Este relato se refiere a las
etapas determinantes en la vida de Paris Jackson, según su diario.
Mis primeras anotaciones son
textuales.
Me bloqueo al sentarme ante
el confesionario de papel. Quiero expresar los periodos más importantes de mi
vida y los recuerdos en silencio.
Antes de la muerte de mi
padre, soy una niña. A los once años, en el funeral de mi padre, me
presento en sociedad. Basta una mirada azul, el rocío en las mejillas y unas
palabras, escritas por otros, para dibujar el momento. “Desde que nací,
papá ha sido el mejor padre que uno pueda imaginar. Te quiero mucho”- dije.
No quiero reconocer el
motivo de su muerte, y menos, divulgarlo en las televisiones de todo el mundo.
Sí, sí, mi padre muere por la ininterrumpida ingesta de sustancias, de todo
tipo de drogas y por la obsesión por mutar su piel. No me libro del recuerdo.
Me avergüenzo. Deseo permanecer en el anonimato desde esa fecha hasta la
mayoría de edad. Todo cambia cuando conozco a Michael, mi novio. Los dos
queremos grabar la felicidad del momento. Congelarla. ¿Qué puedo hacer sin
las redes sociales? ¿Sin tatuajes? Ahora sí quiero que miles de millones de
usuarios me reconozcan. Dos frases, un beso y los tatuajes. El beso y la frase
de Michel: “Una de las mujeres más increíbles que he conocido”. Para mí,
la de: “El mejor cumpleaños”. Anuncio una nueva etapa de mi vida. Los tatuajes recuerdan a los seres más queridos. “Reina de mi corazón”. Así me llamaba mi
padre. Y una flor oriental con el nombre de Kaiselin, que es como llaman a mi
abuela paterna.
Mi padre oculta mis
cumpleaños. Me disimula. A mí y a mis dos hermanos, nos sobreprotege. Llega a
ocultarnos, literalmente, con velos como consecuencia de su exposición a las
excentricidades. Quien se oculta es él. Lo compra todo, nos compra a los tres
hermanos, el más pequeño es de vientre alquilado. La vendedora es Deborah
Rowe, mi madre, enfermera y segunda esposa de Michael Jackson. Así le llamo
cuando quiero distanciarme. El precio de la transacción, una ganga para él.
Ocho millones de dólares y una casa en Beverly Hills.
Todo lo que me ocurre es una
premonición. Al morir mi padre vamos a vivir con mi abuela.
Infancia complicada y adolescencia difícil. Me acosan en la escuela. Intento
suicidarme dos veces. Presento síntomas de alcohólica. Me internan en un
centro, mal llamado de rehabilitación. Se puede decir que me recupero.
Acudo, no muy convencida, a las reuniones de alcohólicos anónimos.
En octubre inicio una relación con Chester Castellaw, conocido futbolista y mi
esposo a pesar de los rumores. Tengo un hijo. Desde entonces me llamo Paris
Chester. Lo anuncio en las redes sociales.
En la clínica de
rehabilitación he hecho buenos amigos. Snoddy, batería de la banda de
rock Street Drum Corps, es ahora,mi novio. Con
veintisiete años sabe lo que quiere. Me da seguridad. Mi familia está
preocupada. La banda toca y exhibe la bandera confederada, la de los estados
del sur; la de los estados racistas. No solo es la banda. Él muestra la bandera
en un tatuaje en el antebrazo derecho sin darle importancia. Me explica: “Me lo
hice cuando era más joven” . Si le tachan de racista responde: “Cómo voy a
serlo si la familia de Paris es de color”. Me convence.
No sé cuál será mi profesión
en un futuro. Por ahora me conformo con ser activa en Instagram. Fotos con
amigos, con mi familia. Ser creativa. Rodeada de mis ídolos. Kevin Spacey.
Bob Marley. Elvis Presley Miley Cyrus. Justin Bieber; y de mi padre,
Michael Jackson. El rey de mi corazón. Para el resto, el rey del pop. Mi vida,
hasta ahora, empieza y termina con mi padre.
Javier Aragüés (abril 2016)
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