Cuento.
CINE INTERRUPTUS
Si me pidieras una relación íntima te diría que no, que no estoy
preparada, que poner ahora un hombre en mi vida cuando me queda tanto por
aprender, tanto todavía por hacer, resultaría un lujo excesivo, un derroche de
tiempo y energía.
Pero el viernes por la noche, en el
cine, a tu lado, con mi mano entre las tuyas y una buena película -que siempre
eliges cuidadosamente-, no deseo otra cosa: que no acabe nunca.
¿Te imaginas que en la sala de al lado, en la 11 o en la 13, existiera un sofá donde prolongar este sentimiento de ternura que nace callado en la butaca o el deseo que asoma despacito entre planos y secuencias? Oh, qué gozada si pudiéramos unir nuestro abrazo al de los protagonistas, compensar su desdicha, solidarizar-nos con su causa, compartir su aventura!
¿Te imaginas que en la sala de al lado, en la 11 o en la 13, existiera un sofá donde prolongar este sentimiento de ternura que nace callado en la butaca o el deseo que asoma despacito entre planos y secuencias? Oh, qué gozada si pudiéramos unir nuestro abrazo al de los protagonistas, compensar su desdicha, solidarizar-nos con su causa, compartir su aventura!
Algo se quiebra, algo queda para siempre
en los folletos olvidados en las butacas, esparcidos por el suelo, algo se
pierde en el largo corredor de cemento, pintarrajeado de amarillo chillón o
verde inclemente, de salida hacia la calle.
Y de pronto ya sé que me abandonas. Y estoy sola en la noche
anónima de la ciudad, pisando oscuros adoquines, sin rumbo entre el llanto de
neones y farolas.
Llego a casa despacio, con el alma
encogida y me acurruco en el sofá sin
ánimo de desvestirme, sin ningún sueño, hecha un ovillo de sentimientos, de
emociones, de películas interrumpidas.
Lluisa
Esteve Boada (Junio de 2015)
**************
Cuento. LAURA
I.
- Ring, ring, ring. . .
- Si.
- ¿Eres Laura?
-Sí, ¿con quién hablo?
- No sé si me recordarás, nos conocimos en el New York, hace unos años.
- Bueno, he conocido muchos hombres en el New York.
-Conmigo viviste una historia singular, seguro que sabes quién soy.
-¡Santo cielo! ¿Es posible que seas Xavier?
- Sí, soy Xavier.
- ¡Vaya sorpresa! ¿Qué es de tu vida?
- Hay alguna novedad, es que voy a casarme y quería invitarte a mi fiesta. Habrán muchos de mis amigos, seguro que te lo pasarás muy bien.
- ¡Oye!, me hace mucha ilusión que te hayas acordado de mí . ¡Claro que voy a venir! ¿Qué día será la boda?
- Pronto, dentro de dos semanas, el quince de mayo, en Santa María del Mar.
- ¡Guau, deberé darme prisa, quiero seducirte de nuevo!
- ¿Estás tan guapa como cuando nos conocimos?
¡Bueno, esto lo decidirás tú cuando me veas. Pero no puedo acabar de creérmelo. ¡Dime que no me estás tomando el pelo!
- ¡Por Dios mujer! Nunca te tomé el pelo, y menos iba a hacerlo ahora.
- Esperaré con impaciencia el día quince. ¡Adiós guapo!
- Adiós, Laura.
II
Había conocido a Xavier tres años antes en el New York, una sala de fiestas al final de las Ramblas, donde yo trabajaba. Presentaban un espectáculo esgañosamente de “streep-tease”, lo máximo que permitía la censura en la Barcelona de los años sesenta. Con una música sensual y el juego de luces y sombras, se conseguía crear un clímax que invitaba a cualquier fantasía. Soy gallega y vine a Barcelona para buscar trabajo, no fue nada fácil. Soy una chica joven y relativamente atractiva y al final me contrataron para alternar y entretener a los clientes. Con Xavier, un chico joven, despistado y tímido, viví una historia muy particular.
