Para que exista el reencuentro ha
de existir la ausencia o el alejamiento del ser querido,
el que soñamos que nos
quiere y nosotros lo deseamos.
Ella acudía cada tarde al andén
infinito de la estación de armazón de hierro forjado en un gris frío, por el que solo circulaban dos
trenes de vía única; el del desamor y el de la esperanza. Siempre llegaba tarde
expresamente porque le aterraba que el tren del desamor estuviera estacionado y
aún no hubiera marchado.
Día tras otro, conscientemente, provocaba
la pérdida de ese tren odioso que no tenía horario fijo pero que si lo
encontraba sabía que el dolor sería tan terrible que no estaba segura de
poderlo soportar una vez más. Tantos días pasó encogida por el miedo, por el
sufrimiento a lo imprevisible, que llego a dudar cuál era el motivo por el que
cada día acudía a esa estación, porque no era ella, era algo disfrazado de
complacencia hacia la persona amada sin encontrar contrapartida.
Aquel día lucía un sol radiante.
Al despertar, fue capaz de mirarse como hacía meses que no lo había hecho,
quizás en toda su vida, recreándose en el espejo; se observó experimentó una
sensación que desconocía, la de reconocerse y poderse identificar con su yo,
con ella misma. Disfrazada de verdad se echó a la calle sin mirar la hora. No
le importaba encontrarse con el tren del desamor, estaba preparada llena de deseos
y rebosante de sueños. Entró por la puerta principal. En ese momento sonaron
dos largos pitidos, anunciaban la partida del tren del desamor. Se alejaba
envuelto en una nube de vapor gris que lo desdibujaba. Tuvo que esperar más de
una hora. El tren deseable, y tantas veces deseado, el de la esperanza, hacía
su entrada sin alardes, lento y seguro. Fue aminorando su marcha, por lo que a
ella le permitió, sin forzar el paso, repasar cada vagón.
Sí, era él. La buscaba como lo habría hecho toda la vida. El tren se detuvo. Sin llegar a bajarse, él la miró y a ella se le aceleró el corazón. Primero acercaron sus manos, se abrazaron y después el esperado beso. Tan largo y apasionado que el tren deseado, el de la esperanza, se quedó inmóvil y el tren del desamor no volvió a circular.
Sí, era él. La buscaba como lo habría hecho toda la vida. El tren se detuvo. Sin llegar a bajarse, él la miró y a ella se le aceleró el corazón. Primero acercaron sus manos, se abrazaron y después el esperado beso. Tan largo y apasionado que el tren deseado, el de la esperanza, se quedó inmóvil y el tren del desamor no volvió a circular.
Javier Aragüés (febrero de 2020)
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