martes, 16 de septiembre de 2014

ENCUENTRO EN EL BEGUINAJE (Relato histórico, actualizado con rasgos feministas) Libro 3

Era inconfundible ese olor a estación que desprendían vagones y locomotoras, se había instalado durante más de un siglo e impregnaba todo el ambiente de la Gare du Nord de París.

Mientras muchas personas corrían hacia las entradas y salidas de la estación, los dos permanecían inmóviles junto a un tren que estaba próximo a salir. Iban a Bélgica por motivos distintos, con el mismo destino y nombre diferente. Rogier iba a Leuven y para Alicia era Lovaina. 

Rogier era belga, de la región  flamenca de Flandes; facilitaba a la sorprendida joven una información que nadie le había pedido, en el momento que Alicia apoyaba su dedo índice sobre el panel de información . Estaba plantada con naturalidad, ante el tablero que mostraba los largos recorridos, mientras escuchaba atentamente. 

Comenzaron a tutearse. Por la manera de conversar parecía que se conocían. Él le explicaba; "Bruselas y París están separadas unos trescientos km. en tren, una hora y media aproximadamente. Cada media hora sale uno. Si cogemos el de las seis  y media, a las ocho menos cuarto podemos estar en el centro de Bruselas; para llegar a Leuven tomaremos un cercanías, salen cada veinte minutos,... en media hora llegamos". 
Lo dijo sin dudar, con intención de impresionarla.

Alicia se presentó a Rogier. Fue escueta. Era una catalana que se consideraba ciudadana del mundo. Ojos almendrados, melena insurgente, “picassianemente” atractiva, de trato cómodo, en contra de toda formalidad. Como profesional era socióloga y politóloga y, como persona, amaba la vida. 

Rogier estaba impaciente, era su turno, pero se contuvo al sonar la megafonía. Una voz prefabricada anunciaba la salida del tren, se apresuraron. La ayudo a subir la maleta al vagón, que estaba prácticamente vació y se sentaron juntos. Desde allí, Rogier pensó que sería más cómodo presentarse y soltó el discurso como era habitual, el mismo que utilizaba para impresionar a sus alumnos, si había alguna joven entre ellos cuidaba aún más los detalles. Empezó por decir su nombre:  "Me llamo Rogier, como el pintor belga del renacimiento, Rogier van der Veyden, que nació en Brujas como yo, pero con seis siglos antes. Soy profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Católica de Lovainainvestigador y especialista en historiografía contemporánea".

Terminado el monólogo la miró para captar la sensación que habían producido sus palabras. Se sentía satisfecho con su trabajo y lo hacía ostensible siempre que podía. Le permitía el contacto con jóvenes de distintas países con los que le gustaba debatir. Los alumnos le llamaban: "el profesor" y le gustaba. Los jóvenes estudiantes acudían cada año  para cursar postgrados o doctorados, lo que exigía mantener al día sus conocimientos. Estaba muy motivado pero sentía un vértigo especial, al ver desfilar jóvenes de la misma edad, curso tras curso, mientras él se enfrentaba a la longevidad, que crecía sin detenerse. 



Rogier al terminar su presentación, sin dejar hablar a Alicia, le explicó la razón de su presencia en la estación. Regresaba a Leuven después de unas largas vacaciones que aprovechaba para compatibilizar con trabajos de investigación, así lo hacía casi siempre. Esta vez en España. Quería conocer los mitos y realidades de la guerra civil en primera persona. Era un trabajo difícil por la escasa documentación, pero consiguió aproximarse por los relatos y recuerdos de los descendientes de ambos bandos, más por los que le proporcionaron los de los perdedores. Los excesos habían permanecido vivos en la memoria de los familiares, de muchos demócratas europeos y de todos los que habían contribuido a los aires de libertad en tiempos difíciles. El desastre estaba en el presente. Los sucesivos gobiernos no sabían o no querían resolverlo. 


Alicia casi obligada, le comentó la razón de su viaje a Lovaina. "El motivo principal es elaborar un estudio que profundice en los primeros vestigios de lo que se considera el incipiente movimiento libertario de las mujeres en Europa". Ambos callaron mientras contemplaban como  árboles y casas  se movían a gran velocidad a través de la ventanilla.

