domingo, 29 de noviembre de 2015

LA CONSULTA



En la agenda, subrayado en rojo. Doctora Blanco. Martes. Quince de marzo, a las cinco y media. Sin especificar el año. En la sala de espera, una señora –la de siempre- se come las uñas.  En la otra esquina, un  hombre de mediana edad con mirada al infinito. Resignado. Después me entero que ha perdido a su familia, mujer y dos hijos. Él no conducía.  Calculo que tengo que esperar al menos una hora.  Se oyen gritos en el despacho. Son de la doctora. “¡Vamos, y que no  quiere pagar!” Instintivamente me echo la mano al bolsillo de la americana. Me cacheo. Encuentro nada. Un sudor frio recorre la columna. Espero temeroso mi turno. ¿Cómo explicarlo?” ¡Sr. Del Olmo! Pase”. Me espera en la puerta del despacho, después de echar al  indefenso. Me tutea. Yo a ella, no. Con un gesto meloso  me invita a pasar.” 





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Jorge pasa y ponte cómodo”.  Como en otras ocasiones, me tumbo en el diván. Veo un diploma nuevo. “La universidad de Sodoma acredita a la doctora Marta Blanco como especialista en ninfomanía”.  Se abalanza sobre mí. Me separa las piernas. ¡Estoy aterrado!  Digo lo primero que se me ocurre. ¡“Le pagaré otro día”! Desabrocha los botonones. Introduce la mano. Hurga. Jadea. ¡Para esto no hace falta que vengas!



Javier Aragüés (Noviembre de 2015)
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viernes, 20 de noviembre de 2015

DE LAS PRIMERAS


Soy de las que opino que la plenitud de la vida de una mujer está en torno a los cuarenta, sin necesidad de estar acompañada. Los años anteriores son ilusiones. Intentos por sobrevivir. Los hombres, los supervivientes.

París vive tiempos difíciles. Se prodigan reflexiones y debates favorecidos por la Revolución en los salones disgregados por la ciudad. Las opiniones diversas. Los protagonistas, ellos.

Mi nombre es Etna Palm, soy holandesa de padre comerciante. El hecho de pertenecer a la burguesía, no impide que reciba una educación esmerada. En mi época de ilusiones, me caso a los diecinueve años. Mi matrimonio está doblemente maldito. Muere mi hija y al poco tiempo la convivencia con mi esposo. Christian Ferdinand me deja el apellido, sin pedírselo. Viajo por otras ciudades europeas para encontrarme, o volver a caer en el error. Me dirijo desde Lovaina a Delph. El carruaje hace una parada  obligada. Cambian los caballos. Engrasan los ejes. Chirrían desde hace horas. Los pasajeros también. Nos detenemos. Se escucha la calma acompañada del chapoteo de la intensa lluvia y la voz aguardentosa del cochero. “¡No continuamos! El camino está enfangado y hay espesa niebla. Mi vista también”. Antes de acostarme uno de los viajeros, apuesto y refinado me dice. “¿Quiere tomar una ginebra antes de retirase?” Acepto por cortesía. Parece inteligente e instruido. Karel Van Mander gesticula con amaneramientos. Delata su atracción por los hombres. Nos respetamos pesar de las preferencias. Promete presentarme en la alta sociedad holandesa. “Tengo muy buenos contactos” , apostilla con un guiño. Me ve como a su  hermana y busca complicidad. Satisfago su ego. Dadas las circunstancias es lo único que puedo hacer. Cumple su compromiso y conozco a personajes influyentes e influidos. Buscan en mí información sobre las intenciones militares de Francia. 
Con todo el bagaje vuelvo a París A mi regreso, (1773) me hago cortesana y espía. Las contrapartidas, mucho dinero y poder suficiente. Frecuento a la alta sociedad parisina. Estalla la revolución. Lucho sin limitaciones por los derechos de la mujer. En mi casa, próxima al Palais Royal, instalo mi propio salón de debates. Acuden literatos y políticos. Uno de los más prestigiosos de Paris. La Revolución permite participar en la creación de sociedades patrióticas. Instauro la Sociedad Patriótica y de Beneficencia de las Amigas de la Verdad, exclusiva para mujeres.













