Isa, así la llamamos los
más próximos, es una mujer vasca, de Bilbao, que ejerce como tal. Tiene el pelo
corto y rabioso, cuidadosamente cano y un perfil de mujer rebelde, que no
ofende y te mantiene alerta. Es capaz de seguir callada hasta decir lo apropiado,
guste o no. En cualquier caso, Isabel, ha diseccionado y aislado los conceptos
jubilación y envejecimiento para dominarlos. Se siente tan plena, que la
jubilación ha dejado de ser una meta para ser una nueva etapa. Disfruta del
nuevo tiempo, sin temor al ocio o la soledad, porque ha descubierto
que el secreto está en vivirlos. La vida la ha tratado de tú a tú. Al mirarla,
su aspecto es la expresión de la entereza.
Sus tres hijos no la
hacen olvidar a su marido, ni los años irrepetibles junto a él y en los
silencios, él está en su mirada. Los esfuerzos realizados para sacar
adelante a sus hijos, los sacrificios, los días y noches de inquietud y los
acontecimientos imprevisibles se resumen en la compensación de poder mirar el
mar desde los sentimientos.
En Getxo, Isabel pasea
por el Puerto Viejo de Algorta, mira el mar al atardecer y en cada ola
remansada escucha las palabras de Jóse, que desde que murió no ha pasado
un día sin que deje de interesarse por ella y sus hijos. Isabel, desde
entonces, le cuenta cómo ha ido venciendo los inconvenientes hasta llegar a
dominar la soledad y envejecer celebrando el sol de cada día. De vez en cuando
sonríe, piensa en su marido y en lo que vivieron juntos, pero lamenta no
poderle explicar por qué ha conseguido sobrevivir a las nostalgias. Mira la
última ola, piensa en él y se repite: "Jóse, la juventud la llevamos
dentro”.
Isa sigue mirando el vaivén de las olas mientras el sol se prepara para el día siguiente.
Javier Aragüés (junio de 2019)
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