Alicia intuyó, después de escucharle, que podría ser un buen aliado por su formación, su narcisismo desmesurado y ese rasgo de inmadurez que le traicionaba. Un poco o todo, le podría ayudar a cumplir sus pretensiones. Vio el momento para hablar de trabajo y de su peculiar método: "Me sumerjo en bibliotecas, ingiero los documentos relacionados con el tema que estudio y conecto los datos dispersos obtenidos. Por cierto, Si conoces a alguien en la biblioteca de Leuven, me podría ser de gran ayuda". Estas fueron las últimas palabras de Alicia antes de reposar la cabeza sobre el hombro de Rogier y quedarse dormida. 

Al llegar a Leuven Rogier le acompañó hasta la residencia, estaba agotada por el viaje, ocupó su habitación, se acerco a la cama y se desplomó agotada.

Rogier se dirigió a su casa, hizo una llamada, habló con la directora de la biblioteca pública de Leuven; eran compañeros de universidad y recomendó a Alicia para que pudiera acceder a la biblioteca sin problemas y realizar el trabajo de investigación.

Así fue y desde el día siguiente de su llegada a Leuven pasaba largas horas en la sala de archivos. Las contadas interrupciones se producían al imaginar su presencia en los incendios que había padecido la institución  durante las dos últimas guerras mundiales. Los documentos exudaban el inconfundible olor a brasas apagadas que para ella seguían en el aire, en los objetos, después de tantos años de estar extinguido el fuego. 
Exclamaba en silencio: " ¡Qué cantidad de documentos irreemplazables destruidos! Muchos conocimientos históricos perdidos por las acciones de hordas de hombres iletrados y que no podrían ser recuperados". Recordaba la novela Fahrenheit  451, de Ray Bradbury, donde "la brigada de antibomberos" cumplía su deber con excesivo celo. Los hechos acaecidos, reflejados en la novela, parecían un "Déjà vu". 

Volvió de sus pensamientos. Estaba ubicada. Había obtenido una valiosa información que le permitía arrancar su teoría con argumentos consistentes, tras varias semanas. Volvió a la residencia, abrió su portátil y comenzó a redactar el trabajo. 





Los datos obtenidos se remontan a 1065, cuando aparecen los primeros rastros de beguinajes como institución en Lieja.  

Las mujeres organizadas en comunas o beguinajes  que se entiende como un espacio material en el que habitaban, ya fueran celdas o casas, o conjunto de casas que a veces constituían ciudades dentro de la propia ciudad, como en el caso de los grandes beguinajes  flamencos que albergaban miles de beguinas. Esta forma organizativa de convivencia se extendió por los países europeos: Holanda, Alemania, Italia, Francia, España, Polonia y Austria. En Catalunya también aparecieron, con el nombre de beguinas o reclusas.

Las Cruzadas habían acabado con un gran número de hombres, los conventos estaban saturados de mujeres como alternativa a la imposibilidad de contraer matrimonio. En realidad los beguinajes eran comunidades autónomas de religiosas llamadas beguinas. Surgieron en un momento de sobrepoblación femenina después de dos siglos de guerras y favorecidos por la manifiesta la rigidez de los estamentos religiosos. Vivían en edificios integrados, construidos 
generalmente alrededor de una plaza arbolada. Comprendían no sólo las instalaciones domésticas y monásticas, sino también los talleres utilizados por la comunidad beguina. 
Cada comunidad o beguinaje, era autónoma en sí misma y organizaba su propia forma de vida con el propósito de meditar, orar y servir como Cristo, desde la pobreza. No había casa-madre, ni regla común, ni una orden general. Su actividad se realizaba cerca de los hospitales o de las iglesias. Establecían sus viviendas, y en sencillas habitaciones podían meditar, orar y hacer trabajos manuales. Empezaron a aparecer comunas de mujeres sin sujeción a norma alguna, eran democráticas, trabajaban para obtener su propio alimento y hacer labores caritativas. Eran comunidades formadas por mujeres espirituales y laicas, entregadas a Dios, pero independientes de la jerarquía eclesiástica y de los hombres. No eran "religiosas" en la acepción tradicional de la palabra. Las  mujeres compartían todo, al margen del sistema de parentesco patriarcal. Abiertas a la realidad social que las rodeaba, desdibujaban la división secular y jerarquizada entre lo público y privado.

En uno de los documentos que encontró le impresionó el siguiente párrafo, del que había tomado nota en su pequeño cuaderno:

" Vivían en un espacio que no era doméstico, ni claustral, ni heterosexual, era abierto y cerrado a la vez. Un espacio de transgresión a los límites impuestos a las mujeres, no mediatizado, generador de formas nuevas y propias de la autoridad femenina. Ausente de dependencia, de subordinación, 
espacio que devenía simbólico al erigirse como punto de referencia, como modelo para otras mujeres".


