viernes, 7 de noviembre de 2014

FELICIDAD EXCESIVA

Alba ingresa en el hospital con un coma metabólico por ingesta de productos tóxicos.

¡Hay que desintoxicarla! 
Tiene que ganar la carrera para no ser atrapada y destrozar su existencia.
¿Por qué ocurre? Los buenos propósitos iniciales se transforman por repetidas debilidades. Tropieza, pierde el equilibrio y se aleja de la meta. 
El equipo de urgencias intenta estabilizarla, pero llega tarde. Alba se va, esta vez sola, nadie la persigue.









Toda la tragedia se ha originado por una planta.  
El opio en sí mismo es un producto natural que no crea dependencia, no así sus derivados que contienen alcaloides (morfina, codeína, tebaina, narcotina, etc.) que si producen drogodependencia.

La adormidera interpretaba un múltiple papel, dócil al contemplarla, implacable y asilvestrada al atardecer, siempre dueña en la soledad.

El metro y medio escaso de altura que alcanzaba la planta aprisionaba la voluntad de hombres y mujeres. Alimentaba placeres instantáneos y la hacía inseparable de sus vidas. Estaba siempre al acecho, al lado. 

Nadie explicaba  que una planta natural y vistosa encerrara tal magnetismo para quebrar la  voluntad en su entorno.



Para Alba la persecución no acababa con la distancia recorrida sin ser atrapada, persistía en la mente y concluía con un trágico final.



Javier Aragüés(Noviembre 2014)

martes, 4 de noviembre de 2014

JACOBINOS Y GIRONDINOS (Relato histórico) Libro 4


En 1787, la Revolución Francesa estaba a las puertas de pasar a la historia.

Desde 1789 algunas cuestiones políticas y sociales no volvieron a ser las mismas en Francia. La Revolución acabó con la Monarquía Absoluta y traspasó sus fronteras. Así dio comienzo la Edad Contemporánea en el mundo.

En París, por la Rue Sant Honoré paseaba una mujer muy especial —Marie Marguerite—víctima de un matrimonio de conveniencia. Era una mujer joven, ingenua y muy timorata. Con dieciséis años había tomado los hábitos en un convento de clausura, que no abandonó hasta los veintiocho, con motivo de la supresión de las órdenes religiosas en toda Francia. 

Estuvo alejada del mundo real y conoció a Jacques-Renè Hébert por el que quedó deslumbrada. Se casaron. Él la tomó como criada y no como verdadera esposa. El matrimonio fue un suplicio para ella. 


Jacques-René era hijo de un importante comerciante. Él era un liberal que a pesar de su ideología revolucionaria, no se deshacía de sus raíces burguesas 





  

Marie vestía terciopelos de tonos pálidos en primavera, escotes muy pronunciados estilo imperio que dejaban ver parte del busto y le acentuaban el talle; el cabello peinado hacia atrás, la nuca y la frente despejadas salvo unos rizos traviesos que la rejuvenecían.

Cada tarde, Marie caminaba por la rue Sant Honoré con la cabeza ligeramente inclinada, al cruzarnos jamás se detenía. Levantaba los párpados lo imprescindible y me miraba. Los dos seguíamos caminando por la misma calle,  ella a casa de una amiga —Dominique era su nombre, según me contó mucho después— y yo al club de los jacobinos, de los que era su líder. 
Una de las tardes, al cruzarnos, simulé que tropezaba, bajé de la acera y me aparté. Así fue como conseguí presentarme a Marie.

— Excuse, me llamo Maximilien, y ¿usted?

 Marie Marguerite —me contestó algo turbada.

No se detuvo y aceleró el paso. Desde entonces  no dejaba de pensar en ella.

Aunque intentaba ocultar estas coincidencias le pregunté a mi gran amigo  —Georges Danton— si tenía referencias de ella. Se la describí, le desconcertó mi interés pero me escuchó y se apresuró a decirme.

—Por su físico y sobre todo por su nombre,  creo que está casada con uno de los dirigentes del partido de los girondinos. Lo averiguaré.







George Danton era un gran amigo. Me consideraba un hombre cultivado, por ser abogado y escritor, además de buen político. Pertenecíamos a los jacobinos. Los girondinos eran nuestros rivales políticos y nos consideraban extremistas. 

Los  jacobinos defendíamos los valores  

revolucionarios. No éramos partidarios de  dejar el gobierno de Francia en manos de una Monarquía Parlamentaria. Eso sí, en la 
Asamblea Nacional nos sentábamos a la izquierda. 

Respecto a Margarite  no concebía que me hubiera afectado la mirada o a la belleza de una mujer, hasta el extremo de descentrarme. Por eso mi gran amigo Danton me repetía.

— Maximilien, un hombre con fuertes convicciones revolucionarias no puede caer en los enredos con los que nos intentan provocar las mujeres. 
¿Qué dirían nuestros correligionarios si supieran, que tú, Maximilien Robespierre, 
sucumbe a los encantos de una mujer?

 George, yo también estoy desconcertado. Cuando la veo cada tarde, busco una excusa para poder hablar con ella, pero no se detiene y solo intercambiamos la mirada. El otro día fue una excepción y conseguí que me dijera su nombre: "Marie Margarite" 

Pasado unos días, cuando estábamos reunidos en el club de los jacobinos, Danton me confirmó que sabía algo más, acerca de Marie.

— Conozco a su esposo —Jacques-René Hébertes—  es un diputado destacado del partido de los girondinos el que agrupa a la gran burguesía. Son partidarios de la monarquía parlamentaria. Los jacobinos no compartimos esa idea de cómo conservar la República. Solo pretenden hacer reformas, pero manteniendo la propiedad privada. Piensan que a los jacobinos nos caracteriza la crueldad y condenan nuestras actuaciones. Para mí, 
Jacques-René es girondino más —afirmó con tono despectivo.

— Estoy completamente de acuerdo, pero ahora lo que me interesa es lo qué sabes de Marie —contestó 
Robespierre.

— Comprendo tu inquietud, a través de una amiga de mi mujer te conseguiré una cita, aunque solo sea para favorecer la infidelidad   —Danton hizo una mueca, mostrando una sonrisa malvada.

George me consiguió la cita. Tendría lugar en un portal discreto de la rue Sant Honoré, que daba acceso a un patio con entrada para carruajes. 

Marie llegó primero, yo la observaba desde el Marché de Sant Honoré. Entré al cabo de unos minutos. Ella estaba de pie en el patio del inmueble, esperaba muy nerviosa, escondida tras una de las grandes jardineras repletas de hortensias. Nos miramos. Pude comprobar que al recorrer con la mirada su rostro no podía disimular mi  atracción hacía ella.


A partir de esa cita los encuentros se repetían con frecuencia pero nos faltaba intimidad. Marie acudía con una actitud pasiva y yo me impacientaba. Una tarde le propuse caminar por La Cité y llegar hasta Notre Dame. La proposición le pareció una muestra de cariño, pero se negó en rotundo y me lo explicó: 
"No podemos mostrarnos en lugares públicos, mi marido lo sabría". Me propuso acudir al mismo portal, al día siguiente por la tarde. 

Así lo hice. Me estaba esperando en el patio, al pie de un coche tirado por una pareja de caballos bretones. El cochero hizo un gesto para que subiéramos. En el interior del carruaje, solos los dos y el cochero en el pescante gobernando con el látigo a la pareja de musculados corceles.

Observé que nos desplazábamos en círculos dentro de la ciudad de París, pero no me atreví a preguntar. Mi cara indicaba preocupación. Marie, sin alterarse, seguía en silencio y me cogió la mano como si fuéramos amantes y me devolvió la confianza. 

Al anochecer dejamos la ciudad, yo conocía el camino. Nos dirigíamos a la comuna de Provins a las afueras de París. El carruaje se detuvo frente a la Hostellerie de la Croix D´Or. Nos esperaba su amiga Dominique. Ella lo había preparado todo. Le dio las gracias, se besaron y la despidió.  

Subimos al primer piso donde estaban las habitaciones Al llegar a la nuestra, en la antesala había una mesa preparada cuidando cada detalle, desde la vajilla y la cubertería, hasta las copas de cristal de Sèvres. A penas cenamos. La cogí de la mano y la recosté en el lecho. Al abrir la cama sentí que las sábanas blancas y limpias, desprendían un intenso olor a pasión. Con delicadeza la cogí de los brazos, la acerqué a mis labios y nos besamos. No me cansaba de acariciarla mientras hacíamos el amor. Nos dormimos abrazados y seguía deseándola.

Cuando desperté me sentía exhausto, le pregunté si no temía por su marido. 

— Mi marido está de viaje a Rauzan, en la Gironde. Tiene una reunión muy importante con otros diputados de la Asamblea Nacional y estará fuera de París durante tres días. —contestó Marie segura de controlar el devenir de los acontecimientos. 
.
— ¿Quién más estará en esa reunión? — pregunté con aparente desinterés, pero ya pensaba como conspirar para perjudicar a su marido,  Jacques-René.

Marie influida por el lugar y el enamoramiento, no tardó en decirme los más 
 destacados 

diputados girondinos que acompañaban a su 
marido. Al oír los  nombres supe que eran un grupo de sospechosos que conspiraban contra Jean Paul-Marat, el ídolo revolucionario que se identificaba con la causa jacobina.

Hablamos de su matrimonio y se sinceró mientras me relataba lo infeliz que era.

—Al dejar el convento fui a Paris para rehacer mi vida. Todo era mucho más difícil que lo que había pensado y tuve que confiar en Dominique. Ella me presentó, con la mejor intención a Jacques-René, el que hoy es mi marido. Me trataba como si fuera una criada en vez de su esposa, el resto lo conoces. 

—No puedes continuar así.  —contesté indignado.

Pasaron tres días esperando sus noches. Estábamos enamorados como dos adolescentes apasionados. Vivíamos algo irreal, pero al culminar nuestro amor cada noche en un inmenso placer hacía que nos sintiéramos vivos. 

Al llegar a Paris, Maximilien Robespierre y George Danton prepararon un plan contra Hérbert. Los jacobinos acusaron a Jacques-René Hébert de injurias a la República y fue detenido.







Los girondinos alertados, se vengaron. Prepararon un plan para asesinar a Jean-Paul Marat, que fue ejecutado en su casa en julio de 1793 A Hébert le responsabilizaron de conspirar para asesinar a Marat y fue guillotinado en marzo de 1794. 

Ahora Maximilien y Marie Margarite podrían vivir su amor sin limitaciones, no había nadie que lo impidiera.

Dominique vivió enloquecida los sucesos y aunque lo ocultaba, era una girondina convencida y vehemente. No soportó la persecución y muerte de Hébert. Había sido cómplice de la infidelidad de Marie porque 

estaba enamorada de Jaques-René. Le admiraba como político y lo deseaba como hombre. Cada día estaba más enamorada de Jacques-René Hébert y lo sobrellevaba con un obligado silencio. 

Dominique desesperada por su muerte y conocedora de la participación en la conspiración de Maximilien Robespierre,
 consiguió que los diputados girondinos le acusaran en la Asamblea Nacional de querer implantar un régimen dictatorial y de terror, lo que supuso que el día 28 de julio de 1794 fuera condenado a la guillotina junto con veintiún  colaboradores, entre los que se encontraba Marie Margarite.

El enmarañado idilio de Margarite Hébert y Maximilien 
Robespierre apenas duró cuatro meses y se resolvió con su muerte.



Javier Aragüés (noviembre 2014)

viernes, 24 de octubre de 2014

EL VIGILANTE DEL MUSEO (Relato) Libro 4

Raúl era un hombre de mediana edad, enjuto y algo consumido; su camisa marcaba un descarado esternón del que arrancaban todas las cuadernas que envolvían sus fatigados pulmones. En la cara destacaba un color de piel blanco marfil testigo de la ausencia de contacto con la luz del sol. Cada mañana, fuera laborable o festivo —los lunes era su día libre— repetía la misma rutina; caminaba despacio hasta el vestuario, disimulado por una pequeña puerta a la derecha del hall del museocolgaba su gabán y lo sustituía por una chaqueta azul marino desolado, limitada por un leve ribete dorado a juego con los botones de la empuñadura, después se encajaba la gorra de plato sobre su cabeza despoblada. La prenda iba rematada por un escudo centrado con dos letras mayúsculas, también doradas, las siglas MN — Museo Nacional— coronaban la gorra con dignidad e imprimían respeto.






Raúl siempre ocupaba la misma sala, un espacio reducido dedicado al fauvismo. Tenía la ventaja de no ser la más visitada pero los que acudían eran verdaderos amantes de la pintura, aunque  también se descolgaba algún despistado preguntando por pinturas reconocidas de Matisse o Raoul Dufy. No era su obligación atenderles, pero sentía satisfecho de poder ser útil y les contestaba empleando la misma frase, silabeada muy poco a  poco y según el día se veía obligado a repetir en varias ocasiones: "En este museo no". Se ayudaba con su dedo índice que oscilaba a ambos lados a la vez que negaba con la cabeza.







Las tardes eran mucho más tranquilas y aprovechaba para disfrutar de la pintura y en particular de un cuadro  que le fascinaba "Mujer con Sombrero" de Henry Matisse. Aunque no estaba colgado en el museo lo admiraba en una de las páginas del libro de pintura: Las Pinacotecas del Mundo. Su procedencia humilde y las circunstancias le habían obligado a ser autodidacta. Poco a poco leyendo libros de pintura se había convertido en un especialista en postimpresionistas y desde allí, había evolucionado hasta quedar atrapado por el fauvismo. Aunque el movimiento estaba enraizado en la obra de Gaugin y sus pinturas al óleo, para él, Henry Matisse era el fauvista indiscutible. 

Siempre ocupaba su puesto de pie en la sala, sin perder de vista las cuatro paredes, mientras releía un libro de pintura de la biblioteca del museo. Resonaba la calma hasta que el reloj de la torre del ayuntamiento dejaba caer las seis. Como un resorte, con un gesto seco alargaba las mangas de la chaqueta, repasaba el nudo de la corbata y aseguraba la gorra. En medio del silencio de las salas, dos tacones entrechocaban con el suelo de mármol y el sonido de los impactos avanzaban hasta el espacio donde Raul estaba de vigilante. Él la esperaba y ella altiva buscaba un banco desde donde observar el cuadro de Matisse. Habían hablado muchas tardes y ella conocía las preferencias pictóricas Raúl, en particular por "Mujer con Sombrero". Al sonar los golpeteos de tacón en la puerta de la sala, ella entró  desplegando color, su cara con un maquillaje muy cuidado, resaltaba los colores puros: rojos, verdes y morados. Los contornos se marcaban por una linea gruesa de color negro, realzada por el rímel. Era una belleza compulsiva, alejada de lo tradicional, rematada por un gran sombrero que parecía sobrevolarla.

Raúl al verla, casi se desplomó. Junto a él, su obsesión se había encarnado. La podía hablar, acariciar y enamorarla. La miró, ella no le rechazaba, le deseaba. Raúl agitado se aproximó con respeto. Con los dedos recorrió sus labios. Ella con una sonrisa sensual, le ciñó a su pecho. Por el cuerpo de Raúl ascendían todas las sensaciones y se encendían todo los sentidos.  

