El
cabo
El marinero aferraba el
cabo a su curtido brazo y lo tensaba prolongándolo por la cubierta del
bergantín hasta hacer firme el foque. Entre los palos y la noche, una luz
redonda se asomaba indiscreta y rodeaba el torso húmedo y salado de aquel
navegante para tratar de enamorarle. Todo era posible hasta que un tupido
nubarrón deshizo el idilio.
*****
El obsequio más deseado
Pantaleone Mauro era un
rico comerciante amalfitano conocido por su capacidad de agradar a todos los
habitantes de Amalfi. Había mandado construir el Claustro del Paraíso. Era un
claustro singular que conseguía que el arte y la belleza acercaran los hombres
a Dios a través de las 120 finas columnas dobles que soportaban arcos
entrelazados de clara influencia oriental; también se hizo el lugar
preferido de los enamorados.
Le parecía que esta obra
iba a ser determinante para conseguir el amor de una bella doncella amalfitana,
la joven Amaranta. Pero no fue así. En cada viaje trataba de
sorprenderla con sofisticados y lujosos regalos pero ella seguía sin mostrar su
amor.
Confundido y desesperado,
envió a un sirviente para que concertara una cita con Amaranda. La negativa fue
rotunda. Al día siguiente él mismo se presentó en su casa. La joven salió a
recibirle. La luz y el brillo de los ojos de la muchacha empequeñecieron a
Pantaleone, que desmoralizado le preguntó.
— ¿Qué puedo
ofrecerte a cambio de tu amor?
— Solo una cosa. Pasar
una noche, los dos solos, en el Claustro del Paraíso.
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La
travesía
Solos, tú y yo,
nos desplazábamos sobre un sueño con un único testigo, el mar. Si el
tiempo lo exigía luchábamos sin tregua. Cuando era permisivo, nos
refugiábamos a sotavento. Dispuestos a bregar contra todo. No nos detuvimos
hasta llegar al final. En la bahía del silencio nos abrazamos. Tú a mi cuerpo y
yo a tus deseos. Todo había sido posible. No había mejor despedida. Nos
besamos, esta vez para siempre.
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Parténope,
la ninfa condenada.
A su regreso a casa,
Ulises se vio obligado a discurrir por la costa amalfitana. Cuando un
grupo de sirenas inició sus cantos para atraer a Odiseo. Ulises ordenó ser
atado al mástil y taponar sus oídos con cera. Parténope, una de las ninfas, sabía
que su canto se había introducido en el cuerpo de Ulíses que, apoderado por los
acordes, se debatía para liberarse de las ataduras. Cuando lo consiguió era
tarde y Parténope estaba condenada, se convirtió en un beso.
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Javier
Aragüés (mayo de 2019).
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