viernes, 14 de junio de 2019

CUELLO IMPACIENTE

Nadie se daba cuenta. Podía seguir apoyando mi mirada en su sutil cuello con la tranquilidad de que no sospechara. En ese momento, en ausencia de testigos necesarios, me animé a recorrer su nuca sembrada de finos y suaves cabellos que arrancaban con estudiado desorden suspendidos por la sencillez; permitían ver la piel encendida que parecía impaciente a la espera de un soplo de proximidad. Abstraído y descompuesto, tuve que esforzarme para no perder el equilibrio y caer sobre su espalda. Un instante de realidad fue suficiente para recomponerme. Seguía tan próximo que sentía la calidez de su cuerpo y el miedo a no poder ocultar la vehemencia de mi deseo. Al llegar a la taquilla me apresuré para que nada ni nadie se interpusiera en mi empeño de estar junto a ella. En unos segundos apagaron las luces. Se llenó la pantalla. Dos amantes enredados sobre una cama eternamente deshecha no cesaban de acariciarse y pasear los labios, una y otra vez, por los secretos de sus cuerpos. La escena se prolongó hasta el final. Al encender las luces, pude mirar su rostro agitado. Sin pestañear, salió de la sala me cogió la mano y caminamos en silencio por el bulevar hasta llegar a su casa. 






Abrió la puerta del dormitorio y ante mí, se colocó de espaldas sobre la cama. Ella, con un peine acariciaba su nuca y levantaba los cabellos desordenados a la espera de mi mirada. Desnudos los dos, yo tenía la vista sobre su cuello y no dejaba de descubrir su encendida piel. Un itinerario excitante que era imposible recorrer sin perder la razón. Ella se giró aproximándose hasta encontrar mis labios, yo la esperaba. Una mano atrevida acarició mi vientre y las mías respondieron paseando por la perpendicularidad de su sexo y gozando de su aprobación. Fundidos en el sudor del delirio yo buscaba su cuello, ella mi mirada y nadie se daba cuenta.     

   

Javier Aragüés (Junio de 2019)


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