Te refugias en una ciudad con puerto. Trabajas en la casa de comidas “LA HERMANDAD". Los pescadores y descargadores del muelle son clientes habituales. Todos te llaman Lina. Malvives. Sales de la fonda mugrienta, a media noche. Te alivia la brisa que recorre los callejones de la zona portuaria y disipa tu olor a cocina barata y al sudor de los clientes. Te recuerda que vives en la miseria. Subes a la habitación que tienes alquilada. Te aseas como puedes y te pintas con lápices infernales que marcan tu vida. Te armas de valor.
¡A la calle! En tu esquina, miradas y gestos obscenos buscan amores baratos. Estás acostumbrada a riñas, borrachos y a los clientes que más ocupan tu tiempo: los que desconocen la ternura. Unos metros más allá, un bar de los que cambian su clientela según la horas. Por la mañana, desayunan oficinistas y dependientes. En el centro del día, cierran tratos comerciantes y chalanes. Por las tardes, se agolpan los tertulianos y durante la noche se transforma en un lugar de citas y pausas. Risas, insultos y entrechocar de vasos. Diriges tu mirada a los entre los clientes para no infundir sospechas.
Esperas, como cada noche, en la misma mesa, con el cigarro y el vaso de ron como testigos. A la espalda, un espejo te retrata; por delante, tus ojos, tus labios y un gran escote, acreedor de las miradas. Los encuentros están arrancados de tu vida, de tu noche. Obligada a probar todo, te falta algo. Conoces los besos robados. ¿A qué saben los otros, los consentidos?
Los de las parejas que unen los labios en uno solo. Una vez acoplados, buscan el sabor del amor, el salado de las lágrimas y el agridulce de las despedidas. Los besos que recuerdas en tus labios y en tu boca. Los que te deleitan sin sentirlos, sin que estemos juntos. Los que notas en tu cuerpo, los que te excitan en mi ausencia. Los besos que te doy entre las comisuras de los otros labios y te saben a placer intenso e inagotable. Después de hacer el amor, deslizas la lengua por mi pecho hasta encontrar la gota de sudor más exquisita.
Quieres salir del local. Me coges de la mano y me arrastras a la puerta sin contemplaciones. Para todos, soy el que te protege. Tú sueñas. Yo me dejo llevar. Vamos a tu habitación, la que compartes con el desamor. Quieres que esa noche sea diferente. “Espera un momento"-susurras.Te cambias detrás un biombo destartalado. Te quitas el disfraz y te desnudas. Tu cuerpo está preparado para distinguir los sabores. Busco tus labios. Juegas con los míos. Los vértices húmedos del amor se encuentran y progresan hasta el infinito. Una y otra vez se tropiezan en el estuche del amor. Solo se detienen para tomar un respiro y volver a encontrarse.
Desde la calle una voz grita. “¡Lina! ¡Lina! Tienes clientes”. ¿Dónde estás? No contestas. Me miras. Coges tu escaso equipaje, te agarras a mi brazo y me conduces al muelle. Un viejo vapor está a punto de zarpar a otra ciudad, a otro puerto. Paseas por cubierta junto a mí. Los marineros te saludan. Te guiñan el ojo. Miras al horizonte, sabor a mar y una estela como despedida. Me abrazas. Me besas. Tu amor ya no es mercenario. En un rincón de cubierta encuentras todos los sabores.
Javier Aragüés (mayo 2016)
2 comentarios:
Excelente. Relato dirigido a una sola persona. Muy bueno. ¡Cuantas veces lo habré intentado -como escritor aficionado- y nunca he dado qon el punto! Tú lo has conseguido. De lo mejor tuyo, y van unos cuantos, que he leído. Tus lectores volvemos a estar de enhorabuena.
Un mal día lo puede tener cualquiera. Lo siento.
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