…su trabajo y el corazón generoso que
usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a
pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
(Albert Camus)
(Albert Camus)
El maestro
le respondió.
…quiero decirte cuánto me hacen
sufrir, como maestro laico que soy, los proyectos amenazadores que urden contra
nuestra escuela. Creo haber respetado, durante toda mi carrera, lo más sagrado
que hay en el niño: el derecho a buscar la verdad.
No estaba preparado. Me
aterraba que me arrancaran de mi vida onírica y de juegos. Hacía muchos años
que me había instalado en ella. Llegado el momento, las presiones de mis padres y
familiares me dirigían al abismo de la mediocridad. “Tienes que ser abogado
como tus padres”,“Claro que están más reconocidos los ingenieros y
arquitectos”, ”Como es un chico que vale hará lo que se proponga.”
.
Gracias a la vida. (canción)
Una imprevista
dedicación los hizo inolvidables. Años
pasados junto a iletrados en edad militar. El desarrollo de esta actividad no
era un trabajo. Enseñaba a leer y a escribir. Vehiculizaba mis deseos. Era útil
sin contrapartidas. La metamorfosis en aquellos jóvenes era la antesala de la
culturización. La expresión de los rostros interesados por aprender compensaba
cualquier retribución. Yo debía pagar. Destilar los momentos que expresaban
agradecimiento contenido. Ojos
enrojecidos y lágrimas incipientes entregaban la gratitud. Voces apagadas y trémulas removían mis
creencias. Gestos esculpidos desde el olvido y la desesperación. Consolidaban
convicciones. Empujaban a luchar. Ni ellos, ni yo, ocultábamos la excitación
por un estado de ánimo desconocido. ¡Qué lejos de los oficios mercenarios! Al final del
periodo, la vuelta a la realidad
empujaba al conocido abismo de la insatisfacción. El desencaje social. La
ausencia de notoriedad. La marginación. Me arrastraban al vacio. Perdía la
memoria. Desaparecían los rostros iluminados de los que querían aprender. Me
conformaba con el título profesional. No con la profesión. Era incapaz de mitigar la
angustia; las insatisfacciones se reproducían. Era un profesional del fracaso.
Las vivencias de aquellos años no eran intercambiables. Era un maestro
improvisado. Ellos me reconocían. Yo, no.
Decían que el tiempo
pone las cosas en su lugar. Mañana lunes
volvía al trabajo. Todo en su sitio. Mis ojos enrojecían. Húmedos y a punto de
desbordarse.
Javier Aragüés (enero 2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario