Como cada tarde, frente al mar y en silencio, paseamos
sin compromiso. Descubrimos los primeros besos, los que no se saben dar y quedan
siempre en los labios. Repetimos, hasta desear los siguientes, hasta llegar al
contacto con nuestros cuerpos sin esperar nada, solo los besos.
El tiempo desapareció. Volví a la ciudad -la de
siempre- con mi equipaje y a la espera del siguiente verano. Al despedirme, fue imposible
olvidar lo más importante, el idilio, el cariño y los besos.
Arrancó el tren, ella se quedó. Las experiencias
y la decisión equivocada se movieron conmigo.
Javier Aragüés (Mayo de
2015)
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