"Javier estuvo afectado por una grave enfermedad. Las cirugías
practicadas provocaron reiterados ingresos y
postoperatorios complicados. Durante estas largas convalecencias
hospitalarias tuvo tiempo y necesidad de reflexionar"
Tras una
grave enfermedad, Javier trataba de recuperar las funciones básicas afectadas
por su enfermedad. Habían alterado la movilidad y la capacidad cognitiva; para
él, era prioritario
recuperarlas. Se encontraba incapaz de desenvolverse con autonomía y tenía que someterse a terapia. Las lesiones físicas y cerebrales sufridas, impedían una reincorporación rápida y tenía que enfrentarse a etapas severas de tratamiento. Durante el proceso e recuperación aparecieron complicaciones, la
recuperarlas. Se encontraba incapaz de desenvolverse con autonomía y tenía que someterse a terapia. Las lesiones físicas y cerebrales sufridas, impedían una reincorporación rápida y tenía que enfrentarse a etapas severas de tratamiento. Durante el proceso e recuperación aparecieron complicaciones, la
mejoría era lenta y el alcance del restablecimiento funcional se hacía
difícil evaluar lo.
Le
dominaban los malos recuerdos de las sucesivas intervenciones quirúrgicas a las
que se había sometido y le surgían los peores pensamientos respecto a una
posible recuperación. Las
alteraciones de funciones orgánicas elementales, eran evidentes y habían
golpeado su integridad. Lo más fácil era dejarse arrastrar hasta un estado de
ánimo que indujera pena. Anímicamente
era una situación que propiciaba adoptar un comportamiento
de autocompasión. Sabía que si lo hacía, podría retroalimentar el
sentimiento de lástima que iría de la mano de una falta de voluntad
creciente y desembocaría en un estado lejos de la recuperación.
Ante este
cúmulo de dificultades, le dominaba la aflicción. Su
estado de ánimo oscilaba, entre el malestar físico, junto a la
incapacidad mental y el abatimiento. No podía moverse ni
ejecutar las tareas más elementales: comer, asearse o vestirse
solo; tampoco podía leer, ni escribir. Era incapaz de mantener el
pulso para escribir su nombre, o un número. El descontrol en la motricidad
y la ausencia de coordinación en sus acciones, hacía que su escritura no fuera
firme, parecía la de un niño cuando comienza su aprendizaje en la escuela.
Cuando tenía que escribir un dígito, daba la orden al cerebro, que reconocía el
número, pero el impulso que le devolvía su órgano central solo le permitía
reproducir un garabato. Su grafismo era tembloroso e ilegible, apenas era
capaz de retener o memorizar. Todas estas evidencias le hacían sentirse incapaz
para desarrollar una vida con autonomía.
Realizaba
ejercicios terapéuticos, muy sencillos para cualquier persona normal, pero él
necesitaba la presencia de un adulto. La mayoría de las acciones
consistían en estimular la movilidad y el intelecto. Le frustraban
sus limitaciones y tener la necesidad de la presencia de un
cuidador. Su estado de ánimo se resumía en un sumidero emocional y de
voluntades cuyo caudal era imposible contener.
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Su motilidad
estaba afectada y tenía que utilizar silla de ruedas. Para asistir a
las sesiones de rehabilitación trasladaban a Javier en transporte
sanitario. Le recogían cada día en su domicilio. Durante bastantes días su
mente estaba fuera de control, confundía lo vivido en el pasado, o
simplemente no lo recordaba.
Al
intentar vencer las limitaciones se producía un rechazo y alteraba
la conducta emocional, que en muchas ocasiones se concretaba en la
desesperación y se resolvía con el llanto. Solo le obsesionaba
reincorporarse a la vida en las mismas condiciones que antes de estar
enfermo o, al menos, poder presentarse ante los demás con un mínimo de
dignidad.
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Durante
muchas noches, sufría pesadillas. Le obsesionaba encontrar algo que le
permitiera resolverlo todo y abandonar el estado de dolor y ausencia de la
realidad. A veces
deliraba y sentía que le sometían a una terapia transformadora, casi
milagrosa. Se veía en el anfiteatro de un aula, repleto de doctores en
medicina, psicología y psiquiatría, y en la corona del aforo, un cinturón de
personas vestidas de blanco, que en sus placas identificativas, aparecían los
nombres de terapeutas y fisioterapeutas. Protegido entre tantos
especialistas, algunos gritaban: "¡Hay que pautar lo
evidente!" En seguida, el grito se convertía en un clamor.
Durante
las noches aparecían episodios de fiebre muy alta y llegaba a pensar que
existía un remedio, una terapia desconocida. Incluso escuchaba el nombre en
boca de los especialistas. Le parecía entender que decían: “¡Triada
Recuperativa!”. Aunque
en su delirio reconocía que no se habían realizado ensayos médicos, ni había
superado los controles pertinentes, parecía que provocaba gran admiración
entre los profesionales. La mayoría de ellos defendía su aplicación y
concretaban la nueva fórmula. En lo
más profundo de sus desvaríos repetía las recomendaciones de médicos y
terapeutas: "La recuperación se producirá si te comportas como
un verdadero ser humano y actúas con integridad, autonomía y
dignidad".
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