martes, 19 de febrero de 2019

LA DUDA





  

En la ría de Pontevedra hay un viejo caserón de piedra junto a un hórreo y a un pequeño prado; está aislado y a unos kilómetros del Grove. Es un antiguo secadero de bacalao habilitado como residencia; se ven restos de palos y planchas para orear el pescado. Dos amigas charlan en su interior junto al fuego de una chimenea.

—Noelia, tú porque estás acostumbrada. Yo no podría estar aquí sola.

—¿Por qué? No lo entiendo. Es un lugar tranquilo. Yo vengo a menudo. Me relaja, puedo pensar y descanso.  

— ¡Después de lo que pasaste con Estevo! —suspiró la amiga.

—Reconozco que esta casa es mi refugio. Cuando sucedió aquello, no quería ver a nadie, solo estar sola mientras intentaba rehacerme. Si te pasara algo así, tú también lo harías.

—Quizás, porque no somos tan diferentes; ante  situaciones límites nuestras reacciones son parecidas.

—Para mí fue un golpe, un desenlace tan inesperado, difícil de asimilar. Muchas noches pensaba en Estevo y sigo pensando si se suicidó o fue un accidente. 

—Noelia, debes olvidar todo eso.

—Tengo su imagen en la mente. Después de que el mar lo devolviera a la playa con el cuerpo  destrozado y aquel rostro irreconocible. Lo que pasó, nunca quedó claro. 

— ¿Por qué dudas? Confirmaron que estaba en el mirador del acantilado; iba hasta allí casi todas las tardes. Perdió el conocimiento, cayó al vacío y su cuerpo se destrozó contra las rompientes. 

— Eso fue lo que dijeron. Yo nunca lo acepté. No me he acostumbrado a estar sin él. Tú le conocías muy bien. Pasabais mucho tiempo juntos; a mi molestaba que tuviera tanto interés por ti, hasta llegué a pensar que... 

La amiga no la deja continuar; empieza a hablar.

—Desde luego Noelia. Para mí era algo más que un gran amigo. Lo sentí como si fuera un hermano. No sigas pensando eso. Te estás 
destrozando.

— Cuando quieras a alguien como yo quería a Estevo, lo podrás entender.


Las dos salen de la casa; Noelia mira a la ría, suspira y dan un paseo por la orilla hasta el camino del acantilado. Inician la subida. 
El mar está bravo. 


—Pensar que cuando llegó aquí todavía estaba con vida.

—Noelia, te atormentas sin necesidad, ya pasó todo. 

Largo silencio, roto por los embates de las olas. 
Caminan hasta el mirador, Noelia siempre por delante de su amiga hasta que llegan a la balaustrada; las dos se aproximan para ver el mar. La joven se queda rígida y Noelia la ayuda a acercarse, ella no se opone; la coge de las manos, la abraza y la mira; Noelia sonríe y de un fuerte tirón la lanza al vacío. 

Noelia vuelve sola al caserón.








Amanece un nuevo día. A las once dela mañana llaman a la puerta. Noelia abre.

— Hugo ¡Qué alegría! —se dan un beso—.
Aunque disfruto de la tranquilidad y de la ría, te esperaba; a veces me siento demasiado sola.

—Sabes que siempre puedes contar conmigo. Si quisieras, podríamos vivir juntos.

Noelia no contesta, se gira y entra en la casa,  Hugo, indeciso, la sigue, le invita a sentarse en un sillón próximo al fuego, mientras ella prepara algo en la cocina.

Pasan las horas y siguen hablando hasta que comienza a anochecer. 

—¿Damos un paseo por la ría para despejarnos?


—Como quieras. Estoy aquí para complacerte. 

—Lo sé. Por eso te he llamado.

Es una noche cerrada. Llevan más de una hora caminando hasta que Noelia se detiene, y sujeta por el brazo a Hugo.


— ¿Ves aquella sombra? —la joven señala un bulto indefinido— ¿Qué podrá ser?

—No veo bien. Desde aquí, no sé qué decirte.

—Acércate —ella se adelanta.

Se descalzan y caminan con dificultad hacia el agua. La ropa se impregna de humedad y salitre, los pies se hunden en la arena. Siguen avanzando. Ven el perfil de una silueta. 

— Mira Hugo, parece el cuerpo de una persona —asegura con rotundidad.

—¿Cómo lo sabes?

Unos dedos asoman entre la arena. La chica da un paso adelante, se agacha desentierra la mano; la sujeta por la muñeca y comprueba que está inerte. Le toma el pulso mirando al joven.

— ¿Es una mujer?

—La mano es de mujer. Hugo no des ni un paso. Está muerta. 

Ella saca el móvil del bolsillo trasero de su vaquero. 

— ¿Policía? ¿Policía? Hemos encontrado el cuerpo de una mujer sin vida. Estamos en la playa en la ría, junto a la orilla.

Se oye el batir del mar

—Noelia, se me está haciendo eterno. ¿Cómo pueden tardar tanto?

—No pasa el tiempo porque estás asustado.

—¿Y tú no? 


Hugo mira el reloj con insistencia. Pasan más de veinte minutos desde la llamada de Noelia. 

Por uno de las orillas de la ría resuenan las sirenas. Asoman una ambulancia y dos todoterrenos que se acercan a gran velocidad. 
Luces intermitentes azules y amarillas se reflejan en el agua. Los vehículos se detienen junto al cuerpo. Descienden los ocupantes y se forman dos grupos: uno en torno al cadáver, y el otro más reducido, en el que están la pareja de jóvenes junto a dos policías de paisano y un médico. Al amanecer no hay rastro del incidente.

Los periódicos y los programas informativos difunden la noticia.


“APARECE EL CUERPO DE UNA MUJER A ORILLAS DE LA RÍA”


El cuerpo de la mujer está destrozado y el rostro irreconocible. Se desconocen la identidad de la mujer y las causas de la muerte aunque se barajan distintas hipótesis, entre ellas el suicidio. El juez de instrucción ha decretado el secreto del sumario.



Javier Aragüés Puebla (febrero de 2019)

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