Aquella noche de Mayo de 1265, el monje Fray Domingo engullía desenfrenadamente la
sopa, levantó la vista del plato miró a su alrededor, el refectorio estaba vacío. Solo mesas alineadas, enceradas con grasa y mugre, y acharoladas por el uso. Se levantó y salió precipitadamente, como hacía todas las noches a esa ahora.
Los
dominicos de la congregación acudían con frecuencia al convento de las
monjas más cercanas, justificaban la caminata, unos decían que se desplazan
para evangelizar y otros, los más, buscaban el placer prohibido. Asediaban sigilosamente a
las más jóvenes en la puerta de la abadía. Cuando estaban cerca las hermanas
vociferaban todos a una: "Hermanos,
hermanas tanteemos el gozo de nuestros cuerpos y almas, olvidemos los votos
contraídos". Y pasaban a corear con voz acelerada:
"Rápidamente, intercambiemos los hábitos"
"Rápidamente, intercambiemos los hábitos"
Sin más
dilación, ellos las desnudaban con su consentimiento e iniciaban un ritual
perverso, a los ojos de las jerarquías religiosas, pero necesario, para alcanzar de una manera
vehementemente la excitación y entregarse a falsos amores que terminaban por culminándolos.
vehementemente la excitación y entregarse a falsos amores que terminaban por culminándolos.
El obispo
de la diócesis tenía fama de muy devoto y las monjas del convento
próximo, fieles y mojigatas, intrigaban para impedir el escándalo: "¡No
podemos consentirlo!"
En los encuentros algunos rechazos de las religiosas implicadas
congelaban las caricias de los monjes.
Los escándalos retumbaban por todo el territorio y llegaron
a oídos del Papa. Ordenó cerrar las puertas del convento, impidiendo la entrada
de los monjes. Los frailes no se conformaban y liderados por el más combativo, incitaron
a las monjas a la desobediencia. La abadesa respondió con la excomunión de algunas de las
hermanas. La tensión iba en aumento hasta que, espontáneamente,
estalló la rebelión. Los monjes se amotinaron.
Entre visitas y orgías, un dominico joven, culto, bien
parecido, amante de la teología y dominador del latín entre otras
lenguas cristianas buscaba, sin disimulos, acercarse a una
novicia, que siempre era la misma. En cada asalto a la abadía se
emparejaban, simulaban en la bacanal y ocultaban los verdaderos sentimientos.
La novicia —Sor María— había elegido una vida
placentera en comunidad, evitaba el matrimonio de conveniencia,
aceptaba el enlace con Dios e incorporaba sufrimientos humanos como
propios. A cambio, desde que ingresó, la perseguían rumores de noble
privilegiada. Estaba marginada, buscaba la integración con el resto de las
religiosas. Como amada, consentía el acoso iterado de las turbas
irreverentes para poder seguir viendo a Fray Domingo y esperaba un gesto
evidente del joven predilecto.
Fray Domingo —celoso— reconocía
en ella un ser lleno de armonía y hermosura. Sentía que la perdía y silenciaba
sus sentimientos.
Fray Domingo dejó de fingir. Se acercó a Sor María y la cogió de la mano. Miró desafiante al clérigo, le gritó:"Te equivocas, mi amada y yo, no
seremos tu entretenimiento"
El curvado fraile refunfuñó dubitativo y molesto:
"¡Jamás podréis gozar en una bacanal!"
Fray
Domingo y la novicia, ignorándolo, abandonaron el convento".
Javier Aragüés (junio de 2014)
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