jueves, 25 de junio de 2015

DEPALABRAS. El Microrrelato


El Microrrelat. Características del Gènere














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Microrrelato. LA ARQUILLA MODIFICADA


La revolución consiste en amar a un hombre que no existe todavía. Pero el que ama a un ser vivo, si ama de veras, no puede aceptar el morir más que por aquel.

Azorín


Guardo las conchas, brazos de estrellas, los cierres de las latas de cerveza y otros cachivaches. Todos caben en un bote de cristal. Intento guardar los recuerdos pero se escapan. Tampoco caben las miradas. Las pequeñas caracolas salvan el ronroneo de las olas y el olor a mar.

El gobierno no facilita las necesidades básicas de la población. No deja dibujar, ni practicar sexo. A mí tampoco. Nadie cree las imposturas. Una ordenanza me lleva a patrullar por la noche, pese a mis convicciones. Camino con el pelotón por medio de una calle. Escapo del fuego cruzado de insultos de los manifestantes.  No cesa. La sublevación se anuncia desde hace años. Me identifico con la resistencia. Deserto y disparo contra los defensores del desamor y la ignorancia. Continúa el combate, yo peleo hasta que la rutina supera mi voluntad. En una tregua consigo  cicatrizar las heridas que producen  los discursos. Busco entre los cachivaches arrinconados en el bote. Los aplico a las lesiones. No bastan. Me pongo a soñar. Recuerdo una estrofa de un verso mal aprendido.










… adivinar un poema
que nunca escribió nadie
a la noche.  La  que hizo dios
para que el hombre la gane
y camine por un sueño
como si fuera una calle.




Tengo muchas cosas para saturar mi bote de cristal. No caben. También, miedo a que se rompa y se agote el tiempo para ordenarlas. Unas, las que almaceno con la edad. Otras, más recientes, de las que no me puedo desprender. La foto que me dio Zoe al despedirnos cuando voy al frente. 








Mejor construir una arquilla a medida del significado de cada elemento y  repensar  mi vida desde el inicio.  El trompo al que enrollaba la cuerda sin conseguir la confesión de amor. La llave oxidada y sin dientes que no abría corazones. El mensaje de la lisiada sobre un trozo de papel que nadie estaba dispuesto a recibir. Una cerilla apagada, testigo de conversaciones entre humo. La anilla de plástico de cualquier “pack” de bebidas, compromiso de una pareja de muy  jóvenes bien intencionados. Un lapicero gastado que no puede escribir más versos. Una goma de borrar desperdiciada en cuadernos de caligrafía de escolares obtusos. Un sobre, con matasellos  de la República,  devuelto  por  “DESCONOCIDO EN ESTA DIRECCIÓN”. Una mariposa con alas polvorientas lista para volar y, varios clips que no sujetan deseos. Y el más importante para mí,  el gesto de complicidad cuando invito a Zoe a pasear por la noche, para ganarla y caminar por nuestros sueños... Por nuestra calle, que nunca olvido.



Javier Aragüés (Noviembre 2015)



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Microrrelato. LOS ACORDEONES DEL METRO

“Si Hamlet hubiese sido capaz de reírse después de haber planteado la pregunta por el ser, la cuestión se habría disuelto”.

 Chantal Maillard

A García Márquez

Al final todo el mundo estaba de acuerdo en que era un problema. Tras quince días de exámenes minuciosos las pruebas eran indiscutibles: justo cuando el tren del suburbano se detenía en Ópera una nube de acordeones plateados salía de todos los vagones….de todos, menos del que estaba en el centro del convoy.