Quedaban casi todas las tardes, "el profesor"se mostraba amable y complaciente por lo que Alicia entendía que buscaba una relación más íntima. 

Después de tantas horas en la biblioteca, Alicia estaba bastante cansada, cerró el portátil y se preparó para salir, había quedado para tomar una cerveza en una de las terrazas del Grote Market. Era tarde para Rogier  —las siete y media—  para Alicia era una hora habitual, siempre se acostaba después de las doce. Ella llegó primero, a los pocos minutos acudió él, excusándose. Se sentía cómoda y atraída por él. Quería comentarle los avances de los últimos días. Buscaba la complicidad de Rogier. El tiempo se le hizo demasiado breve por lo que intentó retenerle alargando la conversación:

—"¡Profesor!" ¿Podrías enseñarme el Groot Beginjnhof de Leuven?  Lo que para mí es el Beguinaje de Leuven.

— Me gustaría hacerlo, elijamos un día — contestó Rogier.

— Muy bien ¿Por qué no mañana? 

— Me parece bien, aceptó. 

Alicia provocó el reencuentro para confirmar sus suposiciones a cerca de los sentimientos de él. Le propuso que a la mañana siguiente, se encontrasen al pie del Ayuntamiento y desde allí irían a visitar el beguinaje. Rogier accedió.

Eran las nueve y allí estaba ella, esperando impaciente, con la duda de si un día que amanecía lluvioso podría deshacer los planes. Él apareció, en un instante se disiparon todas las dudas y comenzaron a caminar mientras él comentaba:

"Estamos a un km. escaso desde la plaza de Fochplein que es el centro de Lovaina, hasta el beguinaje podemos ir dando un paseo, te enseño rincones de la ciudad, aunque te anticipo que casi todos los edificios que encontraremos pertenecen a la universidad, la mayoría son administrativos con poco encanto, excepto los del recinto del beguinaje, que también son propiedad de la KU Leuven".



Caminaron por una larga calle de aceras estrechas. Al final a la derecha estaba el beguinaje. El Gran Beguinaje de Lovaina tenía la apariencia de un pequeño pueblo dentro de la ciudad, con casas situadas a lo largo de una red de calles apretadas y pequeñas plazas. Las fachadas mostraban ladrillos rojos. Las numerosas buhardillas eran un elemento típico en el beaterio de Lovaina y contrastaba con los beguinajes de Brujas y Ámsterdam, donde todas las casas daban a un patio central. 
Rogier se detuvo en los detalles arquitectónicos y las fechas:

"El único gran espacio ajardinado en este beguinaje se sitúa en el margen izquierdo del río Dijle, que le atraviesa. La mayoría de las casas se remontan al periodo 1630-1670 y están construidas con  arquitectura tradicional y elementos sobrios y barrocos".







Canal sobre el río Dijle en el Beguinaje de Lovaina.



Se detuvieron en el pequeño puente que cruzaba el río y atravesaba el beguinaje. Miraban en silencio el discurrir de las aguas mientras Alicia contenía la respiración, sintió un leve mareo y se apoyó en la barandilla. Rogier acudió a ayudarla. La sujetó con sus manos toscas y seguras. La preguntó varias veces que cómo estaba. Ella no contestó, estaba ausente.

Sin mantenerle la mirada sintió que lo había conseguido. 
No solo
 se habían rozado los dedos , como era su intención, sus cuerpos se habían aproximado unos instantes. 

Se escuchaba el silencio. Las miradas cómplices de ambos se intercambiaron. Rogier aparentó sentirse molesto y se apartó.

 — ¡Por hoy, la visita ha terminado!" —exclamó Rogier, remarcando su incomodidad.

Para Alicia, la actitud del "profesor" la confundía, creía haber provocado una situación en la que Rogier hubiese dado rienda suelta a su ego, pero sin embargo produjo un alejamiento inexplicable.  A la mañana siguiente coincidieron a desayunar, como lo habían hecho desde hacía semanas, parecía que nada hubiera ocurrido. 
Desayunaban en una panadería de productos naturales próxima a la iglesia de San Pedro. El silencio solo se rompía por el entrecruzar de algunas tazas y el murmullo de los clientes. Los dos pensaban decir : "¿no piensas darme una explicación por lo que ocurrió ayer?" Ella se adelantó "¡Nadie me había tratado de ese modo!" Desde el más absoluto cinismo, Rogier aparentaba estar ofendido. Alicia justificó su actitud en el puente  provocada por las continuas miradas e insinuaciones y los disimulados flirteos del joven flamenco. Ambos hiperactuaban.
Ninguno cedía. Ella se sentía atrapada por la audacia y el engreimiento de Rogier, le hacía sentirse culpable. Él solo pensaba en las estudiantes que le admiraban sin complicaciones y no le ocasionaban problemas. Salieron del café sin hablarse y no volvieron a coincidir. 

