domingo, 13 de diciembre de 2015

VISITA A LISBOA


Abril de 1983. Por las calles proliferan los modelos masculinos con trajes de campaña y toques asilvestrados. Griterío en las calles. Para muchos, días de alegría. ¡Adiós, a los de siempre! En la Lisboa adoquinada desfilan inusuales guerreros de la paz. Lanzan piropos a la libertad.

De pie, en el café A BRASILEIRA, comento con Amália la sentencia de Pessoa. "Auxiliar a alguien, amiga mía, es considerarlo incapaz; y si no lo es, es suponerlo o convertirlo en tal” (El banquero anarquista).  Discutimos. Opino que la primera parte significa desprecio. Amalia disiente. “Toda la afirmación conduce a la tiranía”. La discusión se enmaraña. Ahora,  de la mano, nos concedemos la reconciliación. Los habituales desencuentros se zanjan con apasionamientos fugaces. Yo, con más fuerza. Ella lo imprescindible.

Las exaltaciones en las calles se amortiguan con la noche. Caminamos hasta el Chiado. Descubro una pensión sin pretensiones. En el cuarto, el sosiego y las sombras del silencio consienten impulsos sensuales. Me entrego sin condiciones. Busco su sonrisa. Mientras, Amália mira al techo. No encuentra a su amante. Fermín, camarero del A BRASILEIRA, irrumpe en la estancia. Yo, atónito.  Amália, le invita a pasar. A mí, a olvidarla.

Fermín  alterna la profesión de mozo del café, con la de proxeneta por las noches en el barrio de Mouraria.  Repeina los cabellos con la carda. Esconde la herramienta en el bolsillo trasero del pantalón, mientras apoya la espalda y un pie en la fachada mugrienta de una casa. Es responsable, junto al fado, de que no caiga. Protege a sus chicas. No las deja reposar. Vigila a los clientes y convence a Amália. Por las mañanas, las mujeres buscan a Fermín. Ella le espera. 










Un café de Lisboa (Josep Mª Cabruja)







Vuelvo años más tarde. En la habitación de un nuevo hotel, sobre la cama, me parece ver un ejemplar abierto de LA CORTESANA. Sarah Dunant. Fermín es el barman del hotel. Acostumbrado a manejar las manos como palabras. Dueño de la noche  me susurra. “Si no has amado, no has vivido”. Atónito  de nuevo, tomo en parte como un desprecio lo que en cierto modo es un reproche. ¡Quizás, todo vuelve a empezar! No parece igual. Me acerco al A BRASILEIRA.  Hay tanto  humo en el ambiente que apenas veo a Amália. Algo envejecida, es incapaz de permanecer en pie. Apenas se apoya en los recuerdos, pero me reconoce.


Fermín maltrata a Amalía hasta someterla. Ya no es la favorita. No le espera ¿Qué ocurre si aquella noche, al mirar al cielo, no encuentra nada? y ¿Si no permite la irrupción del camarero?  Hoy, nuestro amor incipiente pasea por las calles de la Mouraira. Ella busca mis manos para que no escapen los deseos. Yo, la mirada.  Por las ventanas abiertas, huyen los fados. Volvemos al A BRASILIA. En una de la mesas un ejemplar de Cien años de soledad. 


Javier Aragüés (Diciembre 2015)

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