La brigada de expertos prefirió investigar durante un día normal. Los siete del equipo subieron al metro en Cuatro Caminos poco antes de las seis y media de la tarde. Uno a uno se apostaron al fondo de cada vagón, repleto a esa hora de personal que regresaba del trabajo, iba a buscar a los niños al colegio o simplemente quería dar un garbeo por El Corte Inglés. A la altura de la estación de Canal, dos acordeonistas de aspecto polaco entraron en el último coche. No llevaban amplificador eléctrico y comenzaron la interpretación de unas danzas húngaras que sorprendió a la gente. Repitieron la actuación a la altura de Quevedo, pero esta vez prefirieron tocar el Tico-tico, que, aunque más ligero, resultaba más espectacular. Para San Bernardo, los vagones primero, segundo y tercero ya tenían músicos. Tres dúos, todos con acordeón, y luego un violín, una guitarra y una trompeta. Con piezas diferentes, el tren sonaba a gloria. En Noviciado, el trompetista y su compañero se fueron al último vagón a repetir el largo de Haendel mientras su lugar lo ocupaba un acordeonista rumano, gordo, de piel oscura y bigote abundante. Interpretaba muy bien los tangos y por sus requiebros retrechados y cachondones parecía auténticamente porteño. Lástima, pensó el inspector jefe de la brigada, parece que quiebra el fuelle para enterrar una amargura insobornable. Santo Domingo sólo acogió a otro dúo de acordeones grandes, con los remaches plateados relucientes, ¡dos Hoffner de 42 teclas, cachas repujadas en las botoneras y cantos metálicos en cada pliegue! La gente imaginó que acometerían un vals...quizá de Strauss. Un acordeón joven, fino y enteco, se asomó al cuarto vagón, el del medio. El inspector correspondiente le vio vacilar, contraer el gesto y alejarse a toda prisa camino del enlace con la línea 1. El funcionario giró rápido la cabeza, intentó escrutar todos los rincones del vagón y anotar cualquier novedad. Sólo alcanzó a observar que la gente había enmudecido y que quizás también la música de los otros trenes estaba más atenuada. No tuvo tiempo a ordenar sus pensamientos: en la estación de Opera, el andén estalló en acordes gloriosos mientras el tren vomitaba y vomitaba acordeones, una bandada de mariposas que extendía y contraía sus alas-fuelles entre una nube de violines, guitarras y trompetas que revoloteaba atrapando melodías, iniciando fugas y coincidiendo en contrapuntos obscenos.

Del vagón del medio no surgió un solo acordeón.

Los investigadores decidieron cambiar la estrategia. Al día siguiente, seis inspectores se quedaron en el vagón misterioso mientras el jefe de la brigadilla recorría todo el convoy, cambiando de coche en cada estación. Se mantuvo la hora de la patrulla, pero se realizó en sentido inverso.

Enseguida, en Ventas, aparecieron varios músicos en el primer coche. El inspector jefe, un viejo funcionario serio y escéptico, disfrutó de un pasodoble. Se descubrió tatareando por lo bajinis el Gato Montés y corriendo a cambiar de vagón en Manuel Becerra para poder escuchar otra gran versión de Manolete. En Goya casi perdió el tren, absorto en su audición. Atinó a pasar al tercer vagón, a la vez que entraban un saxofonista y un nuevo acordeón. Sonaban bien, aunque los acordes estridentes y sincopados del jazz-tango nunca le habían calado demasiado... En Príncipe de Vergara, ya en el quinto vagón, se sintió muy a gusto. Aquella chica que tocaba sola, largos cabellos pelirrojos, piel de nácar y grandes ojos verdes... Era eslava, seguro. Le miró, él la miró. Sonrió, ella sonrió. Retiro. Vivaldi...Me llamo Irina... ¡Se lo había susurrado!  Cambiaba al sexto vagón en Banco y el inspector la seguía, imaginando despertares dulces y crepúsculos apasionados... ¡Oh, los compositores rusos...! Miró al resto del vagón y tuvo el extraño presentimiento de viajar en el tren del amor. Irina...la llamaría Irene. Al resto del personal no parecía importarle. Al fondo, una veinteañera aprovechaba para calentarse el ombligo desnudo contra el torso esculpido de un rostro joven esbozado entre dos grandes patillas. La madurita junto a la puerta se dejaba achuchar por un oficinista Cortefiel y un “fonta” bajito y fornido se las ingeniaba para elogiar la pechuga de una señora de escote-canalillo que levantaba displicente la cabeza, el abanico y las esclavas de oro. El inspector pensó que los que mejor aprovechaban aquella música eran un par de jubilados sentados al fondo, de sonrisa plácida y manos entrelazadas...