La primera vez que, por curiosidad, vino a aquel local se acercó a mi con timidez y me invitó a una copa. Hablamos de las chicas sexis que actuaban en el espectáculo y poco más, Eso fue todo lo que dio de si aquel primer encuentro. Le debió gustar aquella visita pues al cabo de unas semanas volvió y directamente me buscó en la barra, que digamos era mi puesto de trabajo. Charlamos animadamente y me contó algo de su vida, su familia, sus estudios, su trabajo, sus aficiones. Poca cosa más hay que añadir a estos primeros encuentros con Xavier. Con el paso del tiempo mi relación con él fue cada vez más íntima y de mayor confianza mutua y llegó lo que es inevitable entre un hombre y una mujer jóvenes.
Besos y caricias, hasta que al cabo de unas cuantas visitas me propuso un encuentro amoroso, que a mí me encantó, pues en realidad Xavier, a pesar de su timidez, me había seducido. El día de la cita, Xavier se presentó a la hora prevista muy nervioso. Subimos a la habitación, traté de tranquilizarlo con poco éxito, y empezamos a desnudarnos. Él, con muy poca habilidad, no conseguía desabrocharme el sujetador ni acababa de desnudarse, fui yo quien le tuve que ayudar. Ya en la cama se consumó el desastre, no pudo aguantar ni las primeras caricias y en pocos segundos todo había acabado. Muy avergonzado se tapaba la cara y yo trataba de consolarlo diciéndole que esto ocurre normalmente en los primero encuentros.
Besos y caricias, hasta que al cabo de unas cuantas visitas me propuso un encuentro amoroso, que a mí me encantó, pues en realidad Xavier, a pesar de su timidez, me había seducido. El día de la cita, Xavier se presentó a la hora prevista muy nervioso. Subimos a la habitación, traté de tranquilizarlo con poco éxito, y empezamos a desnudarnos. Él, con muy poca habilidad, no conseguía desabrocharme el sujetador ni acababa de desnudarse, fui yo quien le tuve que ayudar. Ya en la cama se consumó el desastre, no pudo aguantar ni las primeras caricias y en pocos segundos todo había acabado. Muy avergonzado se tapaba la cara y yo trataba de consolarlo diciéndole que esto ocurre normalmente en los primero encuentros.
A este primer día siguieron otros muchos, más placenteros y excitantes. Xavier fue tomando confianza conmigo y su autoestima subió considerablemente. Era otra persona, encantador como siempre, pero mucho más seguro de si mismo Mi relación con el duró todavía algunos meses hasta el día que me dijo que había conocido a una chica de la que se estaba enamorando, y dejamos de vernos. Nuestra relación había sido una cosa especial que recordé durante mucho tiempo.
III
Llegó el día de la boda y yo ansiaba encontrarme de nuevo con el hombre al que había enseñado a hacer el amor. Me había comprado un vestido negro, que siempre queda bien, ceñido y con un escote de vértigo.
Llegué puntualmente a la iglesia, entré timidamente y me senté en uno de los últimos bancos esperando nerviosa la llegada de mi amigo. Al cabo de un rato, que se me hizo eterno, entró acompañado de su madre. Miraba a cada lado y al verme me reconoció al instante dedicándome una gran sonrisa que me tranquilizó y me hizo feliz.
Llegué puntualmente a la iglesia, entré timidamente y me senté en uno de los últimos bancos esperando nerviosa la llegada de mi amigo. Al cabo de un rato, que se me hizo eterno, entró acompañado de su madre. Miraba a cada lado y al verme me reconoció al instante dedicándome una gran sonrisa que me tranquilizó y me hizo feliz.
Cuando terminó la ceremonia todo el mundo se precipitó a la puerta del templo para aplaudir a la pareja de recién casados. Se prodigaron besos y abrazos entre familiares y amigos y al cabo de un rato Xavier empezó a buscarme, me abrazó con cariño y me presentó a su mujer y a sus padres y no se le ocurrió otra cosa que decirles que era la fisioterapeuta que le había tratado de no sé qué accidente. Esta explicación, quizá, no fue muy creíble, pero en fin, se había cubierto un trámite indispensable para justificar mi presencia en aquel evento. Uno de sus amigos me llevó con su coche al restaurante donde se celebraba la fiesta.
