sábado, 3 de marzo de 2018

UN VECINO ENIGMÁTICO

El vecino del ático esperó a que la portera encendiese la luz de la escalera y entrara en su limitado chiscón. Entonces se encaró con la rata, único vestigio de vida en un inmueble tétrico. Resonó una voz. 

— Buenos días.

— Eres puntual. ¿Estás dispuesto a charlar?

— Un día caerás en el cepo y no volverás a saludarme.

—Es difícil. Noto el olor de cada vecino y antes de probar los trocitos de queso que hay en el cepo, sé si les han puesto la mano encima. 

— ¿Puedes explicarme a qué huelen?




— Los del primero a ignorancia, pasan y no dejan rastro. Los del segundo van impregnados de efluvios a avaricia, no son capaces de saciar sus ansias de poseer sin compartir, no saludan y se rodean de un tufo de insatisfacción. La pereza salpica a todos. Solo la lujuria me confunde con un olor nada frecuente que se concentra en los pisos más lujosos; pero hace meses que no huelo a nada


Un fuerte portazo ahuyentó al roedor, que corrió a su escondrijo bajo las maderas del peldaño más cercano, mientras la voz se ocultó tras la puerta del ático

Elvira cerraba de golpe para  poner de manifiesto que era una gran diva y estaba dispuesta a salir de casa. Descendía agarrada al pasamano. Cruzaba armoniosamente las piernas.  Solo la limitaba su falda, muy ceñida y con una larga abertura al dorso. Daba un pequeño giro a la punta del zapato, cada vez que notaba el contacto con el escalón, para asegurar un gesto elegante. Deseaba encontrarse con algún vecino. Pese a sus taconazos y suspiros el encuentro parecía imposible. No coincidía con nadie. Llegaba a pensar que el inmueble estaba desocupado. En el bajo se encontró con la portera. Tenía las manos en la cintura y los brazos separados. Estaba plantada delante de su cuartucho, provocando la charla.


— Tan guapa como siempre.

— ¿Usted lo ha visto? Acabo de salir de casa y este edificio parece una tumba.

—Yo no. Creo que llegó el lunes por la tarde, a última hora.

— ¿Quién se lo ha dicho?

— Mi marido. Pero no me fío, se pasa el día adormilado. Es como si no existiera.

— Este hombre es extraño. Nadie lo conoce. Debería haberse presentado, por lo menos a usted.


— Mi marido me dijo que no traía equipaje y que más que un inquilino parecía una visita. Pero no le hice mucho caso.

Elvira no mostró interés por continuar con la conversación. Se apresuró, sin perder la sincronía de sus pasos. En el portal paró un taxi, se aposentó en el asiento trasero e introdujo las dos piernas con habilidad, para no enganchar sus medias y mostrar hasta donde le parecía discreto. Indicó al taxista el nombre de un parque y el coche partió dejando una nube densa de gases grises por el fuerte acelerón.






Escaleras de Bramante




El centro de la escalera estaba vacío para alojar un ascensor que nunca había existido. Desde el garito de la portería, el hueco parecía una gran chimenea. En un extremo solo se oía canturrear a la portera, en el otro, estaba la salida donde se encontraba el último piso. Parecía oírse cómo se abría lentamente la puerta del ático, al son del rechinar de los goznes, mientras la rata asomaba el hocico puntiagudo sobre dos dientes repugnantes, entre las maderas del peldaño deformado. La voz advirtió. 

— ¿Ya estás aquí otra vez?

— Como nadie nos oye, he salido.

— Pienso en ti. Me entristece verte tan solo. 
¿Te has fijado en la chica de la falda?

— La he oído partir. 

— ¿Por qué te encierras?

— Prefiero pensar, ordenar mis sentimientos para relacionarme. Para mí, estar solo es una elección y está relacionada con la 
insatisfactoria vida exterior. 
Es más fácil hablar contigo, me ayuda a conocerme, aunque no me contestes.

— Elvira se interesa por ti.

— Solo sé que ha dado un portazo al salir de su casa y se ha parado a hablar con la portera. No sé nada más.

— Es un alma solitaria como tú, parecéis   diferentes pero algo os une. 

— ¿Por qué dices eso?

— Está sola pero elige los momentos para relacionarse, con la diferencia de que ella no quiere pasar desapercibida y tú sí.

—  No soporto vivir con la carga de no saber querer. He perdido el amor. No quiero mostrar la poca humanidad que hay en mí, ni llamar la atención; me oculto, pero me apasiona que hablen de mí. Tengo que asumir mi estado y vivir encerrado en mí retiro. En libertad, soy un riesgo.



¿Elvira?



Se oyó un murmullo en el portal. Elvira había vuelto y ejecutaba los mismos gestos. Su taxi se detuvo delante del edificio, ella se inclinó hacia el conductor para pagar, cerró el bolso, sujetó su falda con la otra mano, puso los pies en la acera, se incorporó y salió del taxi. Mientras, el coche se alejaba dejando una nube de gases negruzcos tras un acelerón.

Aunque la portera la abordó, Elvira aceleró el paso y zanjo el encuentro con un: "Mañana le contaré". No se detuvo. Subió al ático y llamó a la puerta entreabierta, que cedió. En el interior buscó al nuevo inquilino. Vio una rata a la entrada, que no se asustaba, corrió por el piso hasta toparse con él y la calmó. 


A la mañana siguiente, despertó en su casa. Se vistió como acostumbraba y descendió a golpe de tacón hasta toparse con la portera.


  Ayer venía muy cansada y no me entretuve en saludarla.

   No tiene importancia. Lo importante es usted. ¿Ha descansado?

   Perfectamente. Estoy muy animada para   empezar la jornada.

   ¿Le ha visto?

    Bueno. Usted lo sabe.

    Si no me dice algo más.

Elvira sonrió y la portera correspondió confirmando la complicidad.

  Anoche estuve en su casa. Me encontré una rata. Él no se asustó. Hablamos mucho y él me escuchaba. Es respetuoso y hoy le he propuesto que salgamos. 

 ¿Ha aceptado?

  Por supuesto.

  ¿A dónde irán?

  Al parque y después comeremos juntos.

  Me alegra señorita Elvira. 
      Parece que tarda en bajar.

—  No crea, es muy tímido y no lo hará hasta  que usted no se retiré.

Salió al portal esperó unos minutos mientras desaparecía la portera. Paró un taxi e instantes después desapareció. El coche dejó una nube densa de hunos grises y negros provocados por un fuerte acelerón.


La portera desde el chiscón rumiaba y el murmullo llegaba hasta el ático, por el hueco del ascensor"Esta se cree que me engaña. El nuevo la ha dejado plantada, como siempre".


Javier Aragüés (marzo de 2018)



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