Para admirarte no hay más impedimento que el aire, la luz y la soledad.
Cuando rompen las olas, te busco entre la espuma, pero no apareces. Espero
las siguientes y me dicen que te has ido. Les pregunto por ti y me contestan
con otra ola más atractiva, pero tú no vuelves. Hasta que una me advierte que
tenga calma.
Mitigo la espera, me recreo en tus tonos: Verdes alga, amarillos emergentes
y turquesas impecables. Los marrones arrecife y grises tristeza me
invitan a soñar. El sol, dueño del horizonte, te hace brillar y salpica con
laminillas refulgentes desde el horizonte hasta mis pies, pero no te veo.
Juego con los azules dominantes de tus días plenos, sabiendo que siempre no
es así, hasta que te cubres de lilas tormentosos, entonces te enojas, enciendes
el cielo y te destrozas con furia contra los rompientes que te deshacen en
lágrimas y borboteos, mostrando tu sensibilidad.
Te conozco. Tu aparente y repentino mal carácter se atenúa, hasta que un
día de los siguientes luces el equilibrio y esperas al sol que emerge lento, en
silencio y concentra sus fuerzas en irradiar ímpetu y anaranjados. Fatigado el
astro, se sumerge entre tornasoles y ambarinos para despedirse.
Pasan los días y los próximos, no me canso de observar tu carácter y tus
cambios de humor, pero no abandono y espero.
Esta mañana es diferente, miro por el ventanal y te reconozco, por fin has
llegado Te acompaña la pasión, el deseo y mis sueños. Estás frente a mí, nunca
te has ido. Mediterráneo eres tú.
Javier Aragüés (septiembre 2018)
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