Persiguiendo a Irina camino del séptimo tren en la estación de Sevilla descubrió que la situación amorosa había invadido todo el convoy .menos el vagón central. En Sol se sintió radiante. Irina le dedicó lo mejor de su repertorio… el preludio-fuga de Bach. El inspector jefe notó un escalofrío que le sacudió vísceras que nunca hubiera imaginado tener mientras su corazón se estremecía en pálpitos rápidos y dodecafónicos.


La placa roja y azul de Ópera le enfrió la cabeza. Irina cambiaba de vagón. Corrió tras ella hacia el cuarto coche mientras apartaba acordeones plateados que enjambraban por los rincones de la estación entre estallidos de música. Las puertas abiertas del coche maldito respiraban un aire quedo y triste. Irina fijó la vista en un joven rubio de semblante vacío y ojos ausentes. Sentado junto a la puerta escondía entre las manos un dolor antiguo y un acordeón rojizo de cantos dorados. Ella dudó en entrar, crispó los dedos sobre las teclas mudas y de su boca pálida sólo se oyó un quejido:

-    “Sacha…”
-         “Irina, ¡quería tocar como tú te merecías…, no pude!”

El inspector atinó a comprender mientras sus seis colegas sacaban a empellones al músico acongojado. Nunca supo qué le impresionó más; si las lágrimas en los ojos de Irina o el desprecio atroz y certero de aquella otra mujer que gritó:

-         “¡¡Idiota!! …¡no ves que ella siempre te ha querido…!

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(se pueden escuchar, o no.  Presionar sobre la imágen)




No fue fácil convencer a los otros inspectores pero era imposible que aquel ser frágil y amedrentado fuera la causa de un vagón tan profundamente contaminado de amargura. Mejor dejarle marchar y que se fuera a curar su melancolía a San Petersburgo. La investigación debía seguir. El inspector jefe la acometería personalmente con la ayuda de un músico profesional. Conocía uno muy capaz. Se dedicaría el tiempo que hiciera falta…las veinticuatro horas…habría que dormir en los vagones…sería difícil pasar por casa… no importaba…Era su deber investigar todo lo que fuera necesario.

Entre carcajadas, el inspector jefe llegó a asegurar que en pocas semanas aquel vagón rebosaría felicidad…aunque él nunca pudiera llegar a tocar en un acordeón otra cosa que la Chocolatera…

A casi nadie convenció la solución. Todavía hay quien defiende que no se debe permitir tocar música en la línea dos del metro de Madrid. Otros han llegado a decir que el tren no debería parar nunca en Ópera.






Mariano Molina (Octubre 2015)



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Micorrelato. COMPAÑERO Y A PESAR DE TODO AMIGO


Nos conocimos en la universidad y asistimos a la misma aula. Ella –Alicia-  preparaba las clases cómo si le fuera la vida en ello, aunque lo que quería evitar era la mirada inquisidora de aquel compañero  cuando balbuceaba ante una pregunta imprevista del profesor. Nunca faltaba, sentada en la primera fila, cruzada de piernas, o no, con la falda recogida lo suficiente para distraer la mirada de don Ernesto Cienfuegos y de Guevara, profesor de matemáticas, Grande de España y al que llamábamos Mr.x. por su caracter voluble y casquivano. Solo la presencia de Alicia provocaba la metástasis que se extendía entre otros compañeros. Mr.x tenía que hacer grandes esfuerzos para continuar la explicación y disimular la hinchazón bajo su pantalón. Cuanto la falda era más corta y el día más primaveral, se pavoneaba  del  porqué del  título de Grande, en contraposición con su envergadura. Reafirmaba su ego con un hilo de voz inusual en estos discursos que contrastaba con su género. De poco le servía ante todos nosotros y menos ante Alicia.

Mi compañero Andrés quería ser médico especialista en ginecología y obstetricia para asegurarse los reconocimientos sociales y disfrutar, sin impedimentos, su inconfesable desviación sexual, el voyeurismo. A la vez que ironizaba, aseveraba, "tendré satisfechas mis aspiraciones profesionales y resuelto el conflicto entre  sexo y oficio".








