UNA LÁGRIMA
Por
Javier Aragüés (marzo 2010)
#MayoresCuentan
Nos
sorprendió. Parecía distante. En el espacio, al otro lado del mundo. Y en el
tiempo ¿En el pasado? ¿Quizás ulterior? pero jamás ahora. Algo nos susurraba
sin atrevernos a levantar la voz, le respondíamos "no nos
alcanzará".
Los
espacios se reducían y el tiempo era ayer. Los rumores dejaban de serlo. Hasta
que el goteo se acumuló para precipitar como titulares en los periódicos
y en las cadenas de televisión. Primero aparecían confirmaciones, seguidas
de tibios consejos. Se iban redactando las precauciones. Sin parar de
crecer los afectados se desencadenaron las primeras muertes. A las
recomendaciones oficiales se solapaban las iniciativas populares. Se acopiaban
alimentos y productos de consumo básico, pero que no había escasez de deseos.
El día que se oficializó, no fue noticia. Las medidas no sorprendieron. Para
nosotros fue terrible.
El peor escenario podría llegar, pero preferíamos pensar que les afectaría a otros. Era lo que pensaba cuando les hablé por primera vez a los míos; Mabel, de pie, abrazaba a mis dos hijos, apenas se contenía.
En el día a día, teníamos que elaborar planes transparentes que apuntalaran el amor entre nosotros y el que dábamos a nuestros hijos. Lo habíamos logrado por la voluntad de los dos, tras difíciles combates de entendimiento, pero hoy lo disfrutábamos.
Llegó
el confinamiento. Nuestros padres nos habían dejado hacía unos años, estábamos
solos para afrontar una desgracia y rodeados de miedos. No había
muchas alternativas. Solo era posible adaptarnos a estos tiempos de privacidad
y aislamiento. La catástrofe anunciada desmantelaba todos los calendarios
de intenciones, hasta parecía que el amor quedaba suspendido y lo más terrible
para nosotros, se aplazaba el viaje, sine
díe.
Lo había pensado muchas veces. Cogerme un año sabático y, junto a Mabel y los niños, dar la vuelta al mundo. Detenernos en cada país, hacer vida con los del lugar, entender sus costumbres y observar cómo se amaban. La forma de amar es universal y está presente en los gestos de los seres sensibles. Cuando se mira a un niño, si le das amor, te lo devuelve con una sonrisa o un beso. Si es a la persona que amas, basta un gesto de complicidad para que muestre su amor sin limitaciones, con todo su cuerpo, y acerque los labios a los tuyos con sosiego. Pero hay unas personas tan especiales que permanecen en silencio, que no se insinúan ni piden nada, son los mayores, padres o abuelos, que esperan que alguien les devuelva ese amor que han gastado, sin exigir. Basta mirarles a los ojos que están fatigados de transitar por la vida y apenas pueden sujetar una lágrima.
Ahora hemos tenido que suspender ese viaje. Lo haremos más tarde. Hoy el viaje es muy corto. Cada noche a la ocho de la tarde me asomo a la ventana con Mabel y mis hijos, muchos aplauden. Un ligero roce a Mabel con mi codo y los dos buscamos a la pareja de ancianos frente a nuestra casa y nos encontramos con sus caras tras el cristal de su ventana. Los dos, en silencio, sujetan una lágrima.
Por Javier Aragüés (marzo 2010)
3 comentarios:
Emocionante,
Gracias Javier, por pensar en nuestros mayores, aun tengo padre y madre. Ayer hable con ella, le dije que se cuidara mucho, que no se expusiera al maldito bicho, me contestó, el bicho me preocupa por ti y por los tuyos, yo ya he hecho lo que tenia que hacer.
Ferdi.
Ferdi muchas gracias. Espero que todos esteis bien. Nosotros confinados pero sanos. Muchas gracias. Abrazos y adelante
Javier
Hola
Deseo que esteis todos bien de salud
Una vez mas , tu relato me ha gustado nucho y esta vez a conseguido emocionarme
Gracias por esta sensibilidad
Salud
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