Todo fue muy fácil y empezaba a encontrarme cómoda entre aquellas personas desconocidas. El lugar era espectacular y la cena resultó espléndida. Me divertí con los invitados de mi mesa. Yo intentaba dar credibilidad a mi condición de fisio, procurando no entrar en demasiados detalles. Como era costumbre, al terminar la cena empezó el baile, que abrió la pareja de casados. Sin darme cuenta me encontré en la pista de baile con uno de los chicos de mi mesa, pero no fue el único, pues todos los amigos de Xavier pasaron por mis brazos. Al parecer mi vestido había surgido el efecto previsto, resultaba del agrado de mis parejas de baile, que acariciaban mi espalda y todo lo que yo les permitía.
Al cabo de un rato se me acercó Xavier con su mujer y cambiamos de pareja. Me encontré en sus brazos diciéndome, al abrazarme, que estaba muy contento de encontrarse de nuevo conmigo, que estaba tan guapa como cuando me había conocido. Seguro que mi perfume despertó en él todos los recuerdos. La capacidad evocadora del olfato es extraordinaria al incitar la mente a recuperar los mejores recuerdos de otros tiempos. Pasó su mano por mi espalda y me pareció que se estremecía al notar que no llevaba sujetador. Recordamos nuestros primeros besos y caricias, los encuentros amorosos, el sexo que vivimos juntos, hasta que nos emocionamos.
De nuevo se acercaba su mujer, una chica guapa y muy joven, que se lo llevó dedicándome una picara sonrisa.
De nuevo se acercaba su mujer, una chica guapa y muy joven, que se lo llevó dedicándome una picara sonrisa.
La noche transcurría muy animada con baile, alcohol y risas, hasta que hacia la una de la madrugada muchos de los invitados ya empezaron a marcharse y el ambiente se relajó considerablemente. En estas me di cuenta que Xavier, que estaba solo, desde el otro lado de la sala, me hacía señas con la mano para que me acercara. Llegué hasta él. Cariñosamente me cogió de la mano y me arrastró hasta la escalera que conducía a las habitaciones del hotel. En aquel instante adiviné sus intenciones. Entramos en una habitación que al parecer habían reservado para cambiarse de ropa. Xavier me besó mientras intentaba quitarse su ropa y la mía. En pocos segundos me encontré casi desnuda, pues tampoco llevaba medias y veía como volaban mis braguitas, Nos echamos en la cama e hicimos el amor apasionadamente. Fueron sólo unos minutos excitantes, que me transportaron a otra habitación de hotel, mucho menos lujosa, con un chico tímido y despistado al que ponía al corriente de las delicias del sexo. Terminamos pronto, nos recompusimos rápido, Xavier con tejanos y un polo y su traje de boda en una percha. Iba a encontrarse con su mujer, y se despidió de mi con un fuerte abrazo . Tuve el tiempo justo de decirle:
- Harás muy feliz a tu mujer - y me respondió
- En parte será gracias a ti
Esperé unos minutos y con mucho sigilo salí de la habitación, no sin antes asegurarme de que nadie podía verme, bajé las escaleras tranquilamente, me mezclé con los pocos invitados que terminaban su última copa y salí a la calle. Necesitaba respirar aire fresco y relajarme un poco, después de un día cargado de recuerdos y emociones.
Josep M. Arús
******
Relato Erótic. NIT D’ENVELAT
Diu i desprès somriu:
“Eren els anys setanta, jo devia
tenir catorze o quinze anys.Com passa el temps! vivia al camp, en una masia a prop d’Olot, amb
els pares i els meus germans. Érem tres i molt ben avinguts. El més petit era
la joguina de casa, tots volíem agafar-lo i donar-li una pilota per fer xuts;
la mitjana, la Maia, tenia vuit anys i es passava el dia llegint còmics
asseguda a l’era de casa.
A mi em començava agradar sortir amb nois per coquetejar una mica i per allò de “trobar el príncep blau”. Les discoteques no em feien el pes, massa soroll i a més els pares m’ havien d’ acompanyar, la que estava més a prop era a 15 quilometres. Per això m’ acontentava amb el ball de Festa Major i festes similars. També anava sovint al cinema amb els nois de la colla o feia excursions a berena al bosc per fer petar la xerrada.
