Biografía: Reflexiones de una Zarina
He cometido muchos errores en mi vida, soy consciente de ello ahora que ya no tiene marcha atrás. Debo decir en mi descargo que ni mi querido esposo ni yo fuimos conscientes de que estábamos causando daño o perjuicio a nuestro pueblo, ¿pueden creerme?
Muchos dirán: no querían saberlo, que es distinto. Les aseguro que no teníamos ni idea. A nosotros los aristócratas se nos enseñan muchas cosas, muchas, pero todas relacionadas con un tipo de vida a la que estamos destinados por nacimiento y no por convicción y en muchos casos, lo sé porque lo he vivido en mi propia familia, uno se encontraba tomando las riendas de un país cuando por ley de vida todavía no te correspondía gobernar. Si el gobernante desaparecido había tomado la precaución de formar a su descendiente en el cargo, perfecto; pero ellos mismos probablemente se habían encontrado en la misma situación repentina y algunos, quizá más despiertos que otros, habían salido airosos del trance.
A mi esposo Nicolás, lo educaron para ser Zar de todas las Rusias en un futuro, pero su padre nunca le enseño como dirigir a un pueblo de ciento cincuenta millones de personas. Jamás le hablo de cómo debía hacerlo en el día a día, en que personas podía confiar para ayudarle a dirigir a aquel vasto país. Claro que el pobre quizás pensó que ya habría tiempo para eso, pero murió muy joven, tan solo tenía cuarenta y nueve años de edad y mi pobre Nicky a los veintiuno se encontró con todo el pastel.
De los pocos aciertos de mi vida el mejor de todos fue casarme con él. Nos enamoramos nada más conocernos. El tenía diecisiete años y yo 12, tardamos cinco años en casarnos pero nuestro amor nunca dejo de estar presente y ha perdurado hasta el día de hoy con igual intensidad.
Nos convertimos en sus Majestades Imperiales en un abrir y cerrar de ojos. ¡Éramos tan jóvenes! Nicky estaba terriblemente asustado y yo deseaba ayudarle con todo mi corazón. Recuerdo con terror cuanto sufrí en aquellos días por causa de mi suegra.
Joven todavía después de pasar el duelo por
la muerte de su esposo, quiso retomar el protagonismo como Zarina, negándome el privilegio que me correspondía por derecho. Fue muy duro. Hasta que no tuvimos nuestra propia casa, era un no vivir. Mi esposo me comprendía, pero era incapaz de enfrentarse a su madre. Mi dulce Nicky.
Nos trasladamos a Tsárkoye Selo, a pocos kilómetros de San Petersburgo, y allí empezó realmente nuestra vida familiar. Mi suegra y la encopetada y lujosa corte criticaban mis gustos a la hora de decorarla, pero nosotros fuimos muy felices. Allí aprendí a amar a Rusia y comprender la vida de aquel pueblo de campesinos que nos adoraban.
Estábamos orgullosos de nuestras preciosas hijas y cuando nació nuestro pequeño Alexis destinado a ocupar el puesto de su padre, respiramos tranquilos. Sin embargo el destino no me dejo disfrutar de la alegría, pues nuestro pequeño hijo heredó de mí la enfermedad de la que yo, pobre de mí no sabía casi nada en aquel entonces, la hemofilia. Sabíamos que si no sufría ningún accidente se podía controlar, pero amargó considerablemente nuestra vida. Gracias a la religión, gran consuelo para mí, conocí a Pushkin y gracias a él nuestro pequeño creció sano y hermoso y llegar sin contratiempos graves a los trece años que tiene ahora.
Pushkin, que tanto ayudo a mi marido con sus consejos, cayó en desgracia y fue asesinado vilmente. A partir de entonces todo empezó a descontrolarse. El pueblo se volvió loco. La gran guerra trajo mucha miseria y los revolucionarios crecieron como registro, envenenando la mente del pueblo que siempre nos había adorado y lo volvieron contra nosotros.
Mi esposo para evitar un mayor derramamiento de sangre cedió a las presiones y finalmente abdico en marzo de de mil novecientos diecisiete.
Nos aislaron en nuestra casa de Tsárkoye Selo, vigilados continuamente por soldados que no nos guardaban ningún respeto; insultos frio intenso, mala comida… nos permitían salir a respirar a los jardines del palacio treinta minutos al día. Solo entonces podíamos estar todos juntos. Fue terrible, así estuvimos durante meses.
Pedimos asilo a Inglaterra, pero nuestro primo Jorge nos lo denegó. Los bolcheviques decidieron trasladarnos entonces a Ekaterimburgo, cerca de Moscú. Creían que allí el Ejército Blanco que seguía siendo fiel al Zar tendría menos posibilidades de liberarnos.