Conozco a Marie Gouze a la que todos llaman Olympe de Gouges. La amistad con Marie me permite discutir sobre los derechos de la mujer y soportar las interpretaciones simples de nuestra relación. Entre Marie y yo, existe una complicidad política y otra disimulada. Ambas de la misma intensidad. Experimento que es más fácil compartir la ideología que el aposento. Nuestro enamoramiento se inicia cada tarde. Con el salón paralizado. Rompo el silencio. Ofrezco mis labios. Me aproximo a Marie. Tiene el escote desabrochado. Muestra su hombro que apoya sobre mis labios. Descubro la felicidad, desconocida hasta ahora. Me reconozco como amada, con capacidad de amar.
“¿Dónde están las mujeres?” Marie lanza un alegato en 1789. “ ¡Mujeres! ¿Cuándo romperemos las cadenas de la opresión masculina? ¡Obedecer y callarnos es la condena de un mundo gobernado por los hombres! ¡Libertad, igualdad, fraternidad! Siento la necesidad de difundir mis sentimientos. Rompo la cadena de la opresión. Amo a cualquier ciudadana.

El 30 de diciembre de 1790 pronuncio el Discurso ante la Asamblea Nacional sobre la injusticia de las leyes en favor de los hombres a expensas de las mujeres, todo un alegato feminista en favor de los derechos de las mujeres y su importante papel en la sociedad. Fuertes aplausos. En la tribuna, solo hombres. Marie me espera.


Javier Aragüés (noviembre de 2015)









domingo, 15 de noviembre de 2015

AUSENCIA INCONTROLABLE

Paco salió sin despedirse. No cogió la gabardina, ni el portafolios, solo una foto de su hijo. Le faltaba afecto y le sobraba sometimiento. Los días con Leonor tocaban el límite de la paciencia. No le dejaba ver a su hijo, lo único que le amarraba al dique de la ternura. Leonor era la mujer que se adelantaba  a su tiempo. Licenciada en derecho mientras sus contemporáneas cosían. Trabajaba  más horas de las reglamentarias. Salía tarde. Le dedicaba poco tiempo a Daniel. Paco, según ella,  no lo necesitaba. Los retrasos y las ausencias se acentúaban. Las excusas se incorporaban a lo cotidiano. Aparecía la duda. ¿Además de su adicción al trabajo, la tenía  al desamor? 
Los silencios entre Leonor y Paco eran cada vez más frecuentes. Ella los sustituía tarareando en el aseo las canciones de Lucho Gatica (El Reloj) y la imborrable (Ansiedad), de Nat King Cole, mientras se pintaba y remarcaba los labios carnosos a lo Marilyn, además añadía un perfume pulverizado entre las piernas. Paco intuía que la preparación de este pleito sobrepasaba los tiempos de espera. Cada día, cuando se marchaba a trabajar, aprovechaba los escasos minutos para estar con Daniel hasta que  llamaban al timbre, era Catalina, la persona que hacía las tareas domésticas, vestía al niño, le acompañaba al colegio y estaba  con él todo el día.




En homernaje a todos los amantes de la libertad. (14 de noviembre de 2015)





Mi huida de casa no fue fácil. Era comercial y trabajaba a comisión. Leonor me exigía visitas y más visitas; me obligaba entregárle lo poco que ganaba. Ella trabaja en un reconocido bufete con buenos clientes y  alta remuneración. Justificaba el abandono del hogar por mi afición enfermiza al juego. Sin hogar, mis escasas posibilidades económicas me obligaron a refugiarme en una pensión oscura junto al puerto. A unas cuantas travesías había un garito clandestino al que acudían miembros de la alta y mediana sociedad. Apostaban y jugaban los ricachones sin escrúpulos rodeados de su corte y las meretrices. Leonor salía  de madrugada acompañada de un hombre grueso, con un habano entre los labios babosos y chaleco angosto. Subían a un taxi que conocía el itinerario. 

Me acerqué al que parecía ser el portero del salón.

-¿La señorita del taxi suele venir con frecuencia?

-Casi todas las noches -responde, sin sacar las manos de los bolsillos.

Provoqué varios encuentros. Tenía la costumbre de acudir antes de que abriera  el local para fumar un cigarrillo con el portero.

-Ramón, ¿A la señorita del taxi le gusta jugar?

