Eres insignificante. Uno más a disposición de la
irracionalidad y a las órdenes de la muerte. Tú estás solo. Vigilas la
nada, pero tienes la exigencia de observar el infinito, y más allá. Solo puedes
obedecer. En ello te va la vida o el castigo.
En cada guardia, a la voz del suboficial, repites los mismos gestos.
Él te acompaña hasta los pies de la garita. Parece que te vigila, pero tú eres
el vigilante. ¡Qué ironía! Esa es una profesión para hombres absurdos con
graduación, preparados para matar pero que no quieren morir. ¡Qué contrapunto!
Él no deja de mirarte hasta que entras en la
torrecilla; atento, espera a que subas. Ya estás arriba, aislado del mundo. No
recuerdas el número de peldaños. Lo repasas una y otra vez por miedo a
equivocarte. "La última vez eran trece".
Dudas. Pero no, son trece. Una leve sonrisa
se dibuja en tu cara. La adivinas. No la ves. Te tranquiliza. Es la
señal de que sigues vivo, por ahora.
Tienes suerte. El cuartel está en medio de una ciudad. Con dificultad, a través de las troneras, ves colores que se mueven. Pasa gente inofensiva. Te gustaría ser uno de ellos. Sabes que los hombres absurdos no te dejan. Tú no puedes. Ves a un niño que se suelta de la mano de su madre, corre tras un papel arrugado; cuando lo alcanza, se detiene. El pequeño se lo da a la madre, que sin desplegarlo, lo vuelve a tirar y le consuela.
El suboficial hace su ronda para asegurarse de que no
duermes, pero lo estás. Bajo tus pies, una voz retumba en la garita:
"¡Santo y seña!". Él te pide la clave para cerciorase. Titubeas.
Pasan unos segundos. Contestas: “Saúl. Soria. Sonido."
Menos mal, has recordado la ese mayúscula. Se aleja. Puedes seguir evocando o durmiendo.
Menos mal, has recordado la ese mayúscula. Se aleja. Puedes seguir evocando o durmiendo.
Resucitas lo que has vivido. No te detienes hasta que reproduces aquella
imagen; la de un joven que intenta coger del suelo un papel arrugado y sucio.
Cuando cree que lo tiene, un golpe de viento lo aleja. Así una y otra vez hasta
que consigue tenerlo entre sus manos. Lo desarruga. Solo es una hoja en blanco.
El joven eres tú. Lloras porque es la verdad de tu vida.
Oyes taconazos. Es el sargento con el relevo. De nuevo
grita: "Santo y seña". Esta vez tú no contestas. Lo piensas. Tienes
un margen de trece peldaños hasta que suba. Nada te consuela pero estás en
lo más alto, como querías.
¿Tú o él? Estás decidido.
Suena un solo disparo.
Javier
Aragüés (febrero 2019)
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