El ritmo habitual de la jornada se va aplacando en la
ciudad.Van cerrando los establecimientos, abren los refugios para los más inestables y la pulsión de la vida cambia por el estruendo de los instintos.
En una calle estrecha, vinculada a una arteria de la ciudad, se encuentran dos bares separados entre si por varios edificios de oficinas. El primero de los escondrijos se envuelve en un decorado sencillo pero llamativo. Los hombres que lo frecuentan son parados o con escasos recursos, pero suficientes para acudir al menos dos veces por semana. Lo regenta una mujer rubia de un amarillo marcado a fuego en la peluquería. Es la peor zona de la calle, con un simple paseo se ven seres taciturnos, a la entrada y la salida del falso bar. Siempre se mueve algo en ese tramo oscuro donde transitan las miserias.
En la parte más iluminada de la misma calle, está El Black Night Strip Club. Es un bar underground que no tiene nada de contracultural y todo de marginal. Por el nombre sugiere innumerables posibilidades para liberar la fantasía. En el exterior parpadea el nombre del club, al ritmo de la excitación de los que caminan disfrazados de naturalidad y ocultan los sentimientos. Los más asiduos son personas con salarios estables, escaso
bagaje cultural y pretendida educación. Es un bar de horteras y también un
refugio de almas libres: raras personas soñadoras, apasionadas y amantes
de la vida, todo
ello rodeado de una estética kitsch. Marcelo trabaja en uno de los despachos próximos. Moreno, con incipientes huellas blanquecinas en patillas y bigote, atractivo y estatura desapercibida, se acerca como todos los días al finalizar la jornada. Se encamina osado, con notable convicción y merodea fingiendo titubear, pero la decisión de
acudir está tomada muchas horas antes. Al entrar se topa con la cortina de terciopelo y color granate, con una única abertura, desgastada por el
manoseo de tantos gestos impacientes. El encargado le saluda con cordialidad y él se siente reconocido. "La chicas" se distribuyen estratégicamente por la sala y la mayoría se parapetan tras la barra de un mostrador, forrado de
rojo, negro y abalorios dorados. En el interior apenas se distinguen los cuerpos de "las chicas". Casi todas visten con la misma hechura: ínfimas faldas de cuero negro rematadas en la cintura, más o menos cuidada, por grandes cinturones de charol rojo y mayúsculas hebillas, que reflejan la tenue luz del estridente fucsia del local. Entre todas destacan dos. No han dejado de alternar en el local desde que abrió hace unos cuantos años. Los asiduos las llaman cariñosamente las SS.
Sandra es una mujer esbelta, de hombros equilibrados y espalda espléndida. Está sola, espera sentada en un
taburete luciendo sus estilizadas piernas y un escote invasor. Sonia es una chica pusilánime y nada agraciada, lo que compensa con cantidades abundantes de maquillaje, es compañera inseparable y la protegida de Sandra.
Sonia está con un cliente. Espera que entre otro con mejores expectativas para ella. Inmediatamente le abandona con una falsa excusa y se acerca al recién llegado dando muestras de estarle esperando impaciente, le deja un beso carnoso y húmedo sobre su mejilla con la marca del carmín de sus labios a modo de mordedura de medusa y se pone una copa. Así es Sonia, siempre al acecho.
Sandra siempre espera inadvertida, por su presencia, aparatosidad y fuerte carácter, . Solo cambia de actitud cuando es la hora de que llegue Marcelo. Desde su taburete está atenta a quién traspasa la cortina,
mira el reloj, son casi la nueve de la noche. Marcelo se retrasa, suele llegar antes. Se mueve nerviosa, se coloca detrás de la barra, enciende un cigarrillo, coge una copa, se pone un poco de agua y dos hielos, simulando un vodka y se sitúa en el otro extremo que está
en penumbra. Inquieta, no deja de mirar la puerta y el reloj que está junto
a las botellas de whisky. Son las nueve y veinte. Su cara expresa un ¡por fin!, sin
pronunciarlo. Marcelo entra azorado consciente de que se retrasa, busca entre las
chicas y no la ve, hasta que aparece Sonia, la mira y la interpela gesticulando con los
hombros con un ademán chulesco.
— ¿Y Sandra?
No le contesta. Con los ojos indica la parte oscura de la
barra. Sandra surge de las sombras. Decidida va hacia él, que le coge de la
mano y se sientan.
— No te esperaba. ¿Me pongo una copa?
— Lo tienes bien aprendido.
— Si te lo tomas así, no te molesto.
— Me molesta el tono que empleas y parece que quieras tratarme como a uno más.
— Para mí, aquí dentro eres uno más.
— Se te olvidan las promesas y las facilidades de otros momentos.
— Lo que llamas otros momentos coinciden con los días que te sientes generoso conmigo.
— Así es difícil que podamos hacer el viaje.
— Para salir de los momentos difíciles siempre empleas el dichoso viaje como excusa.
— Sabes que deseo hacer un largo viaje al sitio que prefieras. A una de esas islas con playas de arena suave y blanca, con un mar en calma...
— Ya estás soñando y repites siempre el mismo cuento. No te creo.
Sandra salta del taburete y se dirige resuelta a los lavabos tropezando con
el pico del mostrador. Desaparece por el pasillo, llorando.
La confianza que existe entre Marcelo y Samuel, el encargado, hace que cuando nadie los oye, la llame por el verdadero nombre de Sandra, Mari Ángeles, que incluso Sonia desconoce. Samuel habla con frecuencia con Marcelo cuando ella no está delante.
— No debía decírtelo, pero Mari Ángeles solo tiene ojos para ti.
Procura evitar a otros clientes y tengo que hacerle algún reproche con la
mirada, entonces reacciona y finge estar solícita con él.
— Está bien. Sabes que estoy casado y quiero a mi mujer.
— Entonces ¿Cómo explicas tu actitud?
— Cuando llego aquí me transformo. Solo puedo pensar en ella, estoy en sus manos.
— No me atrevo a decírtelo, pero piensa que de esta manera le
estás haciendo mucho daño.
— No sé qué hacer. No debería volver por aquí.
Samuel niega con la cabeza.
— No resuelve la situación. Ella te quiere.
— Lo sé, pero no puedo vivir así. Sé que
le encantaría hacer un viaje, los dos. El sitio no importa, pero solos. Cuando hablamos del viaje se convierte en otra persona, me trata
como a su verdadero amante. Me apetece hacerlo, pero tengo pánico.
— Díselo.
—Me preocupa lo que sentirá Mari Ángeles al verse fuera de aquí. Entonces hará proyectos. Me preguntará por qué no lo dejo todo y construimos una vida lejos de aquí, fuera de todo esto. No soportará mirar al pasado.
— Díselo.
—Me preocupa lo que sentirá Mari Ángeles al verse fuera de aquí. Entonces hará proyectos. Me preguntará por qué no lo dejo todo y construimos una vida lejos de aquí, fuera de todo esto. No soportará mirar al pasado.
— No lo espera. Pídele que te acompañe como si se tratara de un viaje de trabajo y le quitas importancia, una vez en el lugar que elijáis solo depende de los dos.
Sonia advierte que Sandra ha desaparecido hace más de diez minutos. Marcelo y Samuel dejan de hablar y están pendientes de Sonia. Bruscamente, deja el taburete y se dirige al lavabo. Se escuchan los golpes insistentes en la puerta y su voz gritando:
"¡Sandra! ¡Sandra! No lo hagas"
Javier
Aragüés (febrero de 2018)