El museo cerraba, se iban apagando las luces de las salas que sorprendieron a Raúl. La oscuridad inundaba todos los espacios. Se hizo el silencio. 
Angustiado pidió que las encendieran. La sala estaba vacía y a la entrada, en el suelo, el libro de pintura abierto por la lámina de "Mujer con Sombrero". La página estaba en blanco.



Javier Aragüés  (Octubre 2014)

lunes, 20 de octubre de 2014

LA GRAN PATERA

Tu largo viaje para  llegar a Europa, es el desplazamiento hacia un un sueño vital ,  imposible, trascendental para la vida de habitantes de otros países de tu continente y símbolo para los tuyos. 

Día tras día,  piensas en la penosa travesía. ¿Como la harás? ¿ Quienes serán tus compañeros de navegación? ¿Tendrán tus mismos deseos y objetivos? ¿Llegarás?

Huyes  de la miseria, de los conflictos, de la tortura, de los señores de las guerra, de la hambruna, de la insalubridad, de una sanidad inexistente, de las epidemias, del analfabetismo instalado,de la falta de perspectivas, de la muerte.

Sin presente ni futuro, buscas las  condiciones mínimas para  considerarte y sentirte un ser humano, con o sin la declaración de tus derechos.

El primer mundo con su doble moral te necesita para perpetuarse. Te ofrece inspirar compasión  a  los habitantes de "países civilizados", a cambio recibes vejaciones por parte de sus gobiernos. 

Es la manifestación de un colonialismo perfumado que te considera un esclavo de caucho,de infinita elasticidad y sin redención. 

Exporta epidemias a tu continente, a veces incontroladas, solo combatibles con vacunas ya preparadas que venden sus laboratorios y compran las organizaciones supranacionales con pingües beneficios. El negocio está hecho.

Solo te queda una opción, dejar lo que no tienes y buscar tu destino en países  acomodados que ofrecen una aparente igualdad y oportunidades.

En el tránsito  sufres penurias y maltratos de funcionarios fieles a los gobernantes del los países, etapas de tu  éxodo obligado. 
Los flujos de personas en una sola dirección son frecuentes y en condiciones similares a la tuya. De los muertos y desaparecidos no hay inventario.

Si tienes éxito y llegas vivo al territorio que has deseado, tu nueva escala suele ser un país de las costas mediterráneas, como Italia o España.
Ejercen de  verdaderas fronteras geoestratégicas establecidas por el mundo  privilegiado y levantadas contra ti. Los países de recepción
-si sobrevives- te consideran apátrida, sin derechos, te hacinan en centros de internamiento (campos de concentración actualizados).

Tienes la sensación de que tu llegada ha dejado de ser noticia en estos países y pasa a ser un suceso no deseable. que a veces se convierte en tragedia. 


Los representantes del" club" de los poderosos. -países que marcan las reglas- situados generalmente en al centro y norte del, para ti, nuevo continente entonan "un mea culpa" para tranquilizar las conciencias de sus gobernados y la suya.







Nadie, nadie analiza los motivos de los desplazamientos 
obligados  -tu desplazamiento - y  sí  el origen de tu emigración va más allá de la búsqueda del bienestar individual.
  
Los seres humanos, por serlo,  aspiran a condiciones que permitan el progreso, en casos extremos arriesgando incluso la vida, como es tu caso, y prescinden de lo que poseen.

A "los países frontera" receptores de desahuciados se les asigna esta misión a cambio de gozar de ciertos privilegios temporalmente hasta que los habitantes sienten la situación interna incómoda, desfavorable y cuestionan la función estipulada .

España se ve relegada a ser una base de ocio barata, con instalación de hoteles y casinos, con camareras y camareros bien adiestrados, asalariados sumisos y disponibles a cualquier precio.
Los autóctonos pasan a la categoría de privilegiados, a la que tu esperas pertenecer

Algunos de los habitantes asumen que en el país es necesaria la investigación y verdaderos profesionales para asegurar un futuro independiente con creación de riqueza  -tu no eres consciente.

Para integrarte y regularizar tu situación quieres contribuir con tu esfuerzo a participar  en los factores productivos. 
La aportación a la riqueza es escasa, no hay valor añadido y está sometida a variables incontrolables.

En España,el turismo es una de las mayores riquezas, función de las crisis de los países del entorno y de las condiciones climáticas. El futuro está predeterminado por lo que algunos llaman el "IV Reich económico y financiero", que somete a países enteros, inclusos continentes, sin  intervención militar. 
Tu también eres víctima de esta coyuntura.


Te llegan rumores de cómo puedes contribuir a la riqueza que el  país produce en un año. 
Te ofrecen nuevas actividades manipuladas por "el club" para cosmetizar los datos estadísticos que conviene mostrar a terceros y así tú colaboras para mejorar los indicadores económicos. 

Para ello puedes 
desarrollar actividades ilegales (tráfico de drogas), ejercer la prostitución o favorecer la compra de armas (computa como inversión). Ocupaciones que han sido incorporadas  recientemente a las que miden la riqueza del país.

El fenómeno sistémico se convierte en una alarma silenciosa, sin destellos, para los que no quieren escuchar el clamor de los que excluidos por razones étnicas, políticas, culturales o de desigualdad.Tú perteneces a ese grupo.

