un vuelco y asumió la coexistencia junto a un ser desconocido. 
Se consolaba al pensar que no volvería a acudir cada tarde a la llegada del CENTAURO. 


Javier Aragüés (marzo 2015)