El vecino del ático esperó a que la portera encendiese la luz de la escalera y entrara
en su limitado chiscón. Entonces se encaró con la rata, único vestigio de
vida en un inmueble tétrico. Resonó una voz.
— Los del
primero a ignorancia, pasan y no dejan rastro. Los del segundo van impregnados de efluvios a avaricia, no son capaces de saciar sus ansias de
poseer sin compartir, no saludan y se rodean de un tufo de
insatisfacción. La pereza salpica a todos. Solo la lujuria me confunde con
un olor nada frecuente que se concentra en los pisos más lujosos; pero hace
meses que no huelo a nada
Un fuerte portazo ahuyentó al roedor, que corrió a su escondrijo bajo las maderas del peldaño más cercano, mientras la voz se ocultó tras la puerta del ático.
— Tan guapa como siempre.
— Mi marido me dijo que no traía equipaje y que más que un inquilino parecía una visita. Pero no le hice mucho caso.
Escaleras de Bramante |
— ¿Ya estás aquí otra vez?
— Como nadie nos oye, he salido.
¿Te has fijado en la chica de la falda?
— La he oído partir.
— ¿Por qué te encierras?
— Prefiero pensar, ordenar mis sentimientos para relacionarme. Para mí, estar solo es una elección y está relacionada con la
insatisfactoria vida exterior.
Es más fácil hablar contigo, me ayuda a conocerme, aunque no me contestes.
insatisfactoria vida exterior.
Es más fácil hablar contigo, me ayuda a conocerme, aunque no me contestes.
— Elvira se interesa por ti.
— Solo sé que ha dado un portazo al salir de su casa y se ha
parado a hablar con la portera. No sé nada más.
— Es un alma solitaria como tú, parecéis diferentes
pero algo os une.
— ¿Por qué dices eso?
— Está sola pero elige los momentos para relacionarse, con la diferencia de que ella no quiere pasar
desapercibida y tú sí.
¿Elvira? |
Aunque la portera la abordó, Elvira aceleró el paso y zanjo el encuentro con un: "Mañana le contaré". No se detuvo. Subió al ático y llamó a la puerta entreabierta, que cedió. En el interior buscó al nuevo inquilino. Vio una rata a la entrada, que no se asustaba, corrió por el piso hasta toparse con él y la calmó.
A la mañana siguiente, despertó en su casa. Se vistió como acostumbraba y descendió a golpe de tacón hasta toparse con la portera.
— Ayer venía muy cansada y no me entretuve
en saludarla.
— No tiene importancia. Lo importante es
usted. ¿Ha descansado?
— Perfectamente. Estoy muy animada para empezar la
jornada.
— ¿Le ha visto?
— Bueno. Usted lo sabe.
— Si no me dice algo más.
Elvira sonrió y la portera correspondió confirmando la
complicidad.
— Anoche estuve en su casa. Me encontré una rata. Él no se asustó. Hablamos mucho y él me escuchaba. Es respetuoso
y hoy le he propuesto que salgamos.
— ¿Ha
aceptado?
— Por supuesto.
— ¿A dónde irán?
— Al parque y después comeremos juntos.
— Me alegra señorita Elvira.
Parece que tarda en bajar.
Parece que tarda en bajar.
— No crea, es muy tímido y no lo hará hasta que usted no se retiré.
Salió al
portal esperó unos minutos mientras desaparecía la portera. Paró un taxi e instantes después desapareció. El coche dejó una nube densa de hunos grises y negros provocados por un fuerte acelerón.
La portera
desde el chiscón rumiaba y el murmullo llegaba hasta el ático, por el hueco del ascensor: "Esta se cree que me engaña. El nuevo la ha dejado plantada,
como siempre".
Javier Aragüés (marzo de 2018)
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