El
árbol era el orgullo de los habitantes de la villa y la envidia
de los vecinos. Frondoso y robusto; el tronco sin ramas hasta
los quince metros y después, todo follaje.
A
partir de otoño y hasta el invierno, una alfombra de bellotas cubría
los pies, unas caían por su propio peso y las más holgazanas, a golpe de
vara. Siempre daba frutos que aprovechaban los ganaderos.
Las
gentes – orgullosas - discutían los asuntos bajo el ramaje, el
tronco escuchaba.
Admirados,
los del pueblo colindante plantaron el suyo.
Un
día, en medio de de la reunión se inició un debate en torno al roble.
Un vecino
preguntó.
- ¿Qué
haremos si no llueve? - los más participativos se apresuraron.
-
Prepararnos. Construyamos un embalse que almacene el agua en época de lluvia y
la utilizamos en la de sequera.
-
¡Tiene que crecer! ¿Y si se repite la plaga?- insistió.
- Hace
varios años el tronco estaba lleno de agujeros. Los escarabajos hacían galerías
y paseaban a sus anchas con peligro de que muriera.
- ¡Ha de estar sano!-gritó.
El que
conducía las respuestas, dirigiéndose a él, explicó con calma y detalle cómo proceder.
-
Levantamos la corteza con cuidado y matamos las larvas que corroen el tronco.
Un
agente forestal añadió.
- Si no
llega la luz, se pondrá mustio y morirá.
Todos
estaban dispuestos a derribar las casas más próximas para dejar pasar la claridad.
El
árbol estaba conmovido por el amor y la preocupación de los vecinos, hasta que
los más mezquinos alzaron la voz.
-¡No
debemos preocuparnos! El árbol está muy sano y ha crecido lo suficiente como
para talarlo; lo hacemos mañana y vendemos la leña. El roble, al oírlos,
enfureció por haber confiado en los aldeanos.
Esa
noche hubo una gran tormenta. El roble, por su altura, atrajo un rayo de nube a
tierra que iluminó la noche acompañada de un ruido ensordecedor. Comenzó a
arder como una antorcha descomunal hasta convertirlo en cenizas.
Al
amanecer, los lugareños se lamentaban; habían perdido el cobijo, el orgullo y
la solidaridad. Desde ahora solo podían envidiar a los vecinos que habían
aprendido la lección.
"Cuidar el roble y despreciar a los codiciosos"
Javier Aragüés
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