En
silencio, paseamos junto al mar, solo roto por el susurro de tus sentimientos y
el batir del oleaje. Toque tus dedos. Nos miramos. Sonreíste. Entornaste los
ojos y seguimos caminando.
De
pié en el malecón, con los labios indecisos, descubrimos los
primeros besos. Los que apenas se saben dar y quedan para siempre.
Nos tumbamos y así hasta desear los siguientes. Sentíamos nuestros cuerpos
temblorosos y ardientes que solo la brisa apaciguó.
Pero
otro día al volver a la playa, las mismas olas se encontraron con nuestros
cuerpos cálidos.
Desnudos,
sin complejos, se esperaban. Los labios se buscaban semicerrados. La arena se
posó en tu pecho. Dudé retirarla. Me acercaste la mano hasta guiarme por
la antesala del deseo.
Javier Aragüés (mayo de 2015)
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