Alicia se enrocó en su posición y no estaba dispuesta admitir el
rechazo de ningún hombre tras manifestar su incipiente cariño por él. Aunque afectada entendió que lo más adecuado era retomar su vida en el punto que había dejado la investigación días atrás

Cada día, al terminar la jornada de trabajo daba largos paseos hasta el beguinaje. Una tarde al pasar junto a la valla del recinto le pareció escuchar un susurro desde las paredes que entonaban aquel párrafo que tenía anotado sobre las beguinas:

"...ausentes de dependencia, de subordinación,… el lugar pasaba a erigirse como punto de referencia, como modelo  para otras mujeres"

Alicia en es momento encontró la verdadera razón para continuar sola y consideró lo ocurrido como un tropiezo o una debilidad, que no le impedía ser una ciudadana universal y gozar de la vida.




Javier Aragüés  (septiembre de 2014)


Dedicado a Ramón Masdeu, compañero del Taller de Escritura Creativa en 2012, que 
empleó la palabra beguinaje y yo la escuché por por primera vez en ese Taller, e inspiró este relato.

y

A  Mónica, mi hija, doctorando en esa época. Tras su estancia en Leuven, dio un gran paso en su interés en seguir aprendiendo.

Javier Aragüés  (septiembre de 2014)



lunes, 9 de junio de 2014

CUENTO DE HADAS (cuento) Libro 3

En una ciudad de Finlandia vivían Reivaj y Aamu, una pareja  de avanzada edad que amaba a su país. Los dos eran melancólicos, silenciosos, honestos,... un poco como el paisaje que les rodeaba. Muy cumplidores con las costumbres y las reglas sociales porque estaban convencidos de que así eran ejemplo para sus vecinos y hacían posible a la convivencia.
Defendían la igualdad y huían de las apariencias, en una sociedad donde dominaba la seriedad y el respeto a los demás. Cumplían todas las normas. No se podía defender a un alcalde sospechoso de corrupción o que ocultara la verdad, y mucho menos que alardeara defraudar. Eran tales las exigencias que se imponían que más de un político había tenido que dimitir por robar simplemente una revista de un lugar público, puesto que la revista era propiedad de la comunidad. A esta manera de actuar, las personas que estaban al frente del país la llamaban practicar el buen gobierno, y en las ciudades y pueblo más pequeños, estaba presente en todas las acciones de sus habitantes. Si alguno actuaba en sentido contrario era castigado con severidad.

Desde hacía muchísimos años que las leyes eran muy estrictas y a la vez simples. Se basaban en unos principios básicos que eran pactados y respetados por todos. 
Si cambiaban un alcalde, el nuevo tenía que respetar igualmente la normas y por tanto las leyes que estaban dictadas para preservar los intereses de los vecinos. Entre las leyes que había que cumplir con máximo rigor destacaban la que perseguía la corrupción. junto con la defensa de la libertad de expresión. Se habían dictado en Finlandia a principios del siglo pasado, y garantizaba la protección frente a los cargos elegidos una buena información a los ciudadanos y defendía el acceso público a todos los documentos oficiales. En algunos países vecinos eran más antiguas, existían desde el siglo XVIII.

Las leyes que protegían los derechos de la mujer estaban muy arraigadas y los que las incumplían caían en el mayor desprecio social, además del consiguiente castigo. 

Todo indicaba  que la tradición legal a favor de las cosas claras era un factor fundamental en la lucha contra la corrupción y el conjunto de las leyes aseguraban los principios democráticos e impedían cualquier tipo de corruptela o vejación, y en caso contrario, el que cometía la falta debía someterse a un severo castigo. 

Decían que para los finlandeses la primera impresión que percibían de una persona era suficiente para 
confiar. Al mismo tiempo eran discretos y reservaban la opinión que se habían formado. Para la mayoría de los mediterráneos eran tímidos, incluso aburridos y vivían muy alejados de sus ideas y conductas. La situación geográfica y los estudios de la población explicaban en parte los rasgos más característicos de los hombres y mujeres fineses. Eran independientes y solidarios. Su carácter  peculiar se manifestaba incluso en el lenguaje. En la comunicación, no utilizaban los imperativos y se sustituían por giros indirectos: “Acaso podríamos venir..."   "Quizás es conveniente alejarse,..." 

