viernes, 20 de noviembre de 2015

DE LAS PRIMERAS


Soy de las que opino que la plenitud de la vida de una mujer está en torno a los cuarenta, sin necesidad de estar acompañada. Los años anteriores son ilusiones. Intentos por sobrevivir. Los hombres, los supervivientes.

París vive tiempos difíciles. Se prodigan reflexiones y debates favorecidos por la Revolución en los salones disgregados por la ciudad. Las opiniones diversas. Los protagonistas, ellos.

Mi nombre es Etna Palm, soy holandesa de padre comerciante. El hecho de pertenecer a la burguesía, no impide que reciba una educación esmerada. En mi época de ilusiones, me caso a los diecinueve años. Mi matrimonio está doblemente maldito. Muere mi hija y al poco tiempo la convivencia con mi esposo. Christian Ferdinand me deja el apellido, sin pedírselo. Viajo por otras ciudades europeas para encontrarme, o volver a caer en el error. Me dirijo desde Lovaina a Delph. El carruaje hace una parada  obligada. Cambian los caballos. Engrasan los ejes. Chirrían desde hace horas. Los pasajeros también. Nos detenemos. Se escucha la calma acompañada del chapoteo de la intensa lluvia y la voz aguardentosa del cochero. “¡No continuamos! El camino está enfangado y hay espesa niebla. Mi vista también”. Antes de acostarme uno de los viajeros, apuesto y refinado me dice. “¿Quiere tomar una ginebra antes de retirase?” Acepto por cortesía. Parece inteligente e instruido. Karel Van Mander gesticula con amaneramientos. Delata su atracción por los hombres. Nos respetamos pesar de las preferencias. Promete presentarme en la alta sociedad holandesa. “Tengo muy buenos contactos” , apostilla con un guiño. Me ve como a su  hermana y busca complicidad. Satisfago su ego. Dadas las circunstancias es lo único que puedo hacer. Cumple su compromiso y conozco a personajes influyentes e influidos. Buscan en mí información sobre las intenciones militares de Francia. 
Con todo el bagaje vuelvo a París A mi regreso, (1773) me hago cortesana y espía. Las contrapartidas, mucho dinero y poder suficiente. Frecuento a la alta sociedad parisina. Estalla la revolución. Lucho sin limitaciones por los derechos de la mujer. En mi casa, próxima al Palais Royal, instalo mi propio salón de debates. Acuden literatos y políticos. Uno de los más prestigiosos de Paris. La Revolución permite participar en la creación de sociedades patrióticas. Instauro la Sociedad Patriótica y de Beneficencia de las Amigas de la Verdad, exclusiva para mujeres.













Conozco a Marie Gouze a la que todos llaman Olympe de Gouges. La amistad con Marie me permite discutir sobre los derechos de la mujer y soportar las interpretaciones simples de nuestra relación. Entre Marie y yo, existe una complicidad política y otra disimulada. Ambas de la misma intensidad. Experimento que es más fácil compartir la ideología que el aposento. Nuestro enamoramiento se inicia cada tarde. Con el salón paralizado. Rompo el silencio. Ofrezco mis labios. Me aproximo a Marie. Tiene el escote desabrochado. Muestra su hombro que apoya sobre mis labios. Descubro la felicidad, desconocida hasta ahora. Me reconozco como amada, con capacidad de amar.
“¿Dónde están las mujeres?” Marie lanza un alegato en 1789. “ ¡Mujeres! ¿Cuándo romperemos las cadenas de la opresión masculina? ¡Obedecer y callarnos es la condena de un mundo gobernado por los hombres! ¡Libertad, igualdad, fraternidad! Siento la necesidad de difundir mis sentimientos. Rompo la cadena de la opresión. Amo a cualquier ciudadana.

El 30 de diciembre de 1790 pronuncio el Discurso ante la Asamblea Nacional sobre la injusticia de las leyes en favor de los hombres a expensas de las mujeres, todo un alegato feminista en favor de los derechos de las mujeres y su importante papel en la sociedad. Fuertes aplausos. En la tribuna, solo hombres. Marie me espera.


Javier Aragüés (noviembre de 2015)









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