Eran dos hermanas inseparables. Los trances de la vida las habían conducido a
estar juntas desde el fatal accidente en el que perdieron a sus padres y fueron
acogidas por una hermana de su madre. A partir de ese momento su infancia
estuvo condicionada por la ausencia de un verdadero cariño. Laura era la
más joven y la que más acusaba la falta de sus padres, se mostraba poco
ocurrente y lloraba con frecuencia. Amelia era esbelta y dicharachera; caminaba
sin mirar al suelo y ceñía sus vestidos hasta la insinuación. En apariencia, no
acusaba la forma de vida tan severa a la que estaba expuesta. Con catorce
y dieciséis años se enfrentaban a una tía que nunca había sustituido a su
madre, y a su marido, que era un hombre acostumbrado a ser el único varón de la
casa. Laura no paraba de llorar en silencio y Amelia se rebelaba.
Al crecer, la influencia
de Amelia sobre su hermana se hizo notoria y protectora. Siempre ayudaba a
Laura y ante la menor dificultad la amparaba. Esta sobreprotección llevaba a la
mayor a anticiparse ante cualquier situación incómoda para su hermana. Con el
tiempo, Amelia se iba conformando como una mujer auténtica, mientras Laura
mermaba su relevancia y afeaba sus rasgos; a los treinta años era difícil determinar
su sexo y anulaba su capacidad. Los tíos hacían lo posible para que abandonaran
la casa y les presentaban a posibles pretendientes. Casi todos eran rechazados,
hasta que Amelia conoció a Ramiro. Era un hombre adinerado, de apariencia
afable y de buenas maneras, parecía hecho a su medida; eso pensaba Amelia y
accedió a casarse con la condición de que Laura viviera con ellos. Pasados unos
meses, Ramiro se convertiría en su marido.
A pesar de las primeras
impresiones, la convivencia no fue fácil. Laura incomodaba a Ramiro, que le
hablaba de malos modos; hasta que un día, en ausencia de Amelia, intentó abusar
de ella. La situación se hizo insostenible, la discusiones eran la forma
habitual de relacionarse entre el matrimonio y aparecieron las agresiones.
Amelia terminó echándolo de casa alegando malos tratos hacia su persona y a la
de su hermana. La posición acomodada de Ramiro y la decisión del juez
permitieron vivir a ambas con independencia y desahogo.
Pasaron unos cuantos años
de tranquilidad que rozaban la monotonía. Por iniciativa de Amelia
comenzaron a frecuentar el Club Alma, de perfil intelectual. Era
un lugar frecuentado en su mayoría por mujeres y muy pocos hombres, que las
socias llamaban "hombres buenos". Venía a ser un club de caballeros
adaptado al siglo XXI. Era un punto de encuentro para que personas
cosmopolitas disfrutaran de la cultura y el arte. Las dos hermanas se sentían
cómodas y acogidas en ese lugar; en particular Laura, que comenzó a arreglarse.
Creció su afición por la lectura y participaba en alguna de las tertulias
que surgían espontáneamente en el club. Las hermanas asistían cada día al
club. Era Laura, la que animaba a Amelia si esta, por cualquier motivo,
intentaba justificar la ausencia.
Laura crecía como persona
cultivada y de marcada feminidad. En medio de esta positiva metamorfosis,
Amelia contrajo una grave enfermedad que la envejecía de forma prematura
y la hacía más dependiente de su hermana. Hasta que un día, Amalia dejó de ir
al club. Se sentía muy cansada y no era capaz de seguir a Laura, que
desde ese instante no se separó de ella. Amelia empeoraba y
al cabo de un mes murió.
Laura apenas salió de
casa hasta que pasó el duelo. Tenía miedo a estar sola, sin Amelia. Pero aún
era joven y tenía que vivir como le hubiera aconsejado su hermana. Retomó su
vida en el Club Alma. Comenzó a interesarse por todo lo relacionado con el
diseño y en particular por la Escuela de Bauhaus.
Con el tiempo, Laura se convirtió en una especialista. Impartía cursos y
charlas.
Al finalizar una de sus charlas, una mujer de su edad, muy atractiva, la abordó.
— Mi nombre es Celia. Estoy muy interesada en Walter Gropius, fundador de la escuela y su idea entre el uso y la estética. Me gustaría conocer tu opinión.
Las características de esa mujer, la afinidad intelectual y su presencia le recordaron a su hermana Amelia. A partir de ese día, todas las tardes coincidían en el Club y charlaban con otras socias. Pasaron unos meses y su excelente relación progresaba. Una de las tardes, Laura, en un gesto que en otro tiempo le habría sido impropio, la invitó a su casa. Salieron cogidas del brazo de la sede del club.
Al llegar a su casa,
Laura le mostró toda la bibliografía que había recopilado sobre la arquitectura
moderna. Hablaron horas entre café y café. Ya de madrugada, en un instante se
detuvieron las palabras, se miraron y Laura la invitó a levantarse, cogidas de
la mano caminaron hasta llegar al dormitorio; junto a la puerta, acarició sus
labios, se cogieron de la cintura y al llegar al lecho, se desnudaron de forma
natural y con mutuo respeto, hasta introducirse en la cama de forma sosegada.
Una luz tenue en la
alcoba iluminaba un retrato de Amelia que con una mueca cómplice les dirigía
una sonrisa tranquilizadora.
Javier
Aragüés (Junio 2019)
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