Era un pueblo en los que hombres y mujeres estaban equiparados socialmente. Pero en la pareja de estos finlandeses, protagonistas de este cuento había cierto desequilibrio. La compañera de Reivaj, Aamu era muy tranquila, sensata razonable y sobre todo nada violenta. Decían que el hombre finlandés era de carácter fuerte, trabajador y concienzudo, pero en general, era más violento con sus parejas que el de cualquier país latino y algunas mujeres vivían con prevención y recelo ante una inesperada reacción de su compañero











Esta pareja tenía un sueño: jubilarse y vivir en el campo, a orillas del Mar Báltico. Para ello tendrían que trasladar su residencia a otro pueblecito al sur del país que se llamaba 
Porvoo. Era una de las poblaciones más antiguas de Finlandia, y podrían vivir en una casa, que los del lugar llamaban
 omakoitalo, a las afueras de la comunidad. 

A Aamu no le gustaba la idea de estar alejada del resto de los habitantes, le asustaba la soledad. Seguían haciendo planes. A los 68 años, él podía jubilarse y ella, al cumplir 60, tendría una pensión algo menor pero estaban decididos a trasladarse y así lo hicieron. Los dos tenían buena salud y si no pasaba nada extraño, podrían vivir unos cuantos años disfrutando en aquel pueblecito. La mayoría de los abuelos del país superaba los 85 años por lo que pensaban que les quedaban unos cuantos para descansar y disfrutar del ocio.

Se trasladaron según lo planeado. Duraste los primeros meses todo iba como habían imaginado. Pero Reivaj no se acostumbraba a pasar el tiempo en otra cosa que no fuera trabajar.  Los días pasaban y agravaban esta situación. La falta de actividad en Reivaj le provocaba irritabilidad unido a su carácter difícil y buscaba continuas evasiones poco saludables. Se refugiaba en la bebida tradicional, el vodka finlandés, y otros licores como la mesimarja y el lakka. No le importaba cuál de ellos, siempre que fuera fuerte y tuviera bastante alcohol. Cada día bebía más hasta el extremo que 
alteraba su comportamiento. La relación entre los dos se iba deteriorando, los reproches y los enfados eran continuos. Hasta que un día, durante un fuerte discusión y completamente borracho, Reivaj  pegó a Aamu. Al verla, no podía explicar su conducta pero era consciente que las normas de la convivencia eran muy severas. Fue condenado a prisión. Pero para él había un castigo añadido, la sociedad le había aislado y con su comportamiento se había alejado de su fiel compañera, ante la que se había derrumbado. Había perdido la dignidad y la imagen ante la comunidad y, lo que era más importante para él, la confianza y quizás el amor de su compañera.

Aamu estaba hundida pero quería restablecer la convivencia y no se le ocurría cómo. Le quería ayudar para que recuperara la dignidad que había perdido. No podía pensar en otra cosa. Un día vio a un grupo de mujeres que hablaban junto a una de las fuentes del pueblo, la escena le recordó lo que le habían contado en la escuela. Ella podría enfrentarse a la situación  que vivía, como lo habían hecho aquel grupo de mujeres, si lo hacía con decisión. Aquellas 
compatriotas suyas, en el siglo pasado estuvieron dispuestas a luchar para conquistar el derecho a votar y a ser elegidas. Ante esa situación, que no era fácil, perseveraron hasta conseguirlo. Desde entonces muchas de ellas habían ocupado cargos importantes en la sociedad y habían sido directoras de fábricas, médicos, abogados, jueces y habían llegado a ser alcaldes y diputadas, elegidas por los habitantes en cada pueblo. Desde la escuela enseñaban a las ciudadanas y a los ciudadanos — cualquier habitante aunque no viviera en una ciudad— a tener criterio para resolver situaciones extremas y a aprender a respetarse y a ser respetadas y respetados, para vivir con dignidad. 

Aamu se sintió identificada con esa capacidad de lucha y la aplicó para no perder a Reivaj. Iba a visitarle a la prisión hasta que cumplió la condena. Se propuso enseñarle a tratarla como mujer, a respetarse y a respetarla. 



Con el tiempo, Reivaj reconoció su terrible e injustificado comportamiento y tuvo que aprender a convivir de nuevo. Pudo reintegrase en la sociedad, con la ayuda de una mujer.