-La señorita Leonor transforma la mirada, pierda o gane. No le importan los hombres. Los quiere a su lado para que paguen las deudas del juego y consientan que se lleve todo lo que gane.

- ¿A cambio de qué? 

-No lo sé. Lo supongo.

Confirmaba  mi sospecha. Leonor proyectaba su ludopatía y hacía creer a amigos y familiares que el enfermo era yo. No imaginaba hasta donde podía llegar la sombra de Leonor. Se lo gastaba todo jugando. Al final de de mes, siempre la misma frase “¿No tienes más dinero? Eres un perdedor". El desenlace fue inevitable 

Estaba derrumbado. Tirado en la cama de una habitación oscura y húmeda, de mi triste hospedaje. La presidía un solo espejo de azogue desgastado. No me reconocía. ¿Era una variedad de  Gregor Samsa? ¿Quién me podía ayudar a no ser un gusano?

Los años pasaban. La vida de vagabundo desgastaba. No tenía esperanza de volver a ser Paco. Tumbado en el banco de un parque cualquiera, somnoliento, una voz me despertaba. "¡Padre, soy Daniel! Me fui de casa (me echó). Mi madre se sentía acorralada y descubierta. Te buscaba desde hace años". 
Teníamos tiempo y mucho de qué hablar"



Javier Aragüés (noviembre de 2015)






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domingo, 8 de noviembre de 2015

A INDIOS Y AMERICANOS


Todos los jueves por la tarde, si no había “cole”, jugábamos  en el trastero de mi casa. El juego siempre tenía los mismos personajes, con distinto guión. Se preparaba sobre la marcha. Jugábamos a “indios y americanos”. Repartíamos los “indios”, genérico con el que se conocía a las figuritas de cualquiera de los bandos. Eran de plástico, poco o nada flexible y monocromas. Todas tenían el pie deformado por las rebabas de fabricación. Las poníamos en un montón en el centro de la habitación. Uno de los dos cogía en cada mano  -ahora si- un indio y un americano. Cerraba los puños y los llevaba a  la espalda. Cuando Toñín elegía, yo hacía el gesto de moverlas de una mano a otra, por detrás, para engañarle. Cuándo me tocaba a mí, él iniciaba la misma ceremonia.  “¿Cuál quieres?”,  me decía con las manos extendidas. Yo ponía cara interesante ante la cuestión y contestaba. "Ésta". Conocíamos tanto los gestos que siempre elegíamos la preferida. A veces, si la duda sobrepasaba el tiempo razonable para tomar la decisión, nos ayudábamos. En mi caso, le indicaba a Toñín cuál era, con un movimiento de cabeza a la izquierda o derecha y él a mí, con un guiño de cualquiera de los ojos.  No era menos importante saber quíen defendía el fuerte, que se adjudicaba, por supuesto, al azar.  















Hecho el reparto, el siguiente paso era  situar en posición a los indios y americanos. Había unos de varios colores, más caros y flexibles que Toñín protegía. Yo le decía “¿Me dejas tus soldados de uniforme?” Si Toñín no estaba dispuesto, hacía que no me oía.


Todos los jueves al acostarme me preguntaba.”¿Por qué entre tantos indios y americanos, no está"la chica" del sheriff, ni la novia del oficial yanqui, ni la mujer del coronel del fuerte?  “En las películas del Oeste no faltaban estos personajes. No digamos entre los indios, peor lo tenían. Solo pensaban en luchar. Despiadados, con pinturas de guerra, arcos y flechas y un gran jefe. “Jerónimo”. Tenía muchos hijos. Toro sentado. Nido de buitre. Ojo de buey. Julai de la pradera y muchos más. Todos parecían solteros, sin intención de dejar de serlo y preparados para la guerra. ¿Dónde estaban las mujeres, las indias del poblado? No se las veía. ¿Estarían dentro de la tiendas? (Por cierto, cuando crecí aprendí que se llamaban tipis.) Ni rastro. No había mujeres indias, ni americanas. Para mí, lo peor de todo es que con todas estas limitaciones no podía dar entrada en el juego a “la chica”. Debía ser rubia y mujer del teniente yanqui. Todo lo imaginaba al margen de Toñín. 
Desde la claraboya, veía con dificultad a Mari Carmen, mi vecina. Se apoyaba en la ventana de su dormitorio con un libro en sus manos. Jamás habíamos intercambiado palabra. Una mañana al salir de casa para ir al colegio coincidimos. Mari Carmen esbozó una sonrisa que interpreté como un adelante en mis deseos. La invité a jugar los jueves. No falló desde aquel día. Una tarde no vino. Toñín se extrañó.