Nos alojaron en una casa que había sido del gobernador, mucho menos confortable donde el frío era todavía más intenso. Nos permitieron conservar a dos o tres personas de nuestro servicio que siempre nos fueron fieles.
Y aquí estamos todavía hoy, dieciséis de diciembre de de mil novecientos dieciocho, sin saber que va a ser de nosotros. Sufro mucho por mis hijos. Tengo un mal presentimiento.
La familia real fue despertada de madrugada y junto con las personas a su servicio fueron obligados a bajar a las cuadras sin darles tiempo a vestirse. Les dijeron que allí abajo estarían más seguros. El Zar llevaba en brazos a su hijo Alexis. Cuando estuvieron todos, entraron diez soldados fuertemente armados. Dispararon sobre ellos indiscriminadamente. El primero en caer fue el zar Nicolás, que llevaba en brazos a su hijo; después la zarina de un tiro en la cabeza. El pequeño Alexis, a quien su padre había protegido con su cuerpo vivía todavía. Fue rematado por varios disparos. A las cuatro princesas se las remató a golpe de bayoneta.
Los cuerpos de la familia real fueron quemados y enterrados en algún lugar desconocido. En el año 1980 sus restos fueron encontrados. Actualmente, el
zar y su familia fueron sepultados en la fortaleza de San Pedro y San Pablo en
San Petersburgo en 1998, pero los restos de Alexei y María nunca fueron
encontrados.
Curso de escritura creativa. Relato histórico. Mayo 2015
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Biografías: Record de Josep Palau i Fabre
«He donat el meu cor a una dona barata.
Se'm podria a les mans. Qui l'hauria volgut?
A les escombraries una bella sabata
fa el mateix goig i sembla un tresor mig perdut
Totes les noies fines que ronden a ma vora
no han tingut la virtut de donar-me el consol
que dóna una abraçada, puix que l'home no plora pels ulls, plora pel sexe, i és amarg plorar sol (...)»
La sabata, març de1943
Aquest sonet, llegit en una tertúlia literària, escandalitzà la societat catalana del franquisme, «acomodada i rància», que li féu el buit, i contribuí a què la seva mare, una francesa religiosa i puritana en extrem, el desheretés més endavant. Un dels signants com a testimonis va ser el seu company i amic fins aleshores, Salvador Espriu.
«Ja no sé escriure, ja no sé escriure més,
la tinta m'empastifa els dits, les venes,
he deixat al paper tota la sang»
Comiat, 1945
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Palau, que s'ha significat com a activista cultural, amb actituds radicals i reunions clandestines, es distancia de la seva família, partidària del règim franquista, obté una beca del govern francès per a dos anys i s'exilia voluntàriament a París.
L'estatge en dura dotze. A l'ambaixada mexicana, aconsegueix una petita feina que li deixa temps per continuar escrivint poesia, teatre, contes i crítica i compleix un dels seus somnis prioritaris: conèixer personalment Pablo Picasso, ja aleshores un dels pintors de renom internacional, absolutament blindat a periodistes i admiradors. Un amic comú, Ferran Canyameres, els presentà. Palau ja ha escrit llavors dotze llibres sobre el mestre malagueny i Picasso es rendeix a la devoció del jove biògraf.
L'estatge en dura dotze. A l'ambaixada mexicana, aconsegueix una petita feina que li deixa temps per continuar escrivint poesia, teatre, contes i crítica i compleix un dels seus somnis prioritaris: conèixer personalment Pablo Picasso, ja aleshores un dels pintors de renom internacional, absolutament blindat a periodistes i admiradors. Un amic comú, Ferran Canyameres, els presentà. Palau ja ha escrit llavors dotze llibres sobre el mestre malagueny i Picasso es rendeix a la devoció del jove biògraf.
La sensibilitat artística i el gust per l'avantguarda se les troba a la casa familiar del carrer del Bruc, amb el seu pare, Palau i Oller, decorador i pintor notable, que hi rep amics com el poeta Salvat Papasseit. Fabre concep l'art com una aventura temerària, com la recerca iniciàtica d'un sentit essencial i assumeix el discurs del somni, del visionari i del foll.
LLUÏSA ESTEVE
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Biofrafía. Atanasio Campos
¡¡ Riiiing, riiiing…!!! Un enjambre de batas grises desbocadas rellenas con carne -algunas con no tanta- asaltaba el corredor. El pasillo cercado por las puertas de las clases, a un lado y, ventanas acristaladas, translucidas por la suciedad, al otro; no dejaban pasar la luz ni la imaginación. ¡La guerra había acabado!