Javier Aragüés  (junio de 2014)

lunes, 2 de junio de 2014

ÉXTASIS Y AMOR (Cuento pagano) Libro 2

Aquella noche de Mayo de 1265, el monje Fray Domingo engullía desenfrenadamente la sopa, levantó la vista del plato miró a su alrededor, el refectorio estaba vacío. Solo mesas alineadas, enceradas con grasa y mugre, y acharoladas por el uso. Se levantó y salió precipitadamente, como hacía todas las noches a esa ahora.

Los dominicos de la congregación acudían con frecuencia al convento de las monjas más cercanas, justificaban la caminata, unos decían que se desplazan para evangelizar y otros, los más, buscaban el  placer prohibido. Asediaban sigilosamente a las más jóvenes en la puerta de la abadía. Cuando estaban cerca las hermanas vociferaban todos a una: "Hermanos,  hermanas tanteemos el gozo de nuestros cuerpos y almas, olvidemos los votos contraídos". Y pasaban a corear con voz acelerada:
"Rápidamente, intercambiemos los hábitos" 

Sin más dilación, ellos las desnudaban con su consentimiento e iniciaban un ritual perverso, a los ojos de las jerarquías religiosas, pero necesario, para alcanzar de una manera 
vehementemente la excitación y entregarse a falsos amores que terminaban por culminándolos.






El obispo de la diócesis tenía fama de muy devoto y las monjas del convento próximo, fieles y mojigatas, intrigaban para impedir el escándalo: "¡No podemos consentirlo!"

Pero no podían impedir que al mismo tiempo, monjas y dominicos libertinos, describieran a los feligreses prácticas eróticas con la finalidad de consumarlas. Con todo, el escándalo se extendía por el territorio. Los más impíos gritaban: "¡El cielo es indulgente. Todo está permitido! 
En los encuentros algunos rechazos de las religiosas implicadas congelaban las caricias de los monjes.


Los escándalos retumbaban por todo el territorio y llegaron a oídos del Papa. Ordenó cerrar las puertas del convento, impidiendo la entrada de los monjes. Los frailes no se conformaban y liderados por el más combativo, incitaron  a las monjas a la desobediencia. La abadesa respondió con la excomunión de algunas de las hermanas. La tensión iba en aumento hasta que, espontáneamente, estalló la rebelión. Los monjes se amotinaron.

Entre visitas y orgías, un dominico joven, culto, bien parecido, amante de la teología y dominador del latín entre otras lenguas  cristianas buscaba, sin disimulos, acercarse a una novicia, que siempre era la misma. En cada asalto a la abadía se emparejaban, simulaban en la bacanal y ocultaban los verdaderos sentimientos.

La  novicia —Sor María— había elegido una vida placentera en comunidad,  evitaba el matrimonio de conveniencia, aceptaba el enlace con Dios e incorporaba  sufrimientos humanos como propios. A cambio, desde que ingresó, la perseguían  rumores de noble privilegiada. Estaba marginada, buscaba la integración con el resto de las religiosas. Como amada, consentía el acoso iterado de las turbas irreverentes para poder seguir viendo a Fray Domingo y  esperaba un gesto evidente del joven predilecto.

Fray Domingo  —celoso—  reconocía en ella un ser lleno de armonía y hermosura. Sentía que la perdía y silenciaba sus sentimientos.  
                      
Una noche, representaban los papeles de una satánica pareja asignados en la desorganizada bacanal. Un fraile, áspero, sátiro, arrugado, retorcidamente sinuoso por sus reflexiones y vivencias, sugirió realizar intercambios de parejas.

Fray Domingo dejó de fingir. Se acercó a Sor María y la cogió de la mano. Miró desafiante al clérigo, le gritó:"Te equivocas, mi amada y yo, no seremos tu entretenimiento"

El curvado fraile refunfuñó dubitativo y molesto: "¡Jamás podréis gozar en una bacanal!"

Fray Domingo y la novicia, ignorándolo, abandonaron el convento". 


                           

                                       Javier Aragüés (junio de 2014)








jueves, 15 de mayo de 2014

DEPENDIENTAS



Dependientas - Jergal


El jergal es el distinto uso que se hace de la lengua da lugar a diferentes registros. Es función de la formación sociocultural, de los hábitos lingüísticos y de la situación, en síntesis, es el modo de expresarse según circunstancias. Se caracteriza por imaginación creadora y escaso vocabulario. Se alternan sufijos deformadores del vocabulario  con prefijos innecesarios, aveces se complementa con términos de grupos marginales. Todos los términos utilizados en cada jerga se conocen como "jergalismos o argotismos"


El relato siguiente, DEPENDIENTAS, pretende aproximarse al registro narrativo





¡Coleguis, lo flipo! Cada día igual. Estaba jarto, de verdad  hasta el tarro  - jipiaba  a la peña  - mazo de titis, pibonas  y chonis - esbaba petao.  

