Era una de esas de tardes sofocantes del mes de julio de 1.565,
hasta los pájaros estaban paralizados por el calor.
La minúscula villa de la meseta se escondía bajo una masa
estática y plomiza, una cúpula a punto de reventar. Un fulgor acompañado
de gran estruendo dio paso a la lluvia. Ese día había mercado. Los pórticos de
la plaza protegían a labriegos, artesanos y tratantes. En el lado
opuesto, corrían dos clérigos tras un caballero. Los
menesterosos, inmóviles, veían avanzar a grandes pasos a los tres privilegiados,
que alcanzaron la Catedral de Santa María sin apenas mojarse. Los clérigos
ocuparon su lugar en el coro y el caballero se situó en la nave
central, en el lugar reservado a los nobles; las damas, en la misma nave,
a la izquierda. La ceremonia, la ofició el obispo electo, en presencia del rey.
Al finalizar el acto y desfilar la comitiva, los jóvenes monjes esperaban
rezagados en el atrio, a la doncella de doña Leonor, la dulce Teresa.
Los dos querían atraer su atención, se sentían cautivados por aquella
mujer, sencilla y discreta; esta última era la virtud que valoraban para
acercarse sin temor por su condición de siervos del Señor.
Todos abandonaron
el templo que también albergaba la universidad. La fachada de
la puerta principal estaba presidida por una lúgubre calavera y sobre
ella una insignificante rana. Corría la leyenda de que en las noches de
lluvia, la rana se protegía en una de las cuencas del cráneo pulido. La lluvia
discurría por la fachada de color ocre apagado por las voces y la luz. Dejó
de llover.
Doblaron, con
rapidez la esquina del edificio de la universidad; los jóvenes se
dirigían a la antigua librería de la calle empinada que conducía a la Plaza de
las Escuelas. Iban a recoger los manuscritos que contenían los oficios de la
orden para preparar las traducciones que Efraín, librero de origen judío, les
había encargado. Los dos eran especialistas en lenguas latinas. A Teresa la
habían conocido cerca de la Plaza Mayor, cuando los tres se refugiaban del
inesperado aguacero. Ella, bajo
los melancólicos soportales y con su dulce mirada, alentaba las insinuaciones
de los jóvenes. Con el tiempo, Tomás y Teresa se
volvieron inseparables aunque negaban
cualquier relación sensual, admitían un vínculo espiritual y trascendente.
Según ellos, eran meros compañeros de universidad, para Agustín había algo más. En
una de esas tardes que quedaban con frecuencia en el mismo lugar donde se
habían conocido, Agustín, en ausencia de Tomás, aprovechó para preguntar a
Teresa la relación entre ellos.
-Si es cierto,
somos algo más que amigos. Somos otros cuando no estás, me acompaña y solos,
en el portal de la residencia, declaramos nuestra fidelidad- dijo con
rubor.
-Lo entiendo,
Tomás es más sosegado, paciente y creíble, frente a mi inquietud, ansiedad y
extravagancia. Yo, no te convengo-dije. Esperaba una frase, algún gesto
de ella que lo negara, que me diera alguna esperanza. No fue así.
Volvió Tomás y
sugirió.
-Podríamos ir a la
universidad. En la biblioteca podríamos avanzar las traducciones, mientras
Teresa lee alguno de los clásicos religiosos, que tanto admira, y en particular
la vida de Jesús como hombre.
Hicieron un
descanso y fumaron un cigarrillo. Se conminaron a rastrear la fachada con
más detalle. Tomo la palabra Agustín.
-Mira Tomás, en lo
que solo parece una profusión de filigranas, se esconden seres vivos e
imaginarios. Bajo esas formas, se emboscan la calavera y la rana. Toda un
iconografía en piedra de color ocre atardecer-Teresa, atenta, releía la
fachada.
Agustín
dirigiéndose a los dos, comenzó a relatar.
-Corre la leyenda
de que una rana salta a los cuencos de la calavera para protegerse los días de
lluvia. Hoy es un día
propicio, está a punto de tronar y amenaza un chaparrón-Teresa seguía muy
atenta el relato de Agustín.
Los tres esperaron
hasta oír el primer estrépito y caer la lluvia. Cada
uno vio moverse la rana y ocultarse en uno de los cuencos del cráneo. No
se atrevían a reconocerlo. ¿Quién podría interpretarlo? Agustín
aprovechó la ocasión para
sorprender
a Teresa y ningunear a Tomás.
-Lo extraordinario,
además del desplazamiento del batracio, es que la calavera llegue a hablar ¿la
habéis oído? La descarnada sesera relata una historia que en la Edad
Media cantaban los juglares. “La rana y yo somos un símbolo para el tallador al
trabajar la piedra. La gente no entiende por qué talla y talla”. Qué
mensaje nos deja? Pregunta Agustín como si se tratara de adivinar un
acertijo. La calavera lo resuelve poniendo voz al tallador:
"Los que
vienen a ver la fachada, solo miran la calavera y la rana, así escondo mi
identidad y burlo a la Inquisición. No llega a distinguir porque una fachada
con medallones de reyes y de sus hijos, de nobles, de beatos hieráticos y
personajes desconocidos; representa la resurrección de todos, y a la vez,
pone de manifiesto que la resurrección es imposible, de hecho todos aparecen
petrificados. Al pasar los años los inquisidores interpretarán el mensaje.
Desde el anonimato, solo soy reconocible por el icono; he burlado a la
Santa Inquisición, La leve sospecha en este sentido y la finalidad de mi
obra hizo que el Santo Oficio me acusara de hereje"
Agustín se
escuchaba y, a la vez, miraba a sus amigos.
Para Teresa y
Tomás la leyenda era verosímil, siempre que no se negara la resurrección de los
muertos; como creyentes justificaban la existencia del Santo Oficio a pesar de
las atrocidades cometidas en nombre de la Iglesia. Interpretaban que el
discurso de la calavera y la movilidad de la rana tenían explicación
siempre que se admitiera la intervención de Dios. Llegados este punto,
Agustín defendió que verdad y racionalidad, eran inseparables. Era incrédulo
hasta tal punto de que solo su madre había conseguido apartarle de su
posición agnóstica.
Desde aquel
momento la relación se enfrió, Tomás y Teresa hicieron sus planes juntos;
mientras Agustín, sólo, caminaba a la radicalidad.
A partir de
entonces, nunca olvidaron que una rana y una calavera, talladas
en piedra y la lluvia habían esculpido sus vidas, sin posibilidad de
escapar.
¡Ay de quién se
acerca a la fachada del templo sin otra intención que buscar la rana y la
calavera! Y si lo hace, que busque un día soleado.