Puntual
como cada mañana, la señora Elvira estaba sentada en el banco de la plazuela buscando
un sol tibio que apenas se atrevía a aparecer. Vivía sola y nunca había salido
de su barrio. Junto a ella, una perrilla mestiza con los ojos vivos y tristes
que la servía de lazarillo. Las dos eran inseparables. La mujer, que a su edad
apenas veia, esa mañana se mostraba especialmente inquieta, apretaba con las
dos manos su bolso raído. Su rostro cambió cuando la perrita empezó a ladrar.
Por el otro extremo de la plazuela, un hombre de unos setenta años, con buena
presencia se dirigía hacia ella.
—Hombre
don Enrique hoy parece que se retrasa, ya le echaba en falta. Estoy tan
acostumbrada a nuestra charla — el olor de su colonia era inconfundible.
—Buenos
días señora Elvira. Me he retrasado por qué me pareció no haber cerrado la
llave del gas y, ya sabe, tuve que volver para asegurarme.
Tengo
buenas noticias. He recibido una carta de Pilar mi hija, la que trabaja en
Dinamarca. Este año quiere que vaya para pasar unos días con ellos, hace tanto
tiempo que no la veo.
Al
escucharle, la señora Elvira, con la mirada perdida, buscaba a la perrita con
una de sus manos. Parecía que con sus caricias quisiera consolar al animal.
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-¿Hay
alguien con usted?
-No se
preocupe señora Elvira, no hay nadie más que su perrita y yo. Al escuchar su
voz pareció calmarse.
Después
de un rato de charla, el hombre se despidió. Mientras caminaba no podía dejar
de pensar en la señora Elvira y su perrita.
A la
mañana siguiente don Enrique acudió al banco como era habitual. Allí estaba la
perrita sola, de la señora Elvira ni rastro. Al verle, la perrita comenzó a
ladrar y hacía gestos para que le siguiera, pero él dudaba y aun sintiéndose
algo ridículo decidió acompañar al animal que le condujo hasta uno de los
edificios antiguos y destartalados que había cerca de la plaza. La perrita se
paró en el portal. Una vecina entraba en ese momento. Enrique le preguntó por
la señora Elvira. —Sí, en el 2º derecha.
La puerta estaba semiabierta y la señora Elvira caída en el suelo. La perrita
lamia sus manos, entonces la mujer comenzó a moverse. Confusa, sintió el oler de
la colonia, mientras se recuperaba. Don Enrique la ayudó a levantarse.
— ¿Qué
hace usted aquí?—preguntó muy extrañada.
—Al no
verla en el banco he pensado que algo había ocurrido y su perrita me ha traído
hasta aquí.
—No sé
qué me ha pasado, me he mareado y no recuerdo más. Pero ahora me siento mejor.
Por cierto, ayer se me olvidó preguntarle cuándo se va a ver a su hija.
—De eso
quería hablarle. No crea, le estoy dando vueltas y ya no estoy para viajes.
Prefiero quedarme y seguir con mis rutinas. Ir a la plazuela cada día y charlar
tranquilamente con usted todas las mañanas y…
La señora
Elvira con gestos torpes buscaba a don Enrique mientras la perrita lamía las manos de aquel hombre al olor de la colonia.
Javier Aragüés (Junio de 2019) Concurso Acem