Esperaban a que el pavo abriera el tinglao cuando le salía de las mismísimas... 

Los pringaos también hacían cola -estaban a la guay. Soltaban la guita si mojaban o pillaban. Se  piraban en el  buga. Las titis gritaban ¡A no columpiarse!

El jefe era un pipa - el Toño. Les daba la brasa, iba de sobrao., amenazaba con dar dos yoyas a las tías y gritaba:

 ¡A ver si os lo curráis y no por la patilla, que no deja un duro! 

¡Parecéis monjas! 

¡Los precios están reventaos!









Las titis no estaban por la labor. Menos servicios.

Un pijin, quiso  ahuecar al viejo. El viejo pilló tal cabreo que quiso vacilar con el pollito. Colocó a otro, le untó para montar un falso mogollón.

El yogurín se mosqueó, hizo la pelota a las pibas, mojó gratis. 



La titi  lo tenía chungo y  lió un gran picifostio.



Los superchulos se rayaron. El  jefe se piró,  la titi ya hacía cola. El yogurín abríó al dia siguiente.

Por las mañanas jipiaba lo mismo.  Las tías con la misma jeta, el valentón es nuevo.

¡Qué mogollón  de gente pa´ entrar al Corte!




Javier Aragüés (Mayo  2014)












lunes, 12 de mayo de 2014

REINSERCIÓN (Relato autobiográfico) Libro 2

"Javier estuvo afectado por una grave enfermedad. Las cirugías practicadas provocaron reiterados ingresos y  postoperatorios complicados. Durante estas largas convalecencias hospitalarias tuvo tiempo y necesidad de reflexionar"


Tras una grave enfermedad, Javier trataba de recuperar las funciones básicas afectadas por su enfermedad. Habían alterado la movilidad y la capacidad cognitiva; para él, era prioritario 
recuperarlas. Se encontraba incapaz de desenvolverse con autonomía y tenía que someterse a terapia. Las lesiones físicas y cerebrales sufridas, impedían una reincorporación rápida y tenía que enfrentarse a etapas severas de tratamiento. Durante el proceso e recuperación aparecieron complicaciones, la 
mejoría era lenta y el alcance del restablecimiento funcional se hacía difícil evaluar lo.

Le dominaban los malos recuerdos de las sucesivas intervenciones quirúrgicas a las que se había sometido y le surgían los peores pensamientos respecto a una posible recuperación. Las alteraciones de funciones orgánicas elementales, eran evidentes y habían golpeado su integridad. Lo más fácil era dejarse arrastrar hasta un estado de ánimo que indujera pena. Anímicamente era una situación que propiciaba adoptar un comportamiento de autocompasión. Sabía que si lo hacía, podría retroalimentar el sentimiento de lástima que iría de la mano de una falta de voluntad creciente y desembocaría en un estado lejos de la recuperación.

Ante este cúmulo de dificultades, le dominaba la aflicción.  Su estado de ánimo oscilaba, entre el malestar físico, junto a la incapacidad mental y el abatimiento. No podía moverse ni ejecutar las tareas más elementales: comer, asearse o vestirse solo; tampoco podía leer, ni escribir. Era incapaz  de mantener el pulso para escribir su nombre, o un número. El descontrol en la motricidad y la ausencia de coordinación en sus acciones, hacía que su escritura no fuera firme, parecía la de un niño cuando comienza su aprendizaje en la escuela. Cuando tenía que escribir un dígito, daba la orden al cerebro, que reconocía el número, pero el impulso que le devolvía su órgano central solo le permitía reproducir un garabato. Su grafismo era tembloroso e ilegible, apenas era capaz de retener o memorizar. Todas estas evidencias le hacían sentirse incapaz para desarrollar una vida con autonomía.   





Realizaba ejercicios terapéuticos, muy sencillos para cualquier persona normal, pero él necesitaba la presencia de un adulto. La mayoría de las acciones consistían en estimular la movilidad y el intelecto. Le frustraban sus limitaciones y tener la necesidad de la presencia de un cuidador. Su estado de ánimo se resumía en un sumidero emocional y de voluntades cuyo caudal era imposible contener.


