jueves, 11 de diciembre de 2014

EL GRITO DE LA NUTRIA Libro 5

Soy una nutria. No pertenezco a nadie. Cuando emerjo para alcanzar respirar salpico a los indecisos. Unos se cubren por miedo a ser empapados, otros se ocultan de mis imprevisibles giros de cuello y los más aguerridos me siguen con la mirada. Pienso que mi misión es poder nadar en libertad y que los niños me vean.

Últimamente voy a la ciudad para alertarlos de que estoy en peligro. Con dificultad mantengo mi piel húmeda al sumergirme en los arroyuelos, a pesar de que cada día los hombres consiguen que estén más densos y turbios. 

Mientras zigzagueo, asomo la cabeza y me vuelvo a sumergir; los vigilantes de parques y jardines me persiguen para evitar el contacto con los niños, proteger a los jóvenes y advertir a los maduros. Soy inofensiva a pesar de mi aspecto.

No olvido mi condición de carnívoro que ejercito a dentelladas en tobillos y muslos de los guardas del parque. Lo hago si estoy acorralada o soy agredida; siempre son los desalmados los que me hostigan. En muchas ocasiones veo mi existencia en peligro y lo que es peor, mi cometido. 









He conseguido que Sam, uno de los vigilantes, sea mi aliado. Le gustan los animales, los escucha y conoce sus sonidos; me avisa cuando sus compañeros — otros guardas—  organizan las batidas para darme caza. Se anticipa a mis escarceos y si es necesario me oculta entre los montones de hojarasca, testimonio del inicio del otoño y desde donde preparo mis apariciones.

Atraigo a las parejas de amantes sin adjetivos, muestran lo que es vivir sin compromisos y  respetan a los demás.

Comienza la lluvia, mi piel reluce al resplandor de la luna llena. La luz se despide sin permiso entre los huecos de los árboles, es la señal, me escondo hasta que abran el parque y los visitantes estén prestos a contemplar mis gestos, diferentes para algunos e imperecederos para la naturaleza. 

Si alguno se aproxima y quieren tocar mi piel húmeda y suave; siente envidia, agradezco su tacto pero no estoy dispuesta a perder la vida para ser momificada y en posición pétrea, mirar al infinito para sentirme ridícula. Tampoco quiero acompañar a una dama, con la que no tengo relación, para pasearme sobre sus hombros sin pedirme permiso; ni quiero escuchar cuanto le he costado para alardear que soy suya y poder colgarme en su armario a su antojo.


A veces pienso renunciar a todo, salir del parque y por el mismo camino que utilicé para llegar, deshacerle, y volver a mi arroyo, lejos de la contaminación y otros peligros. Si lo hiciera los visitantes perderían el aliciente de las visitas a los jardines y mi existencia no tendría razón de ser —  nadar en libertad—  aunque evitaría el riesgo a que me capturasen, o de morir contaminada. A pesar de todo sigo con mi misión. Pienso en los niños, en la vida y me hace no desfallecer. 

Cuando todos se marchan, el parque duerme y nadie me oye, me sumerjo y al salir a la superficie necesito gritar para sentirme vivo y libre.


Javier Aragüés (diciembre 2014)

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