En la agenda, subrayado en
rojo. Doctora Blanco. Martes. Quince de marzo, a las cinco y media. Sin especificar el año. En la sala de espera, una señora –la de
siempre- se come las uñas. En la otra
esquina, un hombre de mediana edad con
mirada al infinito. Resignado. Después me entero que ha perdido a su familia,
mujer y dos hijos. Él no conducía. Calculo que tengo que esperar al menos una
hora. Se oyen gritos en el despacho. Son
de la doctora. “¡Vamos, y que no quiere
pagar!” Instintivamente me echo la mano al bolsillo de la americana. Me cacheo. Encuentro nada. Un sudor frio recorre la columna. Espero temeroso mi turno.
¿Cómo explicarlo?” ¡Sr. Del Olmo! Pase”. Me espera en la
puerta del despacho, después de echar
al indefenso. Me tutea. Yo a ella, no.
Con un gesto meloso me invita a pasar.”
Jorge pasa y ponte cómodo”. Como en otras ocasiones, me tumbo en el diván. Veo un diploma nuevo. “La universidad de Sodoma acredita a la doctora Marta Blanco como especialista en ninfomanía”. Se abalanza sobre mí. Me separa las piernas. ¡Estoy aterrado! Digo lo primero que se me ocurre. ¡“Le pagaré otro día”! Desabrocha los botonones. Introduce la mano. Hurga. Jadea. ¡Para esto no hace falta que vengas!
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Jorge pasa y ponte cómodo”. Como en otras ocasiones, me tumbo en el diván. Veo un diploma nuevo. “La universidad de Sodoma acredita a la doctora Marta Blanco como especialista en ninfomanía”. Se abalanza sobre mí. Me separa las piernas. ¡Estoy aterrado! Digo lo primero que se me ocurre. ¡“Le pagaré otro día”! Desabrocha los botonones. Introduce la mano. Hurga. Jadea. ¡Para esto no hace falta que vengas!
Javier Aragüés (Noviembre de 2015)
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