Su motilidad estaba afectada y tenía que utilizar silla de ruedas. Para asistir a las sesiones de rehabilitación trasladaban a Javier en transporte sanitario. Le recogían cada día en su domicilio. Durante bastantes días su mente estaba fuera de control, confundía lo vivido en el pasado, o simplemente no lo recordaba. 

Al intentar vencer las limitaciones se producía un rechazo y alteraba la conducta emocional, que en muchas ocasiones se concretaba en la desesperación y se resolvía con el llanto. Solo le obsesionaba reincorporarse a la vida en las mismas condiciones que antes de estar enfermo o, al menos, poder presentarse ante los demás con un mínimo de dignidad.


Durante muchas noches, sufría pesadillas. Le obsesionaba encontrar algo que le permitiera resolverlo todo y abandonar el estado de dolor y ausencia de la realidad. A veces deliraba y sentía que le sometían a una terapia transformadora, casi milagrosa. Se veía en el anfiteatro de un aula, repleto de doctores en medicina, psicología y psiquiatría, y en la corona del aforo, un cinturón de personas vestidas de blanco, que en sus placas identificativas, aparecían los nombres de terapeutas y fisioterapeutas. Protegido entre tantos especialistas, algunos  gritaban: "¡Hay que pautar lo evidente!" En seguida, el grito se convertía en un clamor.

Durante las noches aparecían episodios de fiebre muy alta y llegaba a pensar que existía un remedio, una terapia desconocida. Incluso escuchaba el nombre en boca de los especialistas. Le parecía entender que decían: “¡Triada Recuperativa!”. Aunque en su delirio reconocía que no se habían realizado ensayos médicos, ni había superado los controles pertinentes, parecía que provocaba gran admiración entre los profesionales. La mayoría de ellos defendía su aplicación y concretaban la nueva fórmula. En lo más profundo de sus desvaríos repetía las recomendaciones de médicos y terapeutas: "La recuperación se producirá si te comportas como un verdadero ser humano y actúas con integridad, autonomía y dignidad". 

A pesar de las dificultades, para recomponer las funciones deterioradas o restablecer las perdidas, tenía que concentrarse en los ejercicios y realizar con atención las tareas habituales. Debía ser constante y no olvidar las cualidades que harían posible la recuperación. Javier  las repetía hasta memorizarlas: "Integridad, autonomía y dignidad" y estaba  dispuesto a soportar la soledad. También reconocía que su colaboración como enfermo y su voluntad para reinsertarse eran elementos claves.

Pasados los días más graves, cuando había remitido la fiebre, Javier reconocía la importancia que había tenido mantener unos referentes a lo largo del proceso de rehabilitación. Era consciente de lo duro que había sido, del cansancio y dolor soportados y de haber superado la tentación de abandonar. No olvidaba a sus seres más próximos, su presencia había sido indispensable. Cuando comenzaba a  restablecerse, recordaba al resto de los profesionales que habían hecho posible su recuperación.



EPÍLOGO

Las lesiones cerebrales derivadas de una enfermedad como la hidrocefalia, a veces obligan a una, o varias intervenciones quirúrgicas y provocan alteraciones en algunas de las funciones  vitales. 
Suelen ser frecuentes las alteraciones de la marcha, las cognitivas y la incontinencia de esfínteres. El periodo de rehabilitación exige tratamientos de fisioterapia y terapia cognitiva para recuperar, total o parcialmente, el funcionamiento y devolver al enfermo a la situación previa al trastorno.
El enfermo consiguió el objetivo en gran parte, recuperándose del desequilibrio que le habían producido las alteraciones orgánicas. 
La finalización del proceso culminó con la a reinserción, aunque se arrastraron algunas carencias que no le impidieron realizar una vida digna. 

Javier Aragüés (mayo de 2014)










Hospital de Sant Pau y la Santa Creu




AGRADECIMIENTOS

Dr. Joaquín López Contreras, Dr. Ignasi Eudald Catalá, Dr. Carles Asensi Cortés
Dra. Josefina Pérez Blanco, Dra. Cerezuela Jordán, Dra. Chico Ballesteros.
Helena Renom, Irene Pedrosa, Yolanda Calle del Campo.
A toda las personas afectadas que han acudido a los Servicios de Fisioterapia y
Terapia Ocupacional durante mi rehabilitación.

Al Hospital de la Santa Creu i Sant Pau.

A todo el personal sanitario
que por su dedicación y profesionalidad,
son un ejemplo de la Medicina Pública.

De manera muy especial, a mi esposa, Enriqueta, a mi hija Mónica y a su pareja, Robert; 
que me han acompañado y
han hecho de este episodio una experiencia vital.



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