Però heus ací que la mare pensà
que a la meva edat ja era prou gran per presentar-me en societat al ball de la
Festa Major.
Em vaig comprar un vestit vermell
amb uns volants que arribaven a mitja cama i em vaig posar uns semi talons que
feien molta patxoca. El perruquer em va fer uns tirabuixons llargs que em
cobrien les espatlles. Semblava realment una noia de revista.
El dia del ball, em vaig passar la
tarda davant del mirall, provant poses i gestos que m’ afavorissin perquè volia
ser “La plus belle pour aller danser”
com cantava la Sylvie Vartan. La Maia va comentar:
-Sí que ha crescut l’ Isabel, ja és tota una doneta. A mi encara em falten
uns anyets per anar a l’ emvalat.
Un cop allà, ens vam instal·lar en
el palc amb els pares. Vaig tenir força
èxit, de seguida em va treure a ballar un noi que a primera vista semblava
atractiu però que ballava com si trepitgés raïms. Vam començar a parlar de
música i em va posar el corrent dels seus amics del col.le. En mig de la
conversa, molt educadament, em va dir:
-Vols ballar una altra vegada?
però no em diguis que estàs cansada i que vols una coca-cola, no acostumo a
convidar ningú.
A mi em va sortir la mala baba que
m’ acompanya sempre:
-Mira nen, ja et pots estalviar el
beure o el que sigui perquè no penso tornar a ballar amb tu.
El noi va quedar palplantat com un
estaquirot. No vaig voler veure’l mai més. Quan et trobava pel poble li girava
l’ esquena. Quin tiu més garrepa!
Molt dignament vaig anar a seure
amb els pares. Em vaig treure les sabates i em vaig lligar el cabells amb una
goma perquè feia molta calor.
Aquesta va ser la meva iniciació al
ball”
Mariona Bigorra
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Relato Erótico. TÚ Y YO
¿Recuerdas
los días en la playa cuando nos buscamos? Nadie nos presentó y nos
averiguamos sin conocernos. Tú aroma ahogaba los tonos del aire al llegar
a mi y posaba sobre mi piel ardiente por el sol y la proximidad. Nada se
daba por hecho, excepto tu deseo que por pudor ocultabas en la arena. Me
enseñaste el camino a la gruta disimulada. Yo, cómplice con las olas y
sin obstáculos, traspase el umbral sin dejar de soñar.
En
la cueva, la penumbra hacía posible todo lo inalcanzable y las caricias
Al vaivén, sin coordinar, nos movían los deseos y te acorralaban
hasta verte sobre mi cuerpo. Ya en la oquedad, estirada, escondías tus pechos
turgentes entre los brazos, preludio de lo más reservado y envidia de mis
pensamientos. El suelo húmedo por el mar y por ti, lo calentabas con tu cuerpo.
Ayudabas hasta la salida del sol, cuándo la luz penetraba en el lugar más
recóndito, sin excusas, mientras los ojos buscaban la satisfacción en la mirada
y aparecía una sonrisa de placer; los labios, ahora sí, esperaban los besos.
Los cuerpos unidos por las salpicaduras del salitre y el placer,
se despegaban lentamente. Los labios cortados por el ir y venir de la
voluntad, pedían continuar en contacto. Como no se agotaba el tiempo, la
gruta era un cauce de amor desde el que se podía contemplar, en medio de una
noche iluminada por la luna, el romance en silencio con el sol. La luna le
provocaba hasta hacerle salir dispuesto a emparejarse. Se fundían con el día y
su lecho era el horizonte.
Al abandonar la fosa del placer, colmados de gozo, decidíamos
cuándo regresar a la gruta; siempre que los sentidos y una túnica púrpura
en la piel lo permitiera. Gozar una y otra vez, en ese lecho invisible, al
margen de los celosos de nuestro amor y con las caricias que tú y yo
compartíamos.
Javier Aragüés (Junio2015)
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