jueves, 27 de junio de 2013

VERTIGINOSO DESPERTAR Libro 2

Allison estaba sentada sobre la cama. Sujetaba sus piernas encogidas entre sus brazos. Su mirada se dirigía a un gran ventanal, por el que se colaba la soledad y un sol rutilante que le invitaba a ocultarse, a no despertar; lo mejor era permanecer inmóvil. 

Jamás había deseado ser amada como en aquel instante, pero nadie la alentaba. Sentía un calor que se extendía por su cuerpo y solo tenía fuerzas para regresar con sus pensamientos al pasado, al recuerdo del sudor que discurría por su frente, por sus pechos, y a los abrazos de aquel hombre que entrecruzaban su cuerpo, buscando el placer inmediato. 

Se sentía atrapada en su pasividad, quería escapar y no sabía cómo. Con él, su vida era la de dos amantes que fingían. Jugaban a no encontrase, él la rehuía. Este alejamiento no se correspondía con lo vivido en los momentos apasionados llenos de complicidad y erotismo. Entonces los tiempos eran insuficientes y las coincidencias se multiplicaban hasta superponerse a los deseos. 

Desde hacía tiempo, aunque coincidían al despertar, estaba presente la más severa incomunicación. Allison se preguntaba cómo recuperar el último contacto, aquel momento de verdadero cariño. Intentaba recordar lo vivido para que no se le escapara alguna circunstancia por nimia que fuera. Se torturaba en vano. Algo les distanciaba. Todo se interrumpía y se abría un gran precipicio, que provocaba el vacío de palabras y de gestos. 


Morning-sun  1952  E. Hopper 

Andrew, al despertar, experimentaba una sensación incontrolable de ansiedad, daba un portazo y abandonaba el apartamento. Se veía inesperadamente en la calle, entre edificios cuyas alturas impedían atisbar el intenso azul cielo, en aquellas mañanas neoyorquinas. Pero su pensamiento volvía a la habitación, donde Allison siempre le había esperado, al menos, hasta ahora. 

Allyson, tras el portazo, de nuevo sola, como tantas veces. Él no volvería, no tenía costumbre de hacerlo. Pero si regresaba, le bastaba una falsa reconciliación, un estimulante cuerpo a cuerpo para seguir con su inconfesable mentira de amor. Ella se había acostumbrado al silencio, pero sus ojos no toleraban el sufrimiento. 

Andrew, en la últimas ausencias, no dejaba de pensar que haría ella. Nunca antes le había sobrevenido esta sensación. Se convencía de lo natural de sus habituales huidas, y de las obligadas esperas de Allison. Al mismo tiempo, no imaginaba en que empleaba los tiempos, o a dónde dirigía la mente, mientras él desaparecía.


Los noctámbulos 1942 E. Hopper




Andrew siempre acudía al mismo bar, uno próximo a su  apartamento, que parecía doblado por la esquina del edificio. Los grandes cristales dejaban ver los miedos y las incertidumbres de los clientes. Para él discurrían las horas junto a una chica que se sentaba en la barra, sin apenas conversación y que solo conocía de verla allí sentada. Todo el mundo en el bar la llamaba Annie. Ella, cuando veía la silueta de Andrew en la entrada, le seguía con la mirada. Él se dirigía al taburete que estaba junto a la chica y pedía una copa. Annie se limitaba a hacer gestos insinuantes y, a pesar de los esfuerzos, no perdía su marchamo chabacano. 

Andrew mientras pasaba el tiempo y seguía  sujetando un vaso de whisky entre sus dedos y asintiendo ante los comentarios vacuos de la joven. Era un local en donde los personajes y los gestos se repetían y solo cesaban cuando se apagaban las luces del bar.

Aquel día, con la rutina del portazo y la llegada al bar, Andrew acusó con mayor fuerza la incertidumbre de no saber a qué dedicaba su tiempo Allison, mientras él lo consumía de la forma habitual. Comenzó a perder su indiferencia y experimentó la  sensación conocida de incontrolable ansiedad. Dejó caer el vaso sobre la barra, saltó del taburete y se precipitó en la calle. Caminó por la acera hasta el apartamento. Subió acelerado y entró de manera inesperada. 


Room in New York 1932 E. Hopper


Allison se asustó, no lo esperaba. Sus ojos reflejaban el cansancio del permanente desencuentro. Ya no podían, no sabían llorar. Esperaban un gesto, una motivación que no llegaba y que Andrew, con su característico silencio, no parecía dispuesto a conceder. Con su mirada pedía la ayuda para mantenerse erguida y soportar un día más, y el siguiente. 

Allison  no estaba preparada para recibirlo y fingió sorpresa al verlo aparecer, se apoyó en un mueble próximo, iniciando una acción que no acostumbraba, le preguntó: "¿se te olvida algo?" él se sintió interrogado y a la vez descubierto. No sabía cómo justificarse, inventó una gestión que a menudo utilizaba como excusa, ante la incredulidad de su pareja. Andrew sintió como la postura de ella le hacía derrumbarse. Buscaba encontrar cobijo entre sus brazos, pero ella permanecía erguida y sin titubear. Salió del salón y le dijo: "espera". Entró en el dormitorio y cerro de un portazo. Mientras, Andrew lloraba. Reclamaba consuelo sin pronunciarlo. 

La mujer se dirigió al ventanal. Al cielo azul lo había sustituido un estrato suspendido de densos grises que descansaba en las paredes infinitas de los edificios neoyorquinos. Allison se sentó en el alféizar, con las piernas recogidas y abrazadas y no dejaba de mirar. Empezaba a sentir un frío que se posaba en su piel en forma de gotas de sudor, que deslizaban por su pecho  y al sentirlo en su frente le liberaba de los momentos de aquel amor fingido.

Una osada gaviota desplegaba su vuelo cerca del edificio y se aproximó al ventanal. Allison la seguía con sus ojos cansados tras unos párpados que no lubricaban. Al acercarse, le pareció oír: "¡sígueme!". Ella, sin dudarlo, obedeció.



 Javier Aragüés  (Junio de 2013)

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