Las diferencias se establecen mas allá de países y se instalan en continentes.

Piensas... ¿Qué puedes hacer?


Una patera, preparas una patera, la  jamás construida, de dimensiones descomunales -una gran patera-  con numerosa tripulación formada por desahuciados de varios continentes, con plazas ilimitadas, sin coste de pasaje para arribar a con seguridad a las costas próximas.


¿Será  el final o el principio de una  forma 
nueva de construir el mundo?



Javier Aragüés (Octubre 2014)




L

lunes, 13 de octubre de 2014

EL ADULTERIO Relato Libro 3

Teresa y yo parecíamos una pareja convencional, o al menos yo lo  pretendía. Nuestra relación era tan endeble, que para mantenerla debía transigir. Teresa no se inmutaba y continuaba con su vida. Yo sufría y, aunque me sentía humillado, persistía en la búsqueda de su amor. Solo aspiraba a sobrevivir a aquel idilio asimétrico.

Deseaba que alguna vez hubiera estado enamorada de mí. Pero la realidad era cruel. Si hubiera sido posible, la habría cautivado con mis estudiados silencios y ese tenue barniz de intelectual que impregnaba mis veinte años, de la mano de un efímero inconformismo. Todo era insuficiente. Si en algún momento tuve algún atractivo para ella, el tiempo se había encargado de difuminarlo. Me refugiaba en la lectura para sobrellevar una vida sentimental sin expectativas .

Con Teresa, me veía obligado a mostrarme prudente, incluso sumiso. Me obsesionaba con no perderla. Disimulaba mis defectos. Era egocéntrico y mi amor, en apariencia sin condiciones, era posesivo y enfermizo.

Teresa era una mujer tan firme, como atractiva. Añadía a su encanto, la capacidad de gestear con sus manos, coordinándolas con una mirada incisiva. Dominaba y convencía. Era una cualificada docente en un instituto de la ciudad. La intentaba halagar elogiando su capacidad y dedicación. Le decía en muchas ocasiones: “No suele coincidir en una profesora, que sea excelente pedagoga y solo viva para la enseñanza".
Teresa, sin mirarme, desaprobaba con un gesto insistente de negación, moviendo la cabeza a ambos lados. 

Ella nunca se definía ideológicamente, pero simpatizaba con  el pensamiento ácrata. Muy impulsiva, vital y de respuestas tajantes. Preparaba las clases exhaustivamente, para lograr intervenciones críticas por parte de los alumnos. 
Su frase preferida era: "Educar es conseguir que cada persona actúe con su propio criterio y tenga el derecho a equivocarse". 

La soledad me atormentaba. Pensaba que me era infiel. Sin controlar mi mente, aparecían repetidos flashes: ¿Cuándo y dónde se verían? No encontraba contestación. Prefería continuar sumergido en un mundo absurdo que conocer la verdad. 


Después comprendí que los encuentros eran posibles, sin necesidad de excusas. Eran docentes en el mismo instituto, acudían a las actividades que desarrollaba el centro educativo fuera del horario escolar. Visitaban exposiciones, asistían a conciertos y a los viajes de prácticas, que en  la mayoría de ocasiones se hacían en fin de semana. 

Para Teresa y para mí, los días transcurrían dentro de una normalidad caracterizada por una relación impostada. Una tarde de invierno estábamos en casa bien instalados, ella corregía trabajos de sus alumnos y yo leía a Paulo Coelho . Al releer un capítulo, encontré justificado preguntarle:

—  ¿Qué opinas del adulterio?
Tras unos segundos en silencio, me contestó, ostensiblemente molesta.

— Aunque sé que tu pregunta es otra, te voy a responder y así
quedará claro.






Comenzó a agitar sus manos como nunca la había visto. Sus largos dedos acompañaban cada afirmación y con la mirada conseguía inyectar con contundencia sus argumentos. Comenzó a hablar, después elevó el tono y terminó gritándome.

— A ver si lo entiendes. Si dos personas buscan la felicidad  
al margen de una tercera, provocan una situación que ya no escandaliza a nadie y se habla de engaño, o popularmente que "le ponen cuernos". Para las que se consideran víctimas, no hay justificación. Él o ella optan por rebelarse, pero si son débiles de carácter, terminan por claudicar. Buscan una explicación y si la encuentran no quieren entenderla. 

Se calló, parecía que tras la escena, daba el tema por zanjado. Hice un esfuerzo para sobreponerme. Me sorprendió 
la frialdad 
de la explicación. Muy irritado, le mostré mi carácter más agrio, la miré con ira y sentí miedo a su reacción, me atreví a preguntar: 

— ¿Desde cuándo os veis? 

— Desde que llegó al instituto. Nuestras miradas se cruzaban en las reuniones de profesores y quedábamos al salir de clase. Besos, caricias,..., era vivir un amor con la pasión que siempre había soñado. 

¿Quieres saber algo más? —se dirigió a mí, enfatizando y continuó. 

— Vivíamos el sexo y la infidelidad con mutua satisfacción.

Me tambaleó la respuesta. Necesitaba conocer el porqué del 
alejamiento a pesar del vértigo que me producía. Tras un breve silencio y con un hilo de voz le pregunté.

— ¿Te importa decirme, cómo se llama “el otro”?

