martes, 19 de enero de 2016

DOS EN UNO

Parecía un estado emocional y pasajero. Afectaba a un gran número de habitantes del planeta. De origen desconocido. Ponía en evidencia las incompetencias de sesudos investigadores desde la antigüedad hasta épocas recientes. Los antiguos griegos la describían, con ignorancia y respeto, como melancolía. La producía “la bilis negra”. Hipócrates la identificó como una enfermedad más allá de un “estado de ánimo pasajero”. Atacaba a muchos individuos que la padecían durante largos periodos de tiempo con independencia de género, raza o clase social. Tuvieron que pasar  años y años para no estigmatizar a quien la padecía.

Andrés dormía, o lo intentaba durante día noche. Así cada jornada. No era dueño de sí. Estaba sumergido  en un estado permanente de impotencia y desidia ante los hechos más cotidianos. Hasta el extremo de mantenerle alejado de una reinserción social. Había abandonado el trabajo por inactividad y ausencia de iniciativa. El jefe comentaba en los comités. “No sé qué le pasa a este chico. Desde que entró en la empresa en julio de1952, nunca había faltado al trabajo. ¡No sé, no sé! Ya no es lo que era”. Uno de de los compañeros comentaba con ánimo de minimizar la situación. “Nosotros puedo decir que casi somos  amigos. No me dirige la palabra desde hace tiempo, desde que pidió la baja. Desde entonces no sé nada de él”.

Nadie explicaba el comportamiento de Andrés.  Solo Inés intentaba entenderlo aunque padecía. Intentaba aliviar el sufrimiento de su esposo. La medicina en aquellos momentos conocía los síntomas de lo que ocurría, pero era incapaz de remediarlo. No había fármacos que pudieran reparar y recuperar al Andrés de antes.

Inés cada día iba al mercado a “hacer la compra”. Era el único tiempo en el que Andrés permanecía solo en casa.  Yacía en un sillón del salón completamente a oscuras. Catatónico, esperaba impaciente la llegada de Inés con el sufrimiento de no poder saber qué decir. Él ansiaba su presencia. El escaso tiempo de espera se hacía interminable. Inés abría con sigilo la puerta para evitar incomodarle. Al entrar ese día, el salón estaba completamente iluminado, y el balcón abierto. Andrés con un pie en la barandilla y el otro semilevantado parecía dispuesto a saltar.

-¡No, No! ¡Andrés, no lo hagas!

Sintió el olor de Inés. Llevaba tiempo sin percibirlo. La ausencia de sensaciones lo impedía. Se abrazaron. Un golpe de recuerdos irrumpió en el pensamiento de Andrés. Era capaz de querer. Se sentía querido. Listo para vivir sin ataduras.



Javier Aragüés (enero 2016)


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonito relato y 15000 entradas ¡Enhorabuena Javi!

Janial dijo...

El sentido del olfato también puede salvarnos la vida. Su rememoración puede ayudarnos más que la contemplación de una vieja fotografía. Proust lo sabía. Tú no eres menos en eso. Excelente narración. Gracias por escribirla.