"La Casa del Pueblo" había pasado a ser escuela pública. Las paredes se levantaban desde un patio interior, con cucarachas desenvueltas y perfume de humedad. Era un siniestro lugar de recreo para los alumnos y de descanso para los maestros. Los días de frio y lluvia desalojaban a todos del patio, se refugiaban en las clases y lo cotidiano desaparecía.
Atanasio procedía de un pueblo de la sierra, equidistante de Segovia y Madrid. Los habitantes dependían de una tierra baldía, que cultivaban una y otra vez con escasos resultados. La pobreza y el analfabetismo eran la heráldica del pueblo.
¡Hijo, “no vales para el campo"! decía la familia preocupada por su futuro.
La vocación religiosa no era lo intensa que exigía el cura del pueblo. Su afinidad con la benemérita, era nula. Tampoco militar. Tenía que buscar una ocupación para salir del pueblo y ganarse la vida.
¿Y Funcionario del Estado? Los parientes de Madrid podrían alojarle y soportar su presencia en tanto que preparaba la oposición.
Los padres ayudaban por lo poco que gastaban en el pueblo y con lo que obtenían de las insuficientes cosechas. A los parientes los compensaban con los productos de “la matanza”.
Con todo, llegaba al magisterio orgulloso. Un Maestro Nacional con un título que le concedía la República después de considerables sacrificios, una oposición cristalina y debilidades como todos. “Tanis”, para la familia y compañeros, languidecía en silencio, en un rincón del patio, separado de los otros maestros que "echaban un cigarro” durante el recreo. Recordaba el pueblo, la ayuda de su familia y lo conseguido. No impedía que algunas noches, con los amigos, frecuentara el barrio de Echegaray en Madrid, conocido por las gangas en amor a cambio de alimentos, si "no se tenía suelto”. Salían a pasear los deseos más primarios que ocultaba Tanis.
Como Director de un Centro de enseñanza, con escasos recursos y menos pretensiones, se sentía superior a sus compañeros e incapaz de conseguir el respeto de los alumnos. La antigüedad como docente, su buena planta y la idolatría por la literatura, a la que dedicaba gran parte de su tiempo, eran cualidades con las que competía y no tenía contrincante. Marisa, alimentaba su motivación; compañera, diputada por el PSOE y madre de dos hijos; inducía a Atanasio a ser un compañero diferente en aquel tiempo.
El fin de la guerra cambió los contenidos y los decorados. Dos protagonistas de una película de terror, en blanco y negro, presidían la clase. Encriptados en marcos amarillentos y en medio, un Cristo semidesnudo sin venir a cuento.
Los chicos (los alumnos) no le respetaban. Utilizaba una larga vara de fresno con la que les golpeaba en la palma de la mano para enderezar su conducta y purgar su frustración como maestro. Los otros maestros utilizaban la misma pedagogía aunque la motivación era diferente y se quedaba en el correctivo.
La antigüedad era la que determinaba el puesto y no los conocimientos. Como Director reunía los atributos y se sentía cómodo. En el colegio, todos acostumbraban a repetir la lección mal aprendida y el obligado bis religioso al salir y entrar de clase. En el ritual de cada viernes se representaba alguna escena hiperrealista del Antiguo Testamento. Se dibujaba sobre un encerado negro acharolado, con trazos de yeso blanco y, tizas de colores. Un paño mugriento y empolvado, en un extremo, era el corrector de los errores. Atanasio repasaba clase por clase dando su aprobación
Al fin lograba ser funcionario en un grupo escolar (antes, miliciano de la cultura para el Frente Popular). Las tropelías de "los vencedores" cambiaron la profesión de Tanis. En el primer año de “la victoria” pasó de la enseñanza a la hostelería. Fue represaliado por pertenecer a la C.N.T. El carnet de afiliado como sindicalista era el pasaporte para terminar sus días como camarero en una conocida cafetería de la Puerta del Sol. ¡Todo el esfuerzo perdido! Y como muchas personas, inmersas en un "sinhorizonte".
Pasaban los años y Atanasio no soportaba su desempeño en casa, ni la nueva profesión. De nuevo, Marisa le apoyaba en los momentos más íntimos, en los largos paseos sórdidos en los días de fiesta y le daba fuerzas para llegar al final. Hablaban de pasiones, de deseos, de las miradas cómplices y de los difíciles momentos de “la subvida”. De todo lo que les había hecho estar juntos.
Atanasio en el lecho, con una dulce sonrisa
y el título de maestro en las manos, se despedía.
Javier Aragüés
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