Querida abuela:
Recuerdo y añoro los días a tu lado, cuando velabas por mí, sin ocupar mi
espacio, sin perturbar mis deseos. No puedo compensar tu dedicación, ni olvidar
cómo me acompañabas. Tus manos emanaban cariño, reforzado con la mirada que se
prolongaba en las noches cuando yacías a mi lado. Suplías con creces la
ausencia del amor que debían regalar los padres -ausentes en mi caso- en los
momentos cruciales de la infancia y adolescencia como en cualquier pequeño. Con
tus manos dilatabas la ternura, única sensación presente al estar junto a
mí, me cuidabas y me contagiabas tu manera de transitar por el afecto. Al coger
mi mano me impregnabas de seguridad, garantizabas mi protección y mitigabas los
miedos que presiden los pensamientos de un niño.
El cine es un estípite definitorio de lo que es mi infancia. Entendías que
era la forma más sencilla de asomarme al mundo e introducirme a los
sentimientos, descubrir pasiones y contemplar vivencias. Me invitabas a
descubrir lo que es estar vivo e imitar a los personajes, atendiendo a lo que
es un código básico de ética, que hoy sigue vigente para mí. Sabiendo que
estabas allí me permitía perseguir a malhechores, emprender aventuras o
identificarme con el novio de "la chica", el héroe de la cinta. No
tenía miedo a ser atrapado, ni herido. De lo no que no estaba protegido era de
enamorarme, casi siempre de la protagonista, lo que ocurría a menudo y que
chocaba con mi realidad. Pero allí estabas para consolarme sin desdeño. Al
final de la película se encendían las luces y a la vez se ahogaban mis sueños.
En la vuelta a casa dominaba la angustia de saber si estaban mis padres, o lo
que era peor, si lo estaban sumergidos en una de esas inacabables y sórdidas
discusiones. Ellos no sabían que yo contaba con tu complicidad y la ayuda para
afrontar cualquier obstáculo en la asfixiante convivencia como era habitual. La
noche era larga y sumergida en un gimoteo silencioso aplacado por el recuerdo
de la película y tu insustituible presencia.
Aunque intento expresarte mi profundo cariño y respeto, entiendes que en
aquellos momentos era incapaz de exteriorizar mis sentimientos hacia ti, y aún
hoy me siento incapaz. Lo he suplido con sonrisas, con miradas y gestos de
complicidad, todos insuficientes para significar lo que ha sido tu compañía en
mi vida. Hoy intento trasladarte aquellas vivencias con palabras
ordenadas en un intento de aprender a hacerlo con la ayuda de un taller de
escritura al que me he incorporado. Como esto no es fácil, permíteme que lo
haga en sucesivas aproximaciones para llegar a tu sensibilidad. En cualquier
caso sino lo consigo quiero que sepas que eres parte de mi vida.
Un beso.
Javier
Javier Aragüés (octubre de 2017)
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