-       - ¿Sabes Por qué no viene Mari Carmen?

-   Hoy no puede. Se ha quedado en el poblado a jugar a “papás y mamás”. Quiero terminar pronto. Tengo que ir a cenar con ella y nuestros hijos.

-   ¿Cómo? No me has dicho nada

-    Mientras tú matas indios desde el fuerte, con tus ¡Pun, Pun! y ¡Bang! ¡Bang! No escuchas. Pasó el tiempo. Un jueves por la tarde, Toñín se presentó semidesnudo, con taparrabos. Dejó el arco y las flechas a la entrada. Agitado, pidió a Mari Carmen que le presentara una amiga del poblado. Mari Carmen accedió. Toñin y su pareja marcharon juntos a otra reserva india. Pasadas varias lunas un guerrero nos visitó.

“Gran jefe Toñín Despabilado firma la paz con casacas azules. Venir a su tipi."

Mari Carmen y yo seguimos jugando a "papás y mamás" en mi trastero.






Javier Aragüés (Noviembre 2015)

lunes, 2 de noviembre de 2015

LA ARQUILLA MODIFICADA

La revolución consiste en amar a un hombre que no existe todavía. 
Pero el que ama a un ser vivo, si ama de veras, no puede aceptar el morir más que por aquel.

Azorín


Guardo las conchas, brazos de estrellas, los cierres de las latas de cerveza y otros cachivaches. Todos caben en un bote de cristal. Intento guardar los recuerdos pero se escapan. Tampoco caben las miradas. Las pequeñas caracolas conservan el ronroneo de las olas y el olor a mar.

El gobierno no facilita las necesidades básicas de la población. No deja dibujar, ni practicar sexo. A mí tampoco. Nadie cree las imposturas. Una ordenanza me lleva a patrullar por la noche, pese a mis convicciones. Camino con el pelotón por medio de una calle. Escapo del fuego cruzado de insultos de los manifestantes.  No cesa. La sublevación se anuncia desde hace años. Me identifico con la resistencia. Deserto y disparo contra los defensores del desamor y la ignorancia. Continúa el combate, yo peleo hasta que la rutina supera mi voluntad. En una tregua consigo  cicatrizar las heridas que producen  los discursos. Busco entre los cachivaches arrinconados en el bote. Los aplico a las lesiones. No bastan. Me pongo a soñar. Recuerdo una estrofa de un verso mal aprendido.










… adivinar un poema
que nunca escribió nadie
a la noche.  La  que hizo dios
para que el hombre la gane
y camine por un sueño
como si fuera una calle.




Tengo muchas cosas para saturar mi bote de cristal. No caben. También, miedo a que se rompa y se agote el tiempo para ordenarlas. Unas, las que almaceno con la edad. Otras, más recientes, de las que no me puedo desprender. La foto que me da Zoe al despedirnos cuando voy al frente. 








Mejor construir una arquilla a medida del significado de cada elemento y  repensar  mi vida desde el inicio.  El trompo al que enrollaba la cuerda sin conseguir la confesión de amor. La llave oxidada y sin dientes que no abría corazones. El mensaje de la lisiada sobre un trozo de papel que nadie estaba dispuesto a recibir. Una cerilla apagada, testigo de conversaciones entre humo. La anilla de plástico de cualquier “pack” de bebidas, compromiso de una pareja de muy  jóvenes bien intencionados. Un lapicero gastado que no puede escribir más versos. Una goma de borrar desperdiciada en cuadernos de caligrafía de escolares obtusos. Un sobre, con matasellos  de la República,  devuelto  por  “DESCONOCIDO EN ESTA DIRECCIÓN”. 

Una mariposa con alas polvorientas lista para volar y, varios clips que no sujetan deseos. Y el más importante para mí,  el gesto de complicidad cuando invito a Zoe a pasear por la noche, para ganarla y caminar por nuestros sueños... Por nuestra calle, que nunca olvido.



Javier Aragüés (Noviembre 2015)