Relato Histórico. El Empecinado
EL
EMPECINADO
Al
salir de Valladolid, nos perseguía una avanzadilla del ejército francés. Los
caballos estaban exhaustos, los belfos resecos y vestidos con sudor blanco;
nosotros, con los rostros aterrados.
En
esas tierras, el Duero discurría lento, en silencio, tintado de ocre por
las lluvias. Los dos hombres conseguían pasar a la otra orilla.
Los
caballos pasaban del galope, al paso y en el silencio del campo, los guerrilleros hablaban, Cada uno cuentaba experiencias de la vida y de la
guerrilla. El Empecinado fabricaba recuerdos mientras que Gabriel de Alcaraz vivía de ellos y hablaba primero.
- Tenía a Cádiz en los pensamientos. El de la gloriosa derrota de Trafalgar. Fui
testigo y combatiente en grandes batallas y asedios en “la guerra contra el
francés”, pero nada era tan importante para mí como el recuerdo de mi esposa,
la condesa Amaranda, y de la joven Inés. Recordaba los días, en los que iba con
frecuencia a casa de doña Flora, donde se hospedaban. Inés decidió
casarse con un oficial; el teniente Willian Mac Adam, del ejército del
general Wellington, conocído como Lord Mac Adam. Una tarde Amaranda me
confesó que Inés era el fruto de un amor fugaz con un noble de la corte de Carlos
IV, que no me desveló por temor al escándalo. Me advirtió que nunca se
separaría de ella (éramos tres). Mi amor por Amaranda no puso condiciones. Por las continúas visitas del Lord a
casa de doña Flora pensé que el enlace con Inés era un hecho, pero el Lord
alternó el compromiso con Inés, con los acosos a Amaranda, que consintió y
estuvo enamorada de él. Yo le reté y Mac Adam murió en el duelo. Desde ese
instante, las penurias no cesaron, la justicia me persiguió, me uní a la
guerrilla, de la que formé parte con orgullo, con el nombre de Gabriel de
Alcaraz.
Gabriel se dirigió a Juan Martín.
- Por mi tozudez; algo hay. O por las habladurías que corren. Los del pueblo dicen que me sumerjo en el Duero para ocultarme. Los pegueros,
vecinos de mi pueblo fabrican la pez que me protege del frio y puedo respirar por la caña de un junco, hasta que desaparece el peligro; una, o las
dos cosas evitarn caer en manos del francés. Y tú, Gabriel, ¿por qué uniste a
nosotros?
-Para mí, la guerrilla es la verdadera guerra, la del
levantamiento del pueblo en los campos hasta convertirse en el pueblo en armas.
-Eres un ingenuo. La movilización del pueblo no cuaja como milicia,
se forma a base de numerosas partidas guerrilleras. En mi caso, salgo de Aranda
de Duero en mayo de 1808, con solo dos hombres. En septiembre de 1811
sobrepasamos los tres mil, dispuestos a matar franceses y, matamos. Me
nombraron brigadier y todavía no supe como se formó la guerrilla. Al comienzo
eramos tres, las sucesivas derrotas del ejército regular y los
pueblos devastados por los franceses, "la engordaron". Mira
Gabriel, en la guerrilla no hay batallas, solo sorpresas. Además de tu
indiscutible patriotismo ¿Tuviste más motivos que lo justificaron?
- Cuando dejé Cádiz, como oficial del ejército regular, me ofrecí a la guerrilla. Los desatinos propiciaron la decisión. Amaranta no olvidó al Lord y yo, no supe vivir sin ella. Nunca me perdonó su muerte y salí de su vida. Primero, en el grupo que comandó Vicente Sardina; conocí a Antón Trijueque, antes sacerdote y hoy con fama de inhumano que heredó de Vicente. Sardina se echó al monte y me obligó a abandonar en Cifuentes, a mi mujer Amaranta y a Inés, que se refugiaron en nuestra casa, rodeadas de parientes y protegidas. Meses después me enteré que un destacamento francés ocupó el pueblo y lo saqueó. En el asedio, asesinaron a Amaranta y a Inés. Después, pasé a tu guerrilla, como patriota y por la tragedia familiar.
-¿Te encontraste solo?
-No lo resistí. En una de las incursiones recientes, nos detuvimos
en una aldea arrasada por los franceses. Allí, conocí a María Bellido, heroína
y aguadora en la Batalla de Bailén. Como muchos patriotas, huyó del francés.
Cuando entramos en la aldea me ofreció agua y su sonrisa. Me recordó a
Amaranda por los gestos, por la forma de andar y reír. Continué viendo a María
por las noches. María era una mujer forjada así misma, referente de las mujeres de
la época que se liberaron de la interesada protección del varón;
luchadora hasta llegar al heroísmo, independiente como para vivir sin compañero
y solo hipotecada por sus convicciones liberales.
Creía en la nueva España, la de la Constitución de
1812 (La Pepa), la que sustituyó a la primitiva; la de misal, martirio y
silencio por la de la libertad y el progreso. El enamoramiento
creció, hasta que, en la era, entre gavillasde cebada, la pasión venció a las
formas y entre sus faldas encontré el placer y nos amamos hasta el alba. Desde
ese día, solo pensaba en ella, no la olvidaba ni siquiera en los
enfrentamientos contra los franceses. Los ideales políticos nos
aproximaron y nos distanció mi prepotencia. No la olvidé.
-Yo estuve, rodeado
por más de tres mil hombres y me sentí solo.
En uno den los asentamientos de la guerrilla se encontraron con
María y coincidieron con El Empecinado. Gabriel los presentó.
- María, El Empecinado, mi general. Para todos nosotros,
"el general"
María, enmudeció ante el mito e hizo un gesto para postrarse, que
Juan Martín evitó. Sus ojos, sin obstáculos, intercambiaron miradas cómplices.
Los de Juan Martín, siempre al acecho, descansaron y solo buscaron la
complicidad en la mirada. Bastó ese instante y Gabriel tuvo miedor a
perderla. La alejó con una falsa disculpa y se despidió.
-¡Hasta mañana María!
María, no se giró, ni respondió.
Gabriel sentía que perdía la batalla; esperaba, por sorpresa, ganar
la guerra.
Javier Aragüés (Mayo 2015)
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