Julieta tomó el último tren con destino a un lugar que nunca supe. Hacía años que barajaba la posibilidad de abandonarme pero mi insistencia, mis medias verdades, mis ruegos y mis débiles argumentos de lástima la habían disuadido hasta ese momento.
Aquella mañana, sin hablarme, cogió un bolso de viaje que sin duda había preparado la noche anterior, se enfundó el veterano abrigo azul de paño y salió. No contaba con que yo me hubiera despertado. La llamé varias veces desde el descansillo. Seguí reclamándola; se perdió por el bulevar próximo, frecuentado por parejas que descubrían el amor, como Julieta y yo cuando nos conocimos. Miré a través del ventanal la hilera de árboles que trazaban el camino por donde había desaparecido. No la localicé.
Me vestí precipitadamente
y me eché a la calle con aparente seguridad sin saber a dónde
dirigirme. Era un disfraz del patético personaje en que me había
convertido. Esa era mi conducta desde que ella me
advertía lo planas que eran nuestras vidas desde hacía tiempo y aun así
yo era incapaz de remediarlo. Mi vida transcurría con lentitud; acostumbrado a los reproches, alteraba los momentos de intimidad con la
música, en la que me instalaba dejando pasar las horas.
Como melómano
circunstancial, me era grato refugiarme en cada sinfonía y creía que la
orquesta era mi aliada, hasta el momento en que sonaba el último
compás; yo me ocultaba de ella, y Julieta de mí, así cada
noche. En los últimos días, ella hablaba por
teléfono a media voz y yo subía el volumen del equipo de música cuyos
graves y agudos estaban ajustados, al contrario que mi vida.
Al volver a casa encontré
la puerta del apartamento semiabierta, no recordaba haber sido yo. Entré con
cautela, pero antes de llegar al salón sentí miedo; en el dormitorio
alguien hacía ruido de abrir y cerrar cajones sin miramientos, Recuerdo un
fuerte golpe en la cabeza y un sonido seco. Me desplomé. Cuando abrí los ojos.
Tenía sangre en la frente. Me incorporé apoyándome en mi sillón refugio. En el
suelo había una nota. “Desde ahora podrás oír música. No volveré a hablar
por teléfono”. Las palabras eran de Julieta, pero ¿Y su letra?
Un nuevo episodio
de irracionalidad me dominó. En mi mente, las imágenes no se detenían ¿qué
podría ser lo siguiente? Intenté cerrar la puerta del apartamento. En ese momento,
salieron dos mujeres del dormitorio; una vestía con abrigo y la más joven, no
sabría decirlo. La sangre que se extendía por mi frente alcanzó los ojos. Con
mi pañuelo intenté retirarla y pude ver como las dos me miraban con
desdén, pude distinguir que la mujer con abrigo llevaba un billete
de avión en la mano.
Sentí indefensión.
Mis piernas eran incapaces de mantenerme erguido, no lo pude soportar y me
desmayé.
Desde aquel día no
las he vuelto a ver.
Javier Aragüés (mayo de
2020)
2 comentarios:
Felicitaciones. Los finales son siempre tan inesperados
Me gusta. Ritmo y sorpresa
Mariano
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