jueves, 8 de agosto de 2019

EL VERDADERO SUEÑO DE UN LARGO VIAJE


Aspasia y Pericles eran amantes en secreto. Ella era la compañera de Fidias, escultor, gran amigo y
protegido del ilustre político ateniense. La mujer tenía  muchos detractores que la acusaban de hetaira, así era como denominaban a las cortesanas en la antigua Grecia. Lo que de verdad les molestaba a los enemigos de Aspasia era que fuera conocida por su depurada cultura,  su gran capacidad como conversadora y por ser una brillante consejera. Sin duda este era el motivo principal que le acercaba, aún más, al reconocido ateniense (abogado, general, magistrado, político y orador) y el que provocó que fuera acusada de corromper a las mujeres de Atenas, con el fin de satisfacer las perversiones de Pericles. Además afirmaban que, probablemente, ​Aspasia era una hetaira y que regentaba un burdel. Por todo ello fue demandada sin fundamento y absuelta gracias a la defensa apasionada de su amante.

Aspasia era una mujer que no era difícil desear; era independiente, con gran reconocimiento social por su preparación para la danza y la música, y con indiscutible atractivo. 

Los dos amantes se conocieron en un encuentro fortuito, cuando Pericles acompañaba a Fidias a visitar Éfeso. Aspasia viajaba con el escultor. Los días de viaje en la travesía bastaron para reconocer su amor y que nada ni nadie los volviera a separar.
Los primeros meses fueron de encuentros furtivos mientras su amor crecía. No soportaban estar separados. Pericles, protector de Fidias como artista, no cesaba en encargarle trabajos, cada vez más laboriosos y de mayor duración con los que buscaban mayor tiempo para estar a solas con su amante, y lo conseguía.

El amor entre Aspasia y Pericles era apasionado. Pasaban días haciendo el amor sin ocultar el desconcierto de los esclavos, que en más de un ocasión permanecían expectantes ante el inusual comportamiento. Cuando los dos aparecían risueños y exultantes disipaban la incerteza y les devolvía a la tranquilidad.









Pero un día, Fidias estaba ocupado en la estatua de la diosa Atenea en el Partenón, se sintió indispuesto debido al fuerte calor y tuvo que volver a su casa. En la estancia principal los cuerpos excitados de Aspasia y Pericles se revolvían sin descanso y los gemidos de placer se escapaban de la habitación. Fidias oyó con nitidez los signos de placer y amor y reconoció de quién eran. Ante el gesto de un criado de penetrar en la estancia, Fidias gritó: “Alto, no la perturbéis. Dejadla dormir ¿No escucháis? Aspasia, mi mujer, está delirando. Necesita privacidad”.


A las pocas semanas el escultor fue acusado por enemigos de su protector Pericles de quedarse con parte del oro destinado a la estatua de Atenea. Fue juzgado y condenado. Murió en la cárcel.

Aspasia y Pericles cada año navegaban a Éfeso.



Javier Aragüés (agosto de 2019)


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