Andrés, voyeur sempiternose le acercaba  entre clases, con la
excusa de tener dudas sobre las explicaciones de Mr.x. En las distancias cortas era más peligroso. Con la mirada, se paseaba por el cuello de cisne que arrancaba de la nuca  de Alicia. La imaginaba lubricada deslizándos, sobre mi cuerpo. Mi compañera no pódia 
ponerse vestidos que remarcaran los senos emergentes, compatibles con su edad y exhibir sin temor sus piernas de impala. Sentía temor cuando Andrés se acercaba al grupo. Su rostro reflejaba el deseo de restregarse con su pecho como si fuera una eventualidad. Alicia no olvidaba  sus sensaciones y me lo explicaba delante de una taza café.
Una y otra vez Andrés repetía el recurso justificando su presencia. Alicia se apartaba, temía que el reflejo de sus facciones anunciaran las acometidas. Andrés buscaba su cuerpo con vehemencia. Alicia me confesaba sus temores y  sentimientos. Nos convertimos en algo más qué compañeros. Dejó de asistir a algunas clases en contra de su voluntad, los días que se sentía más debil para soportar las posibles acometidas de Andrés. Ella me esperaba en un café próximo a la facultad, para comentar la clase, intercambiar apuntes y conocer el estado de agitación de Andrés. Yo me deleitaba con los encuentros, hasta imaginar a Alicia entregada. No lo manifestaba, por miedo a perderla. Andrés repetía la actuación. No sólo acosaba a Alicia, también al resto de las compañeras. Fue expedientado y obligado a dejar la universidad. Ya no tenía excusa para justificar las citas. No sabía si ella seguía con sus espejismos. La invité en sucesivas ocasiones al cine, a la salida y en otros cafés comentábamos la película. Ella como intetelectual y yo sufriendo mi desconocimiento para analizar cada cinta. Harto del esfuerzo reconocí mi limitación y la pedí ayuda. Desde que me sinceré, me sentí cómodo, e iniciamos una relación sin limitaciones. Alicia accedió a mi petición y a la de ponerse los vestidos que excitaban a Andrés. Los juegos eróticos se iniciaron con aproximaciones en una esquina del dormitorio. Los dos, semidesnudos, nos entregábamos a mis fantasias. Al culminar los orgasmos ella relajada, me besaba y yo no dejába de pensar lo fácil que me lo había puesto Andrés.


                                   Javier Aragüés (Octubre de 2015

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Microrrelato. DESPEDIDA


Aunque jamás había estado en prisión, hubiese preferido que los olores a letrina,  del catre y de la manta, no resumieran los de todos los que habían pasado por aquella celda. Semidesnudo, involuntariamente, apoyé mi espalda en los barrotes, el escalofrío inesperado suprimió todas las sensaciones. El cierre sincrónico  y el chirrido de las aldabas de la hilera de calabozos se amortiguaron por los cuchicheos de los agentes. Yo no había apagado  la luz cuando el grito del funcionario retumbó en mis oídos.
 -¡¡¡ Salvador, a qué esperas!!!-dijo.



La DESPEDIDA es Un CanTrist...




Sin pensarlo y atemorizado busqué el cordón mugriento unido al casquillo de la tulipa de la única lámpara y luz leve que iluminaba el calabozo. Solo tenía un pequeño trozo de papel, superviviente de la brutal detención y un pedazo  de lápiz del que asomaba una mínima punta roma. Sentí alivio, eran los únicos nexos con el exterior para poder despedirme de manera escueta y civilizada de mis seres más queridos. Por un momento ellos paseaban por mis retinas y cruzábamos las miradas, en silencio y con el atisbo de amor del que éramos cómplices.

-Para Joaquim, Carme, Merçona, Montse e Immaculada.” Ya poco os puedo decir, dentro de unas horas sentiré de nuevo el escalofrío definitivo de la muerte apoyado en mi cuello. No me arrepiento de lo que de lo que la vida me ha consentido” Vuestro hermano que no os olvida”. Salvador


Javier Aragüés (Octubre de 2015)



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Microrrelato. LA  FINESTRA


Em vaig despertar, el meu home ja s’havia llevat, segurament havia baixat a comprar els croissants per esmorzar, com feia cada dissabte. Mig adormida, surto del llit i tal com anava m’acosto al balcó, pujo la persiana i m’adono que en una de les finestres de la casa del davant hi ha un home nu de cara a la finestra que està encenent una cigarreta i que s’ha adonat que jo el miro i sembla que s’excita. De repent apareix un altre home que se li acosta pel darrera, fa que es giri i li clava el ganivet  que portava a la ma.






