Todos los jueves por la tarde, si no había
“cole”, jugábamos en el trastero de mi casa. El juego siempre tenía los mismos
personajes, con distinto guión. Se preparaba sobre la marcha. Jugábamos a
“indios y americanos”. Repartíamos los “indios”, genérico con el que se conocía
a las figuritas de cualquiera de los bandos. Eran de plástico, poco o nada
flexible y monocromas. Todas tenían el pie deformado por las rebabas de fabricación. Las poníamos en un montón en el centro de la habitación. Uno
de los dos cogía en cada mano -ahora si- un indio y un americano. Cerraba
los puños y los llevaba a la espalda. Cuando Toñín elegía, yo hacía el
gesto de moverlas de una mano a otra, por detrás, para engañarle. Cuándo me
tocaba a mí, él iniciaba la misma ceremonia. “¿Cuál quieres?”, me decía con las manos
extendidas. Yo ponía cara interesante
ante la cuestión y contestaba. "Ésta". Conocíamos tanto los gestos
que siempre elegíamos la preferida. A veces, si la duda sobrepasaba el tiempo
razonable para tomar la decisión, nos ayudábamos. En mi caso, le indicaba a
Toñín cuál era, con un movimiento de cabeza a la izquierda o derecha y él a mí,
con un guiño de cualquiera de los ojos. No era menos importante saber
quíen defendía el fuerte, que se adjudicaba, por supuesto, al azar.
Hecho el reparto, el siguiente paso era situar en posición a
los indios y americanos. Había unos de varios colores, más caros y flexibles
que Toñín protegía. Yo le decía “¿Me dejas tus soldados de uniforme?”
Si Toñín no estaba dispuesto, hacía que no me oía.
Todos los jueves al acostarme me preguntaba.”¿Por qué entre tantos
indios y americanos, no está"la chica" del sheriff, ni la novia del
oficial yanqui, ni la mujer del coronel del fuerte? “En las películas del Oeste no faltaban estos
personajes. No digamos entre los indios, peor lo tenían. Solo pensaban en
luchar. Despiadados, con pinturas de guerra, arcos y flechas y un gran jefe.
“Jerónimo”. Tenía muchos hijos. Toro sentado. Nido de buitre. Ojo de buey. Julai
de la pradera y muchos más. Todos parecían solteros, sin intención de dejar de
serlo y preparados para la guerra. ¿Dónde estaban las mujeres, las indias del
poblado? No se las veía. ¿Estarían dentro de la tiendas? (Por cierto, cuando
crecí aprendí que se llamaban tipis.) Ni rastro. No había mujeres indias, ni
americanas. Para mí, lo peor de todo es que con todas estas limitaciones
no podía dar entrada en el juego a “la chica”. Debía ser rubia y mujer del
teniente yanqui. Todo lo imaginaba al margen de Toñín.
Desde la claraboya, veía con dificultad a Mari Carmen, mi vecina. Se apoyaba en la ventana de su dormitorio con un libro en sus manos. Jamás habíamos intercambiado palabra. Una mañana al salir de casa para ir al colegio coincidimos. Mari Carmen esbozó una sonrisa que interpreté como un adelante en mis deseos. La invité a jugar los jueves. No falló desde aquel día. Una tarde no vino. Toñín se extrañó.
Desde la claraboya, veía con dificultad a Mari Carmen, mi vecina. Se apoyaba en la ventana de su dormitorio con un libro en sus manos. Jamás habíamos intercambiado palabra. Una mañana al salir de casa para ir al colegio coincidimos. Mari Carmen esbozó una sonrisa que interpreté como un adelante en mis deseos. La invité a jugar los jueves. No falló desde aquel día. Una tarde no vino. Toñín se extrañó.
- - ¿Sabes Por qué no viene Mari
Carmen?
- Hoy no puede. Se ha quedado
en el poblado a jugar a “papás y mamás”. Quiero terminar pronto. Tengo que ir a
cenar con ella y nuestros hijos.
- ¿Cómo? No me has dicho nada
- Mientras tú matas indios
desde el fuerte, con tus ¡Pun, Pun! y ¡Bang! ¡Bang! No escuchas. Pasó el tiempo. Un jueves por la tarde, Toñín se presentó
semidesnudo, con taparrabos. Dejó el arco y las flechas a la entrada. Agitado,
pidió a Mari Carmen que le presentara una amiga del poblado. Mari Carmen
accedió. Toñin y su pareja marcharon juntos a otra reserva india. Pasadas
varias lunas un guerrero nos visitó.
“Gran jefe Toñín Despabilado firma la paz con casacas azules. Venir a su tipi."
Mari Carmen y yo seguimos jugando a "papás y mamás" en mi trastero.
“Gran jefe Toñín Despabilado firma la paz con casacas azules. Venir a su tipi."
Mari Carmen y yo seguimos jugando a "papás y mamás" en mi trastero.
Javier Aragüés (Noviembre 2015)
3 comentarios:
Jaime Lagarde No dejo comentario en el blog, porque es posible que, como sueles hacer, lo cambies sin dejar este para poder cotejar, je, je. Nosotros jugábamos a las "dreas", a pedrada limpia. Sin flechas ni bang bang. Y Mary Carmen nos espoleaba desde detrás del parapeto de tierra: atínale en el ojo a Toñín". Es que era muuu mala.
Jaime,me encuentro cómodo con tu somentario. Lo publico, sin retocar. Prometo no cambiar este ni los siguientes, que espero. Ilustra nuestras peleas y fortalece esta triste bitácora.Mejor cambiar las armas, hasta ahora simples onamatopeyas.A partir de ahora Toñin está perdido. Me dicen que tiene un quiosco de la O.N.C.E y Mari Carmen es una activista destacada de una organización feminista. Yo me conformo con seguirr rellenando espacios.
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