viernes, 24 de mayo de 2019

CUATRO MICRORRELATOS






El cabo


El marinero aferraba el cabo a su curtido brazo y lo tensaba prolongándolo por la cubierta del bergantín hasta hacer firme el foque. Entre los palos y la noche, una luz redonda  se asomaba indiscreta y rodeaba el torso húmedo y salado de aquel navegante para tratar de enamorarle. Todo era posible hasta que un tupido nubarrón deshizo el idilio.




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El obsequio más deseado




Pantaleone Mauro era un rico comerciante amalfitano conocido por su capacidad de agradar a todos los habitantes de Amalfi. Había mandado construir el Claustro del Paraíso. Era un claustro singular que conseguía que el arte y la belleza acercaran los hombres a Dios a través de las 120 finas columnas dobles que soportaban arcos entrelazados de clara influencia oriental; también se hizo el lugar preferido de los enamorados. 

Le parecía que esta obra iba a ser determinante para conseguir el amor de una bella doncella amalfitana, la joven Amaranta.  Pero no fue así. En cada viaje trataba de sorprenderla con sofisticados y lujosos regalos pero ella seguía sin mostrar su amor. 

Confundido y desesperado, envió a un sirviente para que concertara una cita con Amaranda. La negativa fue rotunda. Al día siguiente él mismo se presentó en su casa. La joven salió a recibirle. La luz y el brillo de los ojos de la muchacha empequeñecieron a Pantaleone, que desmoralizado le preguntó.

 — ¿Qué puedo ofrecerte a cambio de tu amor?


— Solo una cosa. Pasar una noche, los dos solos, en el Claustro del Paraíso.

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La travesía


Solos, tú y yo, nos desplazábamos sobre un sueño con un único testigo, el mar. Si el tiempo lo exigía luchábamos sin tregua. Cuando era permisivo, nos refugiábamos a sotavento. Dispuestos a bregar contra todo. No nos detuvimos hasta llegar al final. En la bahía del silencio nos abrazamos. Tú a mi cuerpo y yo a tus deseos. Todo había sido posible. No había mejor despedida. Nos besamos, esta vez para siempre.





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Parténope, la ninfa condenada.


A su regreso a casa, Ulises se vio obligado a discurrir por la costa amalfitana. Cuando un grupo de sirenas inició sus cantos para atraer a Odiseo. Ulises ordenó ser atado al mástil y taponar sus oídos con cera. Parténope, una de las ninfas, sabía que su canto se había introducido en el cuerpo de Ulíses que, apoderado por los acordes, se debatía para liberarse de las ataduras. Cuando lo consiguió era tarde y Parténope estaba condenada, se convirtió en un beso.


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Javier Aragüés (mayo de 2019).

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