Teresa contestó muy molesta.

— De nuevo tu ignorancia aparece en nuestra inexistente relación. Con esta pregunta vuelves a poner de manifiesto que desconoces a la persona con la que convives tantos años. 

Hizo una pausa, tomó aire y deseando concluir, me preguntó.

— ¿Conoces a la profesora de Historia? —sin darme tiempo a contestar, me dijo.

— No hay “otro”, ella es mi amante. 
         


Javier Aragüés (octubre 2014)

martes, 16 de septiembre de 2014

ENCUENTRO EN EL BEGUINAJE (Relato histórico, actualizado con rasgos feministas) Libro 3

Era inconfundible ese olor a estación que desprendían vagones y locomotoras, se había instalado durante más de un siglo e impregnaba todo el ambiente de la Gare du Nord de París.

Mientras muchas personas corrían hacia las entradas y salidas de la estación, los dos permanecían inmóviles junto a un tren que estaba próximo a salir. Iban a Bélgica por motivos distintos, con el mismo destino y nombre diferente. Rogier iba a Leuven y para Alicia era Lovaina. 

Rogier era belga, de la región  flamenca de Flandes; facilitaba a la sorprendida joven una información que nadie le había pedido, en el momento que Alicia apoyaba su dedo índice sobre el panel de información . Estaba plantada con naturalidad, ante el tablero que mostraba los largos recorridos, mientras escuchaba atentamente. 

Comenzaron a tutearse. Por la manera de conversar parecía que se conocían. Él le explicaba; "Bruselas y París están separadas unos trescientos km. en tren, una hora y media aproximadamente. Cada media hora sale uno. Si cogemos el de las seis  y media, a las ocho menos cuarto podemos estar en el centro de Bruselas; para llegar a Leuven tomaremos un cercanías, salen cada veinte minutos,... en media hora llegamos". 
Lo dijo sin dudar, con intención de impresionarla.

Alicia se presentó a Rogier. Fue escueta. Era una catalana que se consideraba ciudadana del mundo. Ojos almendrados, melena insurgente, “picassianemente” atractiva, de trato cómodo, en contra de toda formalidad. Como profesional era socióloga y politóloga y, como persona, amaba la vida. 

Rogier estaba impaciente, era su turno, pero se contuvo al sonar la megafonía. Una voz prefabricada anunciaba la salida del tren, se apresuraron. La ayudo a subir la maleta al vagón, que estaba prácticamente vació y se sentaron juntos. Desde allí, Rogier pensó que sería más cómodo presentarse y soltó el discurso como era habitual, el mismo que utilizaba para impresionar a sus alumnos, si había alguna joven entre ellos cuidaba aún más los detalles. Empezó por decir su nombre:  "Me llamo Rogier, como el pintor belga del renacimiento, Rogier van der Veyden, que nació en Brujas como yo, pero con seis siglos antes. Soy profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Católica de Lovainainvestigador y especialista en historiografía contemporánea".

Terminado el monólogo la miró para captar la sensación que habían producido sus palabras. Se sentía satisfecho con su trabajo y lo hacía ostensible siempre que podía. Le permitía el contacto con jóvenes de distintas países con los que le gustaba debatir. Los alumnos le llamaban: "el profesor" y le gustaba. Los jóvenes estudiantes acudían cada año  para cursar postgrados o doctorados, lo que exigía mantener al día sus conocimientos. Estaba muy motivado pero sentía un vértigo especial, al ver desfilar jóvenes de la misma edad, curso tras curso, mientras él se enfrentaba a la longevidad, que crecía sin detenerse. 



Rogier al terminar su presentación, sin dejar hablar a Alicia, le explicó la razón de su presencia en la estación. Regresaba a Leuven después de unas largas vacaciones que aprovechaba para compatibilizar con trabajos de investigación, así lo hacía casi siempre. Esta vez en España. Quería conocer los mitos y realidades de la guerra civil en primera persona. Era un trabajo difícil por la escasa documentación, pero consiguió aproximarse por los relatos y recuerdos de los descendientes de ambos bandos, más por los que le proporcionaron los de los perdedores. Los excesos habían permanecido vivos en la memoria de los familiares, de muchos demócratas europeos y de todos los que habían contribuido a los aires de libertad en tiempos difíciles. El desastre estaba en el presente. Los sucesivos gobiernos no sabían o no querían resolverlo. 


Alicia casi obligada, le comentó la razón de su viaje a Lovaina. "El motivo principal es elaborar un estudio que profundice en los primeros vestigios de lo que se considera el incipiente movimiento libertario de las mujeres en Europa". Ambos callaron mientras contemplaban como  árboles y casas  se movían a gran velocidad a través de la ventanilla.

Alicia intuyó, después de escucharle, que podría ser un buen aliado por su formación, su narcisismo desmesurado y ese rasgo de inmadurez que le traicionaba. Un poco o todo, le podría ayudar a cumplir sus pretensiones. Vio el momento para hablar de trabajo y de su peculiar método: "Me sumerjo en bibliotecas, ingiero los documentos relacionados con el tema que estudio y conecto los datos dispersos obtenidos. Por cierto, Si conoces a alguien en la biblioteca de Leuven, me podría ser de gran ayuda". Estas fueron las últimas palabras de Alicia antes de reposar la cabeza sobre el hombro de Rogier y quedarse dormida. 