 Veig la sang que fa un bassal al terra i l’home que cau. Esgarrifada, baixo la persiana i torno al llit, mi estiro  excitada i sufocada pel que acabo de presenciar i només tinc esma per truca els Mossos per comunicar que s’ha comes un assassinat a l’edifici de davant de casa. Em mig adormo i al cap d’una estona em desperta la sirena dels polis, just quan sento entrar el meu marit al dormitori, que em diu:
- Si et vesteixes de  seguida podràs veure com roden una  peli, aquí, a davant de       casa.
- Com pots veure, no estic presentable tal com vaig. Em vull  dutxar. Si  vols, ves baixant, jo ja vindré.
No volia sentir als polis preguntar: 
         - Qui és la idiota que ha telefonat avisant que hi havia hagut un assassinat? 



Josep M. Arús 26 de maig 2015



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Microrrelato. NIT DE MONSTRES




    Encén la lampara de peu de la seva habitació,deixa les arracades i les polseres a la tauleta de nit sense dir res com fa habitualment. La mare l’ acompanya,amb les dues mans doblega els llençols per damunt  la flassada i col·loca tendrament el coixí al capçal del llit desitjant-li un bon repòs.






   Ella s’ hi fica tapant-se fins dalt per penetrar en aquest món fantàstic i fosc on ja l’ esperen els seus amics, monstres ferotges i essers meravellosos que, puntuals, li ofereixen una bona sessió de terror i d’ aventures que li faran oblidar la cadira de rodes.


                                                                         Mariona Bigorra




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Microrrelato. DEDOS DE PLATA



Hoy la he visto agazapada, en el zarpazo dolorido de tu sien. Ptosis en tus párpados, la visión cornea empañada por un velo siniestro.

Está ahí esperando...esperando...ante nuestra impotencia.











Sin temblor ni vacilación coloco mi mano en el arco de tu frente. Intento transmitir luz con mis dedos de plata. Suaves flechas de energía, emergen de mi caricia sanadora. Nos dicen que estás curado, mis ojos en tus ojos y lloramos de alegría. 


Isabel Demestre. 25 de mayo de 2015





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           Miceorrelat:  BESTIARI











Cada cop que et veig sento papallones a l’estomac i se m’omple el cap de pardals. No gosso dir-te res, no s’escapi cap animal.



                                       María Rosa Pita


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Microrrelato. SOLA      


Marcelo, recuerdo las tardes junto al fuego, el color ámbar de nuestros cuerpos desnudos y los labios cortados por la insistencia. Hace días que no siento tu cariño, ni te veo. Recuerdo tus promesas al conocernos, tu comprensión y cómo afrontas lo terrible y evidente.  Mi hermana Beatriz, me recuenta las historias felices de tiempos pasados, antes del accidente.







 Siempre hablamos de ti, de lo feliz que nos haces. Yo sé lo tuyo con Beatriz, no me importa y lo consiento. 
¡Marcelo vuelve! Prefiero que seamos tres, a estar sola y amarrada a una silla de ruedas. Yo, ya no sé cómo fabricar más recuerdos.


  Javier Aragüés (Mayo 2015)




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Microrrelato. UNA DECISIÓN EQUIVOCADA


Como cada tarde, frente al mar y en silencio, paseamos sin compromiso. Descubrimos los primeros besos, los que no se saben dar y quedan siempre en los labios. Repetimos, hasta desear los siguientes, hasta llegar al contacto con nuestros cuerpos sin esperar nada, solo los besos.







El tiempo desaparece. Vuelvo a la ciudad -la de siempre- con mi equipaje y a la espera del siguiente verano. Al despedirme, es imposible olvidar lo más importante, el idilio, el cariño y los besos. 
Arranca el tren, ella se queda. Las experiencias y la decisión equivocada se mueven conmigo.


Javier Aragüés (Mayo de 2015)






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