jueves, 27 de septiembre de 2018

SIEMPRE TE MIRO




Me impresionó esa mirada. Estabas lejos, tan lejos que quería pensar que llorabas por no verme, pero a la vez me decías: "Iluso... ¿Por qué crees que podías provocarme una lágrima? 

Me sentí ridículo.  

Te giraste y no pude evitar volver sobre la imagen. Enseguida advertí que me mentías. Porque eras tú, con esa expresión dulce y sin abandonar el llanto, la que se mostraba oculta tras una pintura; me invitabas a escuchar una canción o sugerías que me abandonara a lo que es más bello y atrayente, el arte. Eras tú la que se escondía tras la imagen y seguiste mirándome mientras se deslizaba una lágrima por tu mejilla.



Javier Aragüés  (septiembre 2018)

miércoles, 26 de septiembre de 2018

MEDITERRÁNEO Y TU (microrrelato)

Para admirarte no hay más impedimento que el aire, la luz y la soledad. Cuando rompen las olas, te busco entre la espuma, pero no apareces. Espero las siguientes y me dicen que te has ido. Les pregunto por ti y me contestan con otra ola más atractiva, pero tú no vuelves. Hasta que una me advierte que tenga calma. 

Mitigo la espera, me recreo en tus tonos: Verdes alga, amarillos emergentes y turquesas impecables. Los marrones arrecife y grises tristeza me invitan a soñar. El sol, dueño del horizonte, te hace brillar y salpica con laminillas refulgentes desde el horizonte hasta mis pies, pero no te veo. 


Juego con los azules dominantes de tus días plenos, sabiendo que siempre no es así, hasta que te cubres de lilas tormentosos, entonces te enojas, enciendes el cielo y te destrozas con furia contra los rompientes que te deshacen en lágrimas y borboteos, mostrando tu sensibilidad.






Te conozco. Tu aparente y repentino mal carácter se atenúa, hasta que un día de los siguientes luces el equilibrio y esperas al sol que emerge lento, en silencio y concentra sus fuerzas en irradiar ímpetu y anaranjados. Fatigado el astro, se sumerge entre tornasoles y ambarinos para despedirse.

Pasan los días y los próximos, no me canso de observar tu carácter y tus cambios de humor, pero no abandono y espero. 

Esta mañana es diferente, miro por el ventanal y te reconozco, por fin has llegado Te acompaña la pasión, el deseo y mis sueños. Estás frente a mí, nunca te has ido. Mediterráneo eres tú.
  

Javier Aragüés (septiembre 2018)


lunes, 3 de septiembre de 2018

CELERIDAD FATÍDICA (microrrelato de Terror)

Sumergido en la oscuridad, gritaba: “¡Ciego, estoy ciego!”. Solo y rodeado por el silencio.

Tenía los ojos entreabiertos y los párpados soldados a la esclerótica por una película de polvo y lágrimas. Intentó incorporarse. Algo lo impedía.  

Piernas y brazos estirados, rígidos e inmóviles; no respondían. El cerebro martilleaba: “Salvatore, estás muy enfermo".  

La situación kafkiana coexistía con una angustia incontrolable. El sudor inundaba su cuerpo. Un caudal frío se deslizaba por la columna para perderse en el túmulo de los recuerdos.

¡Un nuevo esfuerzo! Salvatore inspiró profundamente. Fue inútil. El polvo inundó sus pulmones. Regurgitó. 

El sabor agrio ocupó su boca reseca, rasgándole la garganta las partículas suspendidas.

Al intentar expectorar sintió larvas paseándose por su interior, mordisqueando el epitelio de su cuerpo. 

Identificó la muerte, mientras recordaba las últimas palabras de su mujer: “Salvatore, amor mío”. Sin tiempo, le enterraban a las pocas horas.


Silencio.

Javier Aragüés (septiembre 2018)







sábado, 1 de septiembre de 2018

LA ESCLUSA





La Geister era una vieja gabarra acorralada por la espesa niebla remansada en la esclusa. 

Friedrich Merten  era su capitán, bregado marino en guerras que nunca ganó.

El devenir por el Danubio le atormentaba y vivía eternamente melancólico. Abarloó la embarcación entre las dos paredes mugrientas e infinitas, salpicadas por chorreras de afelpado verdín. Discurrían de norte a sur y desconsolaban aún más el lugar. La maniobra le entristecía. El tiempo se detuvo. Levantó la mirada y vio la nada.

En el cauce, Merten sumido en el silencio de la no vida, roto por los arpegios de las Walkirias de Wagner. Cuerdas, maderas y cobres luchaban hasta alcanzar sincronizados el final de la obra. Violines y violas parecían extenuados. Con el último acorde el esclusero gritó: “¡Capitán,  La Geister puede zarpar!”

Silencio. En la esclusa la barcaza seguía inmóvil, sin Merten, la abandonó con la última nota de la sinfonía.




Javier Aragüés (septiembre 2018)