Al llegar a Leuven Rogier le acompañó hasta la residencia, estaba agotada por el viaje, ocupó su habitación, se acerco a la cama y se desplomó agotada.

Rogier se dirigió a su casa, hizo una llamada, habló con la directora de la biblioteca pública de Leuven; eran compañeros de universidad y recomendó a Alicia para que pudiera acceder a la biblioteca sin problemas y realizar el trabajo de investigación.

Así fue y desde el día siguiente de su llegada a Leuven pasaba largas horas en la sala de archivos. Las contadas interrupciones se producían al imaginar su presencia en los incendios que había padecido la institución  durante las dos últimas guerras mundiales. Los documentos exudaban el inconfundible olor a brasas apagadas que para ella seguían en el aire, en los objetos, después de tantos años de estar extinguido el fuego. 
Exclamaba en silencio: " ¡Qué cantidad de documentos irreemplazables destruidos! Muchos conocimientos históricos perdidos por las acciones de hordas de hombres iletrados y que no podrían ser recuperados". Recordaba la novela Fahrenheit  451, de Ray Bradbury, donde "la brigada de antibomberos" cumplía su deber con excesivo celo. Los hechos acaecidos, reflejados en la novela, parecían un "Déjà vu". 

Volvió de sus pensamientos. Estaba ubicada. Había obtenido una valiosa información que le permitía arrancar su teoría con argumentos consistentes, tras varias semanas. Volvió a la residencia, abrió su portátil y comenzó a redactar el trabajo. 





Los datos obtenidos se remontan a 1065, cuando aparecen los primeros rastros de beguinajes como institución en Lieja.  

Las mujeres organizadas en comunas o beguinajes  que se entiende como un espacio material en el que habitaban, ya fueran celdas o casas, o conjunto de casas que a veces constituían ciudades dentro de la propia ciudad, como en el caso de los grandes beguinajes  flamencos que albergaban miles de beguinas. Esta forma organizativa de convivencia se extendió por los países europeos: Holanda, Alemania, Italia, Francia, España, Polonia y Austria. En Catalunya también aparecieron, con el nombre de beguinas o reclusas.

Las Cruzadas habían acabado con un gran número de hombres, los conventos estaban saturados de mujeres como alternativa a la imposibilidad de contraer matrimonio. En realidad los beguinajes eran comunidades autónomas de religiosas llamadas beguinas. Surgieron en un momento de sobrepoblación femenina después de dos siglos de guerras y favorecidos por la manifiesta la rigidez de los estamentos religiosos. Vivían en edificios integrados, construidos 
generalmente alrededor de una plaza arbolada. Comprendían no sólo las instalaciones domésticas y monásticas, sino también los talleres utilizados por la comunidad beguina. 
Cada comunidad o beguinaje, era autónoma en sí misma y organizaba su propia forma de vida con el propósito de meditar, orar y servir como Cristo, desde la pobreza. No había casa-madre, ni regla común, ni una orden general. Su actividad se realizaba cerca de los hospitales o de las iglesias. Establecían sus viviendas, y en sencillas habitaciones podían meditar, orar y hacer trabajos manuales. Empezaron a aparecer comunas de mujeres sin sujeción a norma alguna, eran democráticas, trabajaban para obtener su propio alimento y hacer labores caritativas. Eran comunidades formadas por mujeres espirituales y laicas, entregadas a Dios, pero independientes de la jerarquía eclesiástica y de los hombres. No eran "religiosas" en la acepción tradicional de la palabra. Las  mujeres compartían todo, al margen del sistema de parentesco patriarcal. Abiertas a la realidad social que las rodeaba, desdibujaban la división secular y jerarquizada entre lo público y privado.

En uno de los documentos que encontró le impresionó el siguiente párrafo, del que había tomado nota en su pequeño cuaderno:

" Vivían en un espacio que no era doméstico, ni claustral, ni heterosexual, era abierto y cerrado a la vez. Un espacio de transgresión a los límites impuestos a las mujeres, no mediatizado, generador de formas nuevas y propias de la autoridad femenina. Ausente de dependencia, de subordinación, 
espacio que devenía simbólico al erigirse como punto de referencia, como modelo para otras mujeres".


Quedaban casi todas las tardes, "el profesor"se mostraba amable y complaciente por lo que Alicia entendía que buscaba una relación más íntima. 

Después de tantas horas en la biblioteca, Alicia estaba bastante cansada, cerró el portátil y se preparó para salir, había quedado para tomar una cerveza en una de las terrazas del Grote Market. Era tarde para Rogier  —las siete y media—  para Alicia era una hora habitual, siempre se acostaba después de las doce. Ella llegó primero, a los pocos minutos acudió él, excusándose. Se sentía cómoda y atraída por él. Quería comentarle los avances de los últimos días. Buscaba la complicidad de Rogier. El tiempo se le hizo demasiado breve por lo que intentó retenerle alargando la conversación:

—"¡Profesor!" ¿Podrías enseñarme el Groot Beginjnhof de Leuven?  Lo que para mí es el Beguinaje de Leuven.

— Me gustaría hacerlo, elijamos un día — contestó Rogier.

— Muy bien ¿Por qué no mañana? 

— Me parece bien, aceptó. 

Alicia provocó el reencuentro para confirmar sus suposiciones a cerca de los sentimientos de él. Le propuso que a la mañana siguiente, se encontrasen al pie del Ayuntamiento y desde allí irían a visitar el beguinaje. Rogier accedió.

Eran las nueve y allí estaba ella, esperando impaciente, con la duda de si un día que amanecía lluvioso podría deshacer los planes. Él apareció, en un instante se disiparon todas las dudas y comenzaron a caminar mientras él comentaba:

"Estamos a un km. escaso desde la plaza de Fochplein que es el centro de Lovaina, hasta el beguinaje podemos ir dando un paseo, te enseño rincones de la ciudad, aunque te anticipo que casi todos los edificios que encontraremos pertenecen a la universidad, la mayoría son administrativos con poco encanto, excepto los del recinto del beguinaje, que también son propiedad de la KU Leuven".



Caminaron por una larga calle de aceras estrechas. Al final a la derecha estaba el beguinaje. El Gran Beguinaje de Lovaina tenía la apariencia de un pequeño pueblo dentro de la ciudad, con casas situadas a lo largo de una red de calles apretadas y pequeñas plazas. Las fachadas mostraban ladrillos rojos. Las numerosas buhardillas eran un elemento típico en el beaterio de Lovaina y contrastaba con los beguinajes de Brujas y Ámsterdam, donde todas las casas daban a un patio central. 
Rogier se detuvo en los detalles arquitectónicos y las fechas:

"El único gran espacio ajardinado en este beguinaje se sitúa en el margen izquierdo del río Dijle, que le atraviesa. La mayoría de las casas se remontan al periodo 1630-1670 y están construidas con  arquitectura tradicional y elementos sobrios y barrocos".







Canal sobre el río Dijle en el Beguinaje de Lovaina.



Se detuvieron en el pequeño puente que cruzaba el río y atravesaba el beguinaje. Miraban en silencio el discurrir de las aguas mientras Alicia contenía la respiración, sintió un leve mareo y se apoyó en la barandilla. Rogier acudió a ayudarla. La sujetó con sus manos toscas y seguras. La preguntó varias veces que cómo estaba. Ella no contestó, estaba ausente.

Sin mantenerle la mirada sintió que lo había conseguido. 
No solo
 se habían rozado los dedos , como era su intención, sus cuerpos se habían aproximado unos instantes. 

Se escuchaba el silencio. Las miradas cómplices de ambos se intercambiaron. Rogier aparentó sentirse molesto y se apartó.

 — ¡Por hoy, la visita ha terminado!" —exclamó Rogier, remarcando su incomodidad.

Para Alicia, la actitud del "profesor" la confundía, creía haber provocado una situación en la que Rogier hubiese dado rienda suelta a su ego, pero sin embargo produjo un alejamiento inexplicable.  A la mañana siguiente coincidieron a desayunar, como lo habían hecho desde hacía semanas, parecía que nada hubiera ocurrido. 
Desayunaban en una panadería de productos naturales próxima a la iglesia de San Pedro. El silencio solo se rompía por el entrecruzar de algunas tazas y el murmullo de los clientes. Los dos pensaban decir : "¿no piensas darme una explicación por lo que ocurrió ayer?" Ella se adelantó "¡Nadie me había tratado de ese modo!" Desde el más absoluto cinismo, Rogier aparentaba estar ofendido. Alicia justificó su actitud en el puente  provocada por las continuas miradas e insinuaciones y los disimulados flirteos del joven flamenco. Ambos hiperactuaban.
Ninguno cedía. Ella se sentía atrapada por la audacia y el engreimiento de Rogier, le hacía sentirse culpable. Él solo pensaba en las estudiantes que le admiraban sin complicaciones y no le ocasionaban problemas. Salieron del café sin hablarse y no volvieron a coincidir. 

Alicia se enrocó en su posición y no estaba dispuesta admitir el
rechazo de ningún hombre tras manifestar su incipiente cariño por él. Aunque afectada entendió que lo más adecuado era retomar su vida en el punto que había dejado la investigación días atrás

Cada día, al terminar la jornada de trabajo daba largos paseos hasta el beguinaje. Una tarde al pasar junto a la valla del recinto le pareció escuchar un susurro desde las paredes que entonaban aquel párrafo que tenía anotado sobre las beguinas:

"...ausentes de dependencia, de subordinación,… el lugar pasaba a erigirse como punto de referencia, como modelo  para otras mujeres"

Alicia en es momento encontró la verdadera razón para continuar sola y consideró lo ocurrido como un tropiezo o una debilidad, que no le impedía ser una ciudadana universal y gozar de la vida.




Javier Aragüés  (septiembre de 2014)


Dedicado a Ramón Masdeu, compañero del Taller de Escritura Creativa en 2012, que 
empleó la palabra beguinaje y yo la escuché por por primera vez en ese Taller, e inspiró este relato.

y

A  Mónica, mi hija, doctorando en esa época. Tras su estancia en Leuven, dio un gran paso en su interés en seguir aprendiendo.

Javier Aragüés  (septiembre de 2014)