¡Quería volver a casa para
entender lo que ocurría! Impedir que mi mujer y mis hijos sufrieran. Pegunté
a amigos y vecinos por dónde empezar. Confié en el que más
conocía.
-¿Cuál es el camino más corto
para comprenderlo?
-Es pedregoso, árido, sin agua
y con charcas de alcohol. No encontrarás
ríos, ni consuelo, solo licor que no debes beber. No hay rastro de
vida. Con voluntad puedes vencer los obstáculos.
El calor, la sed y los sorbos
en las balsas me desplomaron. Sin fuerzas para continuar, me refugié junto
a una roca hasta que llegó la oscuridad. Por la noche caminé sin descanso.
Al amanecer, un sol reluciente cegaba mis ojos, la boca reseca y en el
horizonte, la nada.
Volví a casa con un sabor
amargo tras el fracaso.
Pasados unos días lo intenté de
nuevo.
-¡Tienes que ayudarme para
encontrar un camino más fácil y corto!
- Parece sencillo.
- Por la noche intenta dormir y
recuperar fuerzas. La dificultad del camino está en sobrevivir a la soledad. Si
te sientes abandonado vuelve a casa.
Así fue y así lo hice.
Mi familia me esperaba con
impaciencia y desencanto.
Al día siguiente lo intenté de
nuevo.
¡Lo conseguiré !
Esta vez no me dejé aconsejar.
Escogí el que para mí era el más corto.
Elegí un camino lleno de
gentes. Se paraban, charlaban. Escuchaba e intervenía en cualquier
corrillo. Comentaban: “Es
bromista y educado”.
En un puntual instante de
sensatez, todo se presentaba cómo irreal, como un trastorno del estado de
ánimo, un sin control. La felicidad se difuminaba, nadie reía mis frases, ni
veía el mundo como yo. ¡Nada, nada, era igual! Estaba fuera del camino.
El regreso fue duro.
¿Qué pensaría mi familia? Recordaba cómo me comportaba en casa,
apenas estaba, no compartía los tiempos, ni el cariño. La familia se
conformaba con oírme llegar y recibirme. Me esperaban como muchos días y noches, esta vez, para decirme adiós. Estaba
solo y no atinaba con la explicación.
Hoy, sigo buscando el camino
más corto, estoy perdido.
Javier
